publicado el 17 de febrero de 2006
Marta Torres | Cuando uno acaba de ver Reeker se pregunta qué demonios quería conseguir Dave Payne, su director y guionista, con esta película. Según sus propias declaraciones, su intención era hacer un film 'espeluznante, inteligente y divertido', ya que, en su opinión, el sentido de la diversión se ha echado en falta en los últimos títulos de películas de terror.
Reeker cuenta la historia de cinco jóvenes que, en un viaje hacia una rave en el desierto, acaban recalando en medio de ninguna parte: un motel deshabitado donde se verán obligados a pasar la noche asediados por una extraña criatura. Incomunicados y perseguidos por un olor pestilente, los jóvenes van cayendo uno a uno a manos del monstruo, sin sospechar que quizá se encuentran en medio de ninguna parte, entre el mundo de los vivos y de los muertos. Es en este punto en el que el film quiere ser trascendental aunque, en mi modesta opinión, esta aparente reflexión sobre la muerte se queda en un truco de guión fácilmente discernible desde la mitad de la película.
Reeker parte de los clichés arquetípicos del slasher y los maneja sin gracia hasta un más que previsible final. Al margen de esto, no hay nada. Ni horror, ni comedia, ni tensión, ni sangre, ni hormonas adolescentes.
Reeker parte de los clichés arquetípicos del slasher y los maneja sin gracia hasta un más que previsible final. Al margen de esto, no hay nada. Ni horror, ni comedia, ni tensión, ni sangre, ni hormonas adolescentes. En este vasto desierto estético, Payne nos explica una historia que en principio podría haber dado más de sí y que se queda en un slasher desnaturalizado, en una película de terror que es incapaz de construir un solo encuadre que cree un mínimo de tensión y que, al contrario de lo que pretendía el director, queda muy por debajo de otras películas gore con sentido del humor, como Braindead, Tu madre se ha comido a mi perro (Braindead, 1992) de Peter Jackson, por citar un ejemplo.
Una explicación a la vacuidad del filme nos la ofrece el propio director cuando añade que su intención era ofrecer al público 'una historia lo bastante gruesa para masticarla pero lo bastante fácil como para tragarla'. Nos encontramos por tanto ante un film de horror que se queda en terreno de nadie -como los incautos protagonistas de la película-, ante una película de horror que también quiere hacernos reir y ante un slasher que también quiere hacernos pensar.
No obstante, en la vertiente humorística del film pueden destacarse algunas escenas, como la muerte de una de las
protagonistas en las letrinas del motel o las intervenciones del granuja del grupo, un chico llamado Trip, interpretado por Scott Whyte, que asume un papel similable al de Bruce Campbell en el film Posesión Infernal (Evil Dead, 1981) de Sam Raimi, mutilaciones de miembros incluidas.
También pueden considerarse humorísticas algunas situaciones en principio terroríficas, como la solución visual, estética y narrativa que da el director al leiv motiv del filme: el olor, o en rigor, el hedor; un sentido en principio, poco cinematográfico y dado a reflexiones más bien escatológicas. Aunque no queda muy claro si la intención del director era provocar la risa o el terror.
El resto de soluciones estéticas de la película –desde la puesta en escena hasta el diseño de producción- remiten a remezclas de otras películas de terror, como La maldición (Ju-on: The Grudge), y nos hacen añorar producciones como La casa de cera /i](House of Wax, 2005) o Km. 666, películas cargadas de tópicos pero efectivas, y, puestos a hacer reir, a films como Scary Movie 3.