publicado el 14 de mayo de 2014
Lluís Rueda | D´A Festival Internacional de Cinema D´Autor de Barcelona
Se ha clausurado una nueva edición del Festival de Cinema D´Autor de Barcelona y un año más la sensación que nos queda es la de un certamen ideal para descubrir joyas cinematográficas, este año las ha habido, pero también se trata de una semana en la que la proyección más exigente, radical e incluso discutible puede aportar algo enriquecedor. A nuestro juicio ese muestrario tan ecléctico es lo que convierte al D´A en una caja de sorpresas y en toda una experiencia para afinar el olfato cinematográfico, especialmente para los afines al cine de género (espectadores urticantes ante a extrañeza y la provocación desnuda de coartadas). En este artículo nos gustaría rastrear algunas de las piezas por las que nos hemos asomado, sacar algunas conclusiones e incluso señalar algunos vitoreos colectivos dudosos (si es que la expresión es pertinente en tiempos de constantes mutaciones estéticas).
Comencemos por una pieza sorprendente, bella y arrogante. Exhibition (2013) de Joanna Hogg. Aproximarse a la sensibilidad de esta directora británica sin conocimiento previo de su obra (Archipiélago (2010) y Unrelated (2007)) resulta todo un festín introspectivo. Dos personajes apegados a una extraña vivienda pasan los últimos días como inquilinos tras una larga relación. El retrato de los personajes y el vínculo con la arquitectura es en manos de J. Hogg un juego entre beodo y provocador a la vez que un retrato entomológico de anhelos y recuerdos. Lo más interesante de este filme, nada gótico, nunca kistch y siempre funcional, es como el sujeto pasivo, la casa, deviene un lienzo donde la vida de sus protagonistas D y H, una performancer y un arquitecto, al menos a ojos del espectador, se formula como una obra viva, en perpetua transformación. Un filme metódico pero de gran sencillez que tiene su mayor valía en la elegancia de lo retratado y una honestidad casi radical a la hora de almacenar sentimientos encontrados en estancias, armarios y extraños huecos de ascensor.
Desde Islandia nos llega Metalhead (2013) de Ragnar Bragason, un retrato familiar singular pasado por el tamiz de la música Metal y como puede influir en la mecánica emocional de una adolescente que ha sufrido un fuerte golpe. Lo mejor del filme son sus sombras apenas apuntadas con suficiencia (el drama se nos hace añicos por su falta de contención) y lo peor un sentido del humor no siempre bien engrasado ni lo inteligentemente plantado en escenas clave. Con todo esta obra que acaba por resultar simpática ofrece un arranque cruel y fabuloso y un final reconfortante, esperanzador, que nos hace dibujar una sonrisa aunque nos desmonte casi todo lo visto hasta ese momento. Su protagonista, la joven Hera en ocasiones nos enamora y en ocasiones nos satura y en esa dualidad echamos a faltar elementos. Su transformación casi religiosa, y fugaz, en cierto tramo del filme no funciona en absoluto; con todo, se trata de una propuesta curiosa... y ruidosa.
Desde el visionado de The Hole (1998) Tasi Ming-Liang siempre ha sido un director de nuestras preferencias y a los largo de su carrera con propuestas como Goodbye Dragon Inn(2003) y, especialmente, El sabor de la sandía (2005) se ha ganado nuestra admiración como autor provocador e irreverent , pero también capaz de extraer poesía de donde parece que no hay más que vacío y extrañeza. Esos elementos, con su fantasmal propuesta Stray Dogs (2013) no solo se amplían si no que son llevados a cuotas casi paradoxísticas. A medio camino entre la pesadilla onírica y deconstrucción narrativa, Stray Dogs será por muchos recordado como el filme que lanza un penúltimo plano, prácticamente estático, que dura un cuarto de hora. ¿Puede esa gamberrada fílmica arrancar un aplauso general? En un festival como el D'A aquello que puede sacar de sus casillas a un espectador convencional, es vitoreado, por ello me atrevo asegurar que ya nada tiene de moderno este certamen, ni de postmoderno, en ocasiones es abiertamente punk. Pese a los excesos esta crónica sobre una familia caída en desgracia por culpa de la adicción al alcohol del padre y quien sabe cuantas cosas subliminales más es un gran filme, una propuesta diferente y extrema. Su cadencia y quietud (que no contención) no es de este mundo.
Para fans de thrillers más convencionales, que no acomodaticios, el festival nos regaló la premiere de Blue Ruin (2013), un filme excelente que en cualquier otro festival pasaría por eso tan intangible llamado filme de culto, una denominación de origen utilizada con ligereza en algún que otro caso. La segunda película del estadounidense Jeremy Saulnier, de culto instantáneo o no, es prácticamente un filme perfecto en su formulación del conflicto y muy estimable en su proceso de reducción hasta parámetros propios del humor negro. Dosis de violencia dosificadas y un extraño protagonista en busca de venganza con el que espectador se identifica de manera inmediata, un pobre hombre metido en una guerra entre clanes de proporciones inimaginables. Bien, algo de Perros de paja (1971, Sam Peckinpah) parece asomar en algún recodo de esta road movie a contracorriente en el que los psicópatas y los héroes están separados por una línea delgadísima. Una apuesta segura.
Comentábamos en twitter tras el visionado de ambas en una misma jornada que el filme francés Les Apaches (2013) de Thierry de Peretti y Blue Ruin eran cintas con protagonismo de fusiles en manos inexpertas. Pero acaso más en los Apaches la dichosa arma de fuego conforma un McGuffin todavía más poderoso. En este filme que cocina la tragedia a fuego lento pero con pulso firme un grupo de jóvenes marroquíes convierten una fiesta clandestina en una casa de lujo ocupada ocasionalmente en una concatenación de errores colectivos e individuales. El robo de un fusil por parte de los jóvenes se convierte en un auténtico problema, un peligroso problema, cuando los egos individuales se imponen. Le Apaches es un filme poderoso, un thriller que cuestiona la camaradería y la transición de la adolescencia a la edad adulta por el callejón más corto y angosto. Casi una versión sucia y adictiva de Rebeldes de Francis Ford Coppola.
Medeas (2013) es el mejor filme visto por este cronista en el presente D´A. El italiano Andrea Pallaoro traslada la tragedia clàsica de Virgilio llevándola a una región ganadera del sur de California para dotar a la pieza de una dimensión descomunal y crear un filme hipnótico, insultantemente elegante y con una gestión del espacio y los silencios apabullante. Cierto, se concede aromas al cine de Terence Malick y de Kiorastami, pero A. Pallaoro también sabe transitar por el silencio y la contención a la manera del mejor Ingmar Bergman o Michelangelo Antonioni, ahí queda pues ese xcepcional plano final con ese Medea bajo la lluvia que podría haberse robado de El deserto rosso o cualquier otra pieza excepcional del cine reflexivo. Una cinta imprescindible, capaz de constreñir el dolor en los personajes de un modo único. La complejidad de una familia rota y un secreto horrendo apenas dilucidado en la coversación secreta de unos niños. Reitero, el mejor filme visto en este D´A, una ópera prima imprescindible.
Mouton (2013) se llevó el Premio de la Crítica, quizá por que al tratarse de un filme tan feo, insustancial y a contracorriente llamó el atención poderosamente de los caza-rarezas. Bien, la propuesta está en la órbita del cine enclenque y alborotado de Bruno Dumont y al menos en ese sentido posee una cortada, sin embargo no suscitó en este espectador ni el más mínimo interés. Sus personajes no provocan ni la más mínima empatía y Mouton (cordero), su protagonista, es objeto de un tratamiento pseudo-documental tan impune que en ocasiones da escalofríos. Se trata de un buen chico con una deficiencia psíquica al que los realizadores Marianne Pistone y Gilles Deroo acaban convirtiendo en un personaje referencial y muy estimado en el pueblo costero de Courseulles-sur-Mer. A mi juicio estamos ante una fábula indigesta que pasa de lo circense y un tanto exhibicionista a lo puramente extravagante, pero que sobretodo resulta ineficaz en lo emocional y abrupto en lo formal. Desde luego no es maniqueo, eso juega a su favor, pero más allá de su impostura formal presenta enormes carencias.
El Futuro (2013) es la ópera prima de Luis López Carrasco y filme que entusiasmó al público asistente. ¿Las razones? Formalmente desacomplejado y con una coartada argumental seria, fácil de alinear con nuestros referentes inmediatos. El filme arranca con unos títulos de crédito que nos sitúan en la llegada al poder en 1982 de el PSOE, un futuro esperanzador parece asomar en el horizonte, pero el futuro en este caso es la metáfora de aquel presente, el de un grupo de jóvenes de la movida madrileña en una fiesta que se perpetúa hasta el amanecer, un amanecer que se repite y se repite hasta una actualidad no muy diferente. Como gestiona este argumento Luis López Carrasco, ya es otro asunto. Si el arranque del filme resulta sorprendente, el tratamiento de sus imágenes fantástico, la utilización del sonido y las canciones de una época algo gratamente sugestivo, un vestuario de lo más creíble, etc... A la media hora nos damos cuenta de que no hay mucho más, una fiesta bucle para un filme de 67 minutos que acaba pareciendo excesivamente largo. Eso es lo peor de El Futuro, que resulta un filme de estética fascinante e intenciones renovadoras pero que a la sazón deviene enclenque. Le falta algo, le sobra algo, está milimétricamente descompensado y pertenece al terreno de lo puramente artie.
Una de las sorpresas más positivas del festival fue, sin duda, Sobre la marxa (2014) que se alzó con el Premio del público. Este documental de acabado extraordinario que evoca al mockumentary sin serlo nos retrata la obsesión de un artista sin formación, Josep Pujiula alias 'Garrell'. Garrell construye ciudades agrestes en los bosques (cabañas catedralicias) y durante años dirige películas de Tarzán protagonizaas por el mismo. Esto que a priori parece una astracanada, casi una broma, es gracias a Jordi Morató objeto de una reflexión en que la obsesión, la perseverancia y el empecinamiento se convierten en la forma de vida de un personaje pintoresco y único. Garrelll ofrece momentos hilirantes, tiernos y grotescos, pero también nos lleva a profundas reflexiones; este romántico reinventado y hecho a si mismo está considerado en Estados Unidos como uno de los creadores de arte sucio más destacados del siglo XX. Su vida es todo impostura y actitud, desde el found footage recogido con la cámara primeriza de un joven Aleix Oliveras al retrato exquisito de un hombre franco realizado por J. Morató todo en este filme irradia vitalidad. Uno de los instantes más sugestivos del Festival D´A precisamente fue el contar con la presencia del propio Garell, el tarzán gerundense, el constructor de catedrales y tumbas faraónicas. Su presencia emocionó a los asistentes y sus palabras nos sacaron de dudas. Esto es auténtico, nada de falso documental, este tipo ha existido y existe. Un momento de magia cinematográfica excepcional.