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publicado el 18 de noviembre de 2016

Un western sin héroes

Marta Torres | Un movimiento de cámara circular nos describe con precisión un pueblo de provincias estadounidense. Tiendas cerradas, coches desvencijados, casas en alquiler, desolación… un plano casi indiferente que parece decir: las cosas son así. Esto es Texas hoy en día. Se acabó el sueño americano. Luego, como para confirmar el análisis, la cámara se precipita sobre una mujer de mediana edad, la cajera de un banco que llega a la sucursal a primera hora de la mañana y que no espera ser la víctima de un atraco. Así empieza Comanchería (Hell or High water), la última película de David Mackenzie, un director británico conocido hasta ahora por el excelente drama carcelario Convicto (Starred up, 2013), que decide empezar una película sobre la América profunda (o la América fracasada) con la mirada de un forastero en un western equivocado.
Porque Comanchería es una suerte de western contemporáneo sin la mítica del pistolero fracasado de Clint Eastwood o sus atardeceres de cowboy solitario. Estamos demasiado lejos del mito fundacional de Estados Unidos para eso. La película nos cuenta la historia de dos hermanos, uno de ellos ex convicto (Ben Forster y Chris Pine) que deciden atracar las oficinas del banco donde tienen la hipoteca de su rancho. A ellos se enfrentan dos viejos Rangers, uno de ellos interpretado por Jeff Bridges, que han entrado en el crepúsculo de su vida, quizá el símil de un país en decadencia o quizá una forma de establecer distancias con el cine de acción de los ochenta. En este sentido, la película agrupa tres mitos del cine de acción: el ladrón que roba a los ricos, el cowboy y el Texas Ranger y los desnuda, los desbroza y nos enseña lo que hay detrás: seres humanos. Lo que podría parecer una vuelta de tuerca al cuento del ladrón que roba a los ricos resulta no ser tan simple: hay muertos, pensiones de paternidad e intenciones torcidas; y todo esto pasa en un no-lugar de calles polvorientas, pueblos solitarios, casas en venta y vecinos de gatillo fácil que se toman la justicia por su mano. Al ritmo, eso sí, de una banda sonora de Nick Cave que por sí sola ya justifica la entrada al cine.
Entre tanto, Mackenzie lidia con todo esto con garra, nervio, autenticidad y una magnífica dirección de actores que pone el punto justo de humor y amor en unos personajes que se saben fuera del sistema, a un paso del desahucio. La cámara se mueve segura, casi de una forma clásica, como si el director hubiera sintetizado todo el cine de persecuciones en el desierto hecho en Hollywood.
Decíamos que Comanchería era la antítesis del sueño americano, pero quizá sea una conclusión demasiado obvia y, por tanto, equivocada. Podría resultar al final que el sueño americano sí que existe y está reservado para los que saben trampear con el sistema, aunque el sistema esté formado por bancos que quieren quedarse con tus tierras. Comanchería avanza, más bien, el universo en descomposición que ha alumbrado a criaturas como Donald Trump y las ha colocado en la cima del poder público.


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