publicado el 27 de noviembre de 2013
Muñeco diabólico (Child’s play, Tom Holland, 1988) es, hasta el momento, una de las escasas producciones norteamericanas de la década de 1980 que no ha sido objeto de un remake; a falta de una versión actualizada de uno de los personajes clásicos y más devaluados del terror contemporáneo, el muñeco Chucky, el principal artífice de la saga, Don Mancini –guionista en solitario de todas las secuelas, Muñeco diabólico 2 (Child’s play 2, John Laffia, 1990), Muñeco diabólico 3 (Child’s play 3, Jack Bender, 1991) y La novia de Chucky (Bride of Chucky, Ronny Yu, 1998), y responsable de la secuela inmediatamente anterior,
La semilla de Chucky (Seed of Chucky, 2004)–, sigue explotando el (antiguo) filón dando muestras de un agotamiento y de una desfachatez que se han traducido en primera instancia en unos recursos de producción sospechosamente ajustados y que después incluso le han impedido su estreno en salas.
Pau Roig | Si en La semilla de Chucky Mancini renunciaba casi por completo al horror en beneficio de un grosero espectáculo autoreferencial y con un pie y medio en la parodia más chusca, incluidas referencias directas a una de las producciones más delirantes de Ed Wood, Glen or Glenda (1953), la presencia del impresentable John Waters o la muerte del responsable de la animación de los tres muñecos protagonistas, Tony Gardner, que se interpretaba a sí mismo para acabar siendo decapitado por sus creaciones, ahora el realizador y guionista cambia radicalmente de tono y estilo tratando de adaptarse a los nuevos tiempos, renunciando al humor escatológico, en menor medida también a la acumulación de guiños absurdos en la que se había convertido la saga. Sin embargo, lo que podría haber sido una buena noticia para los aficionados al género (y es de prever que también para los cada día menos seguidores de la franquicia), acaba revelándose como un simple artificio, ya que Mancini se muestra absolutamente incapaz, incompetente, a la hora de recuperar el genuino espíritu terrorífico del título fundacional de la serie, presente aún a trompicones en su primera continuación: significativamente, sitúa la acción antes de La novia de Chucky pero durante la primera mitad del metraje dosifica hasta la exasperación las apariciones del muñeco diabólico al que Brad Dourif sigue prestando su voz inconfusible, haciendo gala de una ambigüedad absurda y ambientando la acción en el interior del inmenso caserón en el que vive la familia protagonista en un intento de otorgarle una atmósfera gótica que no viene a cuenta de nada. El tercio final del metraje, era de esperar, acumula efectos especiales sangrientos y delirantes giros argumentales, aportando incluso elementos nuevos a la historia del asesino responsable de la posesión diabólica del muñeco mediante un ritual de magia negra, Charles Lee Ray (Dourif, ahora en carne y hueso) –todo lo referente a la absurda relación que mantuvo años atrás con la madre de la heroína parapléjica que interpreta la hija de Dourif en la vida real–. Ninguna de las ideas más o menos nuevas propuestas por Mancini, tampoco el presunto lavado de cara efectuado al diseño del muñeco, funciona de ninguna manera a lo largo de un desarrollo aburrido y torpe en el que cada vez resulta más difícil tomarse en serio a Chucky (pese al empeño de Mancini en sentido contrario), relegado a la condición de triste monigote (demasiado) aficionado a los chistes malos y que debería ejercer antes de mascota o animal de compañía –no estaría fuera de lugar verlo encerrado en una jaula comiendo alpiste– que de psicópata despiadado. Así las cosas, y en un intento tan previsible como estéril de habilitar el rodaje de las (nuevas) continuaciones que hagan falta, La maldición de Chucky carece a la postre de un desenlace propiamente dicho: sin la menor intención de cerrar la narración, Mancini incorpora dos epílogos que recuperan / homenajean de forma tan sorpresiva como torpe a los que hasta el momento eran, junto a Chucky, claro, los dos rostros más recurrentes en la franquicia.
FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA:
EUA, 2013. 97 minutos. Color. Dirección y guión: Don Mancini Producción: David Kirschner, para Universal 1440 Entertainment Fotografía: Michael Marshall Música: Joseph LoDuca Diseño de producción: Craig Sandells Montaje: James Coblentz Intérpretes: Fiona Dourif (Nica), Danielle Bisutti (Barb), Brennan Elliott (Ian), Summer H. Howell (Alice).