publicado el 10 de febrero de 2014
Cuando Terele Pávez subió al escenario a recoger su estatuilla a mejor actriz de reparto en la pasada edición de los Goya tenía 74 años de edad cronológica y 60 años dedicados al cine. La mayoría de éstos los dedicó a papeles secundarios de escaso fuste, aunque, por suerte, también tuvo la oportunidad de recrear mujeres de fuerte temperamento en películas como Los Santos Inocentes de Mario Camus o Réquiem por un campesino español. Fueron películas que le valieron el reconocimiento de la industria y el público, y alguna que otra nominación al Goya, aunque también fueron la antesala a etapas de cierto ostracismo en las que “todo el mundo tenía trabajo menos yo”. Durante una época nada desdeñable, Terele Pávez pareció desvanecerse de la escena cinematográfica para hacer esporádicas apariciones en series de televisión y alguna que otra obra aquí o allá. Hasta que la redescubrió el director bilbaíno Alex de la Iglesia e hizo de ella una insospechada actriz de comedia negra y una grandísima “bruja” del cine de terror.
Marta Torres | La carrera de Terele Pávez está llena de altibajos, con grandes momentos y frecuentes caídas en el olvido, aliviadas por un improbable final feliz que ahora se ha sellado con el Goya. Nació en Bilbao como María Teresa Ruiz Penella, en una familia de derechas. Su padre, Ruiz Alonso, fue diputado de Gil Robles y durante mucho tiempo llevó el sambenito de ser el culpable del asesinato del poeta García Lorca, aunque luego se demostró que él solamente recibió la orden de trasladarlo al cuartel y no sabía lo que iban a hacer con él. La actriz admite que lo peor ha sido vivir bajo esta sombra, ya que siempre ha estado muy unida a su familia a pesar de llevar una vida en pleno franquismo que muchos considerarían disoluta. Terele no sólo no se casó, si no que tuvo un hijo de soltera. En todo caso, esta vergüenza familiar marcó a la actriz durante años y para no revivir este dolor siempre se ha negado a interpretar el papel de Bernarda Alba, que le han ofrecido en multitud de ocasiones.
Debutó muy joven, con 12 años, y en la mejor de las compañías. Su primera película fue Novio a la vista (1954), de Luís García Berlanga. Un poco más crecida fue coprotagonista del primer largometraje de Jesús Franco, Tenemos 18 años (1959), un filme que empieza como comedia y acaba en un siniestro castillo. Fue actriz de reparto en otras producciones interesantes de la época como Salto mortal (1962, Mariano Ozores) o El espontáneo (1964, Jorge Grau). Sin embargo, la primera etapa de su carrera estuvo ensombrecida tanto por su físico agresivo como por su voz enronquecida, que no convencían a una industria cinematográfica que anhelaba muchachas suaves y femeninas. Tampoco le hizo bien el éxito de sus dos hermanas, también actrices: Emma Penella y Elisa Montés. Precisamente, escogió el segundo apellido de su abuela materna para dar forma a su nombre artístico: Terele Pávez, y distinguirse de sus hermanas. Junto a ellas participó en la película La cuarta ventana (1963, Julio Coll).
El resto fueron comedias sin trascendencia como La boda era a las doce (1962) o No somos de piedra (1968, Manuel Summers). Consciente de su falta de entendimiento con el cine probó suerte en los escenarios donde triunfó a las órdenes de Miguel Narros o Adolfo Marsillach. Protagonizó éxitos como Las troyanas, de Eurípides y La casa de las chivas, de Jaime Salom. Es por este motivo que, a partir de 1970 se presencia en el cine se redujo a pequeños papeles en películas como Fortunata y Jacinta, donde acompañaba a su hermana mayor, Emma Penella, o a series clásicas de la televisión, como Cañas y barro. Su carrera en el cine estaba muy por debajo de sus poderosas interpretaciones teatrales, a excepción de su pequeño papel en Carne apaleada (1978, Javier Aguirre). Ya había cumplido 40 y desechado sus sueños cinematográficos cuando Albert Camus la llamó para un papel importante, su primer papel como protagonista indiscutible, en Los santos inocentes (1984) en la que interpretó a Régula, un personaje lúgubre e ingrato que interpretó de forma memorable. Empezó así otra etapa que la encasilló como personaje de facciones exageradas: mujeres duras maltratadas por la vida que llamaban a las cosas por su nombre. De esta forma se coló en Réquiem por un campesino español (1985, Francesc Betriú), en el thriller La noche de la ira (1986, Javier Elorrieta) y en Laura, del cielo llega la noche (1987, Gonzalo Herralde) que le valió su primera nominación a los Goya. Fue la mujer loca y borracha de El hermano bastardo de Dios (1986, Benito Rabal), una monja pordiosera en Diario de invierno (1988, Francisco Regueiro), segunda nominación, y la gitana de El Lute II (mañana seré libre) (1988, Vicente Aranda). Pero poco le sirvió… en los noventa volvía a quedarse sin trabajo. Entonces la llamó un joven Alex de la Iglesia para un papel en su hilarante y genial El día de la bestia (1995).
