boto

estrenos

publicado el 22 de febrero de 2019

Memorias de una infiltrada

Nos gustan las películas de Karyn Kusama y nos satisface entender su cine como una parcela en la que emergen márgenes muy sugestivos para la provocación, la impostura y una autoafirmación autoral descarada y ambiciosa. Películas como El cuerpo de Jennifer o La invitación son propuestas muy personales y que denotan un talento que no entiende de géneros ni clichés.

Lluís Rueda | Entiendo que después de ver Destroyer. Una mujer herida, una película con un esforzado guion de Phil Hay y Matt Manfredi, todos podríamos firmar tal afirmación. Pero permítanme, los que tenemos una edad tenemos cierta sensación de