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publicado el 31 de mayo de 2018

Asesinos, pero con glamur

Lluís Rueda | En el terreno del slasher más o menos ortodoxo los códigos argumentales y planteamientos generales vienen servidos por parte del legado del cine de horror de la década de 1980 y es tarea ardua hallar códigos rupturistas. Más en productos que se ciñen al canon sin más pretensión que la de entretener asumiendo su naturaleza de filme comercial. En los Extraños (The Stranglers. 2008), Bryan Bertino nos sorprendía con un enfoque interesante: abordar desde un punto de vista distendido la naturaleza del asesino que ataca una vez en un lugar escogido fuera de su ámbito natural y desaparece, planteando serias dudas acerca de sus motivaciones y siendo paradigma de un perfil criminal que se mueve entre lo veleidoso e incluso lo lúdico. En esa tesitura que también apunta la saga La noche de las bestias –en este caso con coartada sociopolítica –, la cinta de Bertino tuvo una buena acogida y, sobretodo, no mostraba en su planteamiento un libreto gratuito, puramente festivo, siendo cuanto poco un producto perturbador sobre perturbados viajeros o visitantes nocturnos. Con esta premisa como piedra angular, Los extraños: Cacería nocturna es una inteligente continuación en la que el campo de batalla se traslada de un hogar en las afueras a un camping de caravanas en mitad de la nada (claramente un guiño a Cristal Lake, de Viernes 13, aunque se advierta que el filme está basado en un caso real).

El primer tramo de la cinta incide en el conflicto emocional de una familia para trazar con brocha gruesa una empatía forzada, pero imprescindible, y prepara un segundo acto que es donde se concentra el meollo artístico de esta atractiva terror movie. Los recovecos del recinto ayudan a ampliar la creatividad de los tres asesinos y ya desde el primer crimen en el lavabo de un hogar-caravana la cosa se anima hasta convertirse en un carrusel de sangre y horror de lo más fresco. Johannes Roberts (A 47 metros), pese a las reglas del subgénero arriba apuntadas sabe jugar con enorme desparpajo a revestir sus situaciones de una operística muy apetecible. El realizador muestra un buen manejo de los resortes del suspense y, lo más importante: una construcción de los personajes antagonistas –mudos, arlequinados, toscos o sensuales– tan atractiva que empequeñece a las sufridas víctimas hasta casi minimizarlas antes de cada ataque.

Los extraños: Cacería nocturna es una fiesta decadente de sangre y confeti que reviste la truculencia con música de los ochenta y se concede secuencias tan magistrales como la de la piscina- discoteca a ritmo de un tema de Bonnie Tyler. Pero el desfase y la distancia, muy de agradecer, nunca pervierte el control de lo que sucede en la ficción, brutal e hipnótico; y es que el realizador muestra un equilibrio singular difícil de conseguir en este tipo de productos y es clavar el meme monumental en el momento exacto en que la película luce tan abrasiva que incomoda. Amén de que el tour de forcé final que se marca Johannes Roberts es de lo más estimable del cine de horror norteamericano de la última década. Créanme, no es para nada exagerado.

Es en resumen un ejercicio de estilo más sutil de lo que aparenta y, sobretodo, una propuesta que nos congratula por lo que tiene de tradición, de amor por el género y de transgresor en los matices.

Bienvenidos a la cacería nocturna.


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