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publicado el 11 de agosto de 2016

El cerebro como madriguera

Lluís Rueda | La figura controvertida de Bobby Fisher, para muchos el mejor ajedrecista de la historia, es en si misma pura materia de ficción tanto por su excéntrica figura como por toda la literatura que han generado sus poderosas coordenadas mentales. El filme El caso Fischer de Edward Zwick (Leyendas de pasión, El último samurái, Diamante de sangre) es una cinta que no nos va a aclarar los misterios de la conducta y la mente expansiva de Fischer pero como poco alcanza a construir un par de metáforas brillantes que nos sirven para entender el calado del individuo de manera brillante. Por un lado cuando se compara la mente del ajedrecista con una inmensa madriguera llena de recovecos, fugas, falsos caminos (amagos de jugadas), vías de luz, y de oscuros senderos, la otra cuando directamente se habla del contenido de su psique comparándola con el firmamento, las estrellas, lo sondable y lo insondable... Por tanto estamos ante un biopic que tiene por cometido mostrar como la genialidad siempre va unida al caos, a la perdida de humanidad, a la enfermedad, a la autodestrucción y finalmente a la locura.

En ese sentido El caso Fischer resulta un filme harto estimulante, acaso la lástima es que su concepción de melodrama caiga en ciertos tópicos y en un desarrollo excesivamente formulario. Con el precedente de En busca de Bobby Fischer (Searching for Bobby Fischer, 1993) de Steven Zaillian, una cinta que por momentos roza la perfección, la nueva visión del mito del ajedrez que propone Zwick se mueve sin demasiada convicción por terrenos conservadores y recurre a soluciones propias de una TV movie. Cabe, dicho esto, reivindicar que más allá de un manejo discutible de los resortes melodramáticos y el abuso gratuito de situaciones cómicas que se ceban en el encaje en la sociedad del extravagante del personaje (en ocasiones convertido en una suerte de excéntrico Pee-Wee Herman o de televisivo agente Monk) hay en la cinta elementos poderosos y estimables.

Lo primero es la dupla de competidores protagonista Tobey Maguire (Fischer) y Liev Schreiber (Boris Schreiber), casi dos boxeadores en continua liza bajo la sombra del telón de acero a la manera de Rocky e Ivan Drago... No, no es mear fuera de tiesto, hay situaciones que recuerdan de manera incontestable a pasajes de la para muchos afortunada cuarta parte de la saga Rocky dirigida y protagonizada por Silvester Stallone en 1986. Aquí se da una contienda similar, un contexto socio-político idéntico, incluso el abogado Paul Marshall (Micahel Stuhlbarg) y el sacerdote Bill Lombardy (Peter Sarsgaard), que podrían compararse con Poulie y Apollo Creed, arropan en todo momento al competidor americano y guían sus pasos. Pero dejemos al Potro de Philadelfia y volvamos al caballo, la reina y el alfil. El caso Fisher es una irregular, pero efectiva muestra de artificio con los puntos sobre las íes, quizá a la manera de lo que fue El último samurái (The Last samurai, 2003) , y es que Zwick es una suerte de aprendiz de Ron Howard que raramente desbarata un buen guión. Cabe tener en cuenta algunos detalles para apreciar este filme en su justa medida. Las partidas de ajedrez son duelos de puro spaghetti western, es preclaro en las miradas, la respiración, la gota de sudor, las voces interiores, el esquema de arena sangrienta -en este caso una mesa, un tablero y dos sillas-, a la sazón una auténtica gozada. Solo por ello ya merece la pena acercarse con ganas a su visionado. Después rondan detalles sugestivos, como el perfilado de Fischer en su faceta como ser sin empatía; su obsesivo antisemitismo judío; la idea del artista o el pensador como muñeco roto en manos de ciertos crápulas gubernamentales; la sofisticada manera de retratar una sociedad paranoica obsesionada con la patria y aciertos formales como la excelente utilización de imágenes de archivo perfectamente integradas en el filme.

En resumen, El caso Fischer es uno de esos biopics que uno puede recomendar a aquellos que en general huyen de los biopics, porque en este caso, la mínima regla se cumple, al menos para un servidor: el personaje es interesante, el contexto fascinante y la factura de la cinta, con sus peros, en general bastante correcta.


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