publicado el 25 de noviembre de 2014
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Cold in July |
Marta Torres | Después de las geniales Stake Land y We are what we are, Jim Mickle vuelve a cambiar de registro con Frío en julio, un filme que es a la vez un thriller violento y una comedia negra ambientado en un Texas ochentero de colores saturados. Frío en julio demuestra también que Mikle conoce lo suficiente el género para hacernos disfrutar con él sin dejarse atrapar por sus resortes y mecanismos. La película, como los filmes más negros de los Coen, es mucho más de lo que parece a simple vista, y lo es en todos los sentidos. Si en Stake Land, Mickle empleaba el cine de vampiros para poner en solfa el fanatismo religioso y en We are what we are, una familia puritana resultaba ser mucho más oscura de lo normal, en Frío en julio dispara a matar contra la sólida sociedad tejana, sus armas de fuego y sus sheriffs de aspecto íntegro.
La película empieza en el lecho conyugal de una tranquila pareja de Texas, el sancta sanctorum de todo lo que un tejano puede considerar su propiedad privada, si exceptuamos su coche. Esa noche, un extraño entra en su casa y el marido, casi accidentalmente, le dispara en la oscuridad. Aunque felicitado por la policía y la gente de bien del pueblo, nuestro apocado padre de familia deberá enfrentarse con el padre del chico muerto, un exconvicto sin demasiados perjuicios a la hora de matar. Hasta aquí el argumento del típico filme de acción, hasta que Mikle lo deconstruye a golpe de taladro y lo convierte en un viaje alucinante al fondo de la corrupción policial, las bandas mafiosas, las snuff movies, la cría de caballos, los tiroteos, las relaciones paterno filiales y la camadería entre fugitivos. Una delicia grabada con tensión, narrativamente precisa y visualmente brillante que plantea asuntos turbios con una suerte de sonrisa entre sardónica y desencantada. Mikle ha convertido el mecanismo del cine de género en una llave para sacar a la luz el lado más oscuro de Estados Unidos.