publicado el 30 de diciembre de 2016
Lluís Rueda | El placer para los sentidos que ofrecen hoy día las cintas de gran presupuesto, en términos de ciencia ficción espacial (Interestellar, The Martian, etc..), o va parejo a una buena historia o se queda en una ensoñación vacía, a la deriva, ínfima y para nada estimulante. Esto más o menos es lo que pasa con Passengers, una cinta de impecable factura técnica que muestra más parches y remaches, a modo de equívocos de guión, que la nave espacial de un chatarrero. No es por falta de glamour o vigor escénico, pues el filme luce preciso, vibrante y esperanzador en su impecable arranque, por desgracia un planteamiento fílmico que se deshace por momentos en un cosmos de despropósitos. Seamos claros de entrada, el principal error de esta cinta es que retuerce tanto el recorrido emocional de sus protagonistas que acaba por convertirlos en una suerte de autómatas en manos de un nefasto programador y lo que podría haber sido un space survival con aromas a Naves Misteriosas (Silent Running, 1972) de Douglas Trumbull o a Moon (Id., 2009) de Duncan Jones acaba por transformarse en un drama romántico de baja estofa. Acaso el regalo más suculento del filme sea Avalon, la espectacular nave gigante que traslada a 5.000 personas criogenizadas al planeta Homestad II en un viaje de una previsión de 120 años, pero Jim Preston (Chris Pratt) será la excepción al despertarse 90 años antes de llegar al objetivo. Tras un año de soledad y depresión en la nave decide tirar de egoísmo y, sí, también de psicopatía. Jim, en un acto imperdonable despierta a una atractiva escritora, Aurora Lane (Jennifer Lawrence). Con Aurora condenada, el antihéroe de la función, ya estigmatizado de un modo irreversible por parte del espectador, se dedica a seducirla ocultando su acto irresponsable hasta que un robot de Avalon interpretado por Michael Seen le revela a la joven el origen real de su situación. Evidentemente esto nos plantea un conflicto moral que necesita una salida que contempla todas las posibilidades menos una: la romántica.
Llegados a este punto, el guion del filme se exprime hasta límites inverosímiles para tratar de redimir el error del joven mecánico forzando una suerte de giros y retruécanos que rozan lo surrealista. La idea imprecisa de crear una Arcadia en la nave al margen de los pasajeros criogenizados entre el manipulador y su víctima echa al traste toda la propuesta.
El realizador Mortem Tyldum, responsable de The imitation game (Descifrando Enigma) (2014), biopic de Alan Turing interpretado por Benedict Cumberbatch, se acerca a la historia con calculada frialdad, mientras que el guionista, Jon Spaihts (Doctor Extraño, Prometeus) parece no manejarse con inteligencia y, sobretodo, no entender que en el cine como en otra ficción, o incluso la vida, hay líneas rojas que si atraviesas ni puedes ni debes tratar de maquillar... Si el planteamiento de Passengers era apostar por el dibujo psicológico que esboza en su planteamiento, amedrentarse o buscar la redención del protagonista a toda costa, es tanto como dinamitar la obra o quemarse a lo gonzo.
La película parece abonada a la pirueta emocional y a una búsqueda obsesiva de una catarsis que a menudo la descentra de su cometido. En The Passangers, esta obsesión convierte a Judas en un héroe con prestancia de “guardián de la galaxia”. En fin, el infierno del celuloide le juzgará, de momento que suenen las trompetas del juicio final y miremos ese bonito exterior del universo que el filme sí nos enseña con atino, un mundo limpio, sin mezquindades. The Passangers es un filme de imaginería atractiva y con golpes poderosos, pero su enfoque es un lastre insalvable.