Las caras más siniestras de Terele Pávez
Pilar Prades. El caso de las envenenadas de Valencia
Aquí interpretaba a Pilar Prades, el caso real de la última mujer ajusticiada en España en 1959. Era el primer capítulo de la serie de televisión La Huella del Crímen. Dirigía Pedro Olea y la suya fue una interpretación antológica de una mujer inculta arrastrada a un final trágico. Fue acusada de envenenar a la mujer para la cual trabajaba y ajusticiada con garrote vil. El verdugo tuvo que emborracharse para poder darle muerte y la grotesca ejecución sirvió a Luis García Berlanga como inspiración para el rodaje de El verdugo.
Celestina en La celestina (1996)
La bruja por excelencia. Su papel, su personaje. Lo mejor de la película de Gerardo Vera, un papel que le resultó agobiante por la quincalla que debía acarrear pero que es también uno de los más definitorios de su carrera. Dijeron de ella que es la mejor “celestina” que jamás haya sido interpretada. Ganó un premio de la Unión de Actores y el Sant Jordi de Cine.
Rosario en El día de la Bestia (1995)
El día de la bestia fue la película que consagró a Álex de la Iglesia como director. Exagerada y delirante. La película es un tableaux vivant del Madrid de los noventa con el apocalipsis de fin de Milenio de fondo y alguna que otra profecía terrorífica: las Torres Kio como símbolo satánico. La reina de esta farsa diabólica es Rosario, una madre tirana que regenta una mísera pensión que retuerce al límite los personajes castigados y bregados por la vida que interpretó Terele Pávez a lo largo de los últimos años de su carrera. Su voz aguardentosa y su mirada implacable pusieron la guinda al Madrid más barriobajero y popular.
Dolores en 99.9 La frecuencia del terror (1997)
Otra vez de bruja. Esta vez a las órdenes de Agustí Villaronga que le regaló un papel de una carnalidad inquietante. La presentadora de un programa de radio de misterio acude a un pequeño pueblo para encontrar un horror inspirado en las caras de Bélmez. Terele era una aldeana, Dolores, que parecía sacada de una época anterior a la razón, como si fuera un personaje de la serie negra de Francisco de Goya. Su interpretación remite a misterios antiguos como la sangre y oscuros como la maternidad.
Ramona en La comunidad (2000)
Una de las escenas más memorables de la película de Alex de la Iglesia (su segunda colaboración con el director) es la que muestra a Ramona persiguiendo por los tejados a Carmen Maura, que se había hecho con el dinero de uno de los vecinos. Ramona es una vecina de armas tomar que le vale otra nominación a los Goya, que no gana.
Rocío en 800 balas (2002)
Abuela del niño protagonista en este desvencijado homenaje al Western que se hacía en Almería. Destila autenticidad.
Dolores en Balada triste de trompeta (2010)
Otra vez con Álex de la Iglesia. Esta vez en un pequeñísimo papel en un elenco de secundarios maravillosos. Estuvo nominada por un Goya de forma inexplicable, a tenor de lo reducido de su actuación.
Maritxu en Las brujas de Zugarramurdi (2013)
Vuelta de tuerca a toda su carrera como actriz, donde lleva a la cúspide su poderío para construir a un ser malsano y mordaz: la bruja. De la mano otra vez de älex de la Iglesia, Terele Pávez borda un papel malsano, trabajado y cruelmente irónico. Esta vez sí, con razón, se hace merecedora del Goya a mejor actriz de reparto.