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publicado el 26 de octubre de 2018

El mal como trauma

Marta Torres | Después de las oscuras aproximaciones al mito dirigidas por Rob Zombie, más cerca del malditismo poético que del terror de género, John Carpenter, el creador de la fundacional Halloween de 1978, vuelve a implicarse en la saga gracias a que Blumhouse Productions se hace con los derechos de la franquicia y decide recuperar al psicópata Michael Myers para el siglo XXI. En pleno periodo reivindicativo de los ochenta, había un cierto peligro de que la nueva La noche de Halloween fuera poco menos que un ejercicio nostálgico para fans, puesto que incluso los responsables y guionistas del proyecto, David Gordon Green (que además dirige) y Danny McBride, son admiradores de la película original y era probable que se acercasen al material con demasiada devoción para sacarle partido. Al final, el filme reúne suficientes elementos creativos para alejarle de lo insubstancial, aunque deja una extraña sensación de material desaprovechado.

El nuevo Halloween vuelve a los personajes originales, el asesino y su víctima, cuando estos ya han ingresado en la tercera edad. Michael Myers como una curiosidad morbosa aparcado en un psiquiátrico penal y Laurie Strode (Jaime Le Curtis) como devota de las armas con síntomas postraumáticos. Ambos personajes son elementos residuales de los miedos de la sociedad estadounidense y su afán por la autodefensa y, de algún modo, dos monstruos que necesitan enfrentarse cara a cara. La película incluso llega a plantear el dilema entre la sociedad progresista y la partidaria de la seguridad por encima de todo, y queremos creer que lo han resuelto con una apuesta decidida por los mecanismos del cine de género: la entrevista al psicópata, el Michael Myers dejando un rastro de víctimas en forma de plano secuencia, el uso del fuera de campo como elementos terrorífico, el guiño a escenas míticas del filme original que se emplean para jugar con nuestras expectativas, la significativa escena en que la víctima pide ayuda a diversas casas del vecindario… La película se enriquece además con secundarios jugosos y bien trabajados, aunque algo desaprovechados, como la pareja de periodistas, que recuerda un poco a los protagonistas de Expediente Warren o los policías que discuten acerca de sus bocadillos vietnamitas. Es fácil imaginar Halloween como un ajuste de cuentas con el cine que se hace actualmente, como si el propio Carpenter estuviera detrás de la máscara del asesino para recordarnos que su terror sigue vivo y aún quiere darnos miedo. Personalmente, es mucho más terrorífica Laurie Strode y sus paranoias militaristas que un psicópata que sigue repitiendo los mismos trucos, celebrados y aplaudidos pero ya no terroríficos, que hace 40 años.


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