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publicado el 30 de octubre de 2014

Las tripas de James McAvoy

En el libro Filth, o Escoria, como se tradujo en español, el autor Irvine Welsh se sacó de la manga una maravillosa manera de analizar la mente y las motivaciones del soberano deshecho humano que había escogida como protagonista: pasar la voz narrativa a la lombriz intestinal que habitaba en sus tripas. De esta forma tan poco romántica dejaba claro el autor de Trainspotting que a ciertos personajes solamente se les puede entender desde lo más sucio y visceral del cuerpo humano, allí donde nace el odio hacia tus semejantes y la necesidad de sexo y juerga continua.

Marta Torres | La película que ha escrito, producido y dirigido el escocés John S. Baird, y que adapta fielmente el libro de Welsh, no recurre a la solitaria como voz narrativa, pero sí que se esfuerza visiblemente en constatar que el agente Bruce Robertson es un ser humano con todos los vicios posibles. Durante los primeros cinco minutos de la película, quizá uno de los momentos más inspirados, el propio Bruce se presenta a cámara y ya deja claro que está orgulloso de ser misógino, racista, drogadicto, alcohólico, manipulador, mentiroso y de gastar bromas crueles a sus semejantes. Si bien el actor protagonista, un James McAvoid entregado a su personaje y que incluso coproduce la película, es demasiado encantador para que de verdad creamos que Bruce no tiene salvación posible.

Al margen del retrato de nuestro protagonista, que acapara y justifica cada uno de los fotogramas de la película, no hay mucho más que contar: un ascenso para el agente que resuelva el brutal asesinato de un joven asiático es la excusa argumental, el MacGuffin, que hace avanzar esta excursión que nos lleva desde el parque de atracciones de las drogas al purgatorio y que la película plantea como una suerte de escenas con más o menos integridad cronológica que irán perdiendo coherencia a medida que avance el metraje, imitando más o menos el discurrir de un borracho, de un ser enganchado al acelerón vital. En Filth, la salvación tiene un aire de patética rendición.

Si hay algo que reprochar a la película es su obsesiva fijación en ser desagradable, oscura y políticamente incorrecta, quizá porque el protagonista parece un niño bueno esforzándose en ser el malo de la clase. Fitlh se desvive por ser gamberra, y tiene sus momentos, oscura, y tiene sus momentos, y tiene una buena banda sonora, pero no es Trainspotting, la anterior adaptación de Welsh llevada al cine por Danny Boyle, un filme que respiraba negrura sin necesidad de esforzarse demasiado. Quizá el problema es que no pueda imaginarme las tripas de James McAvoy.


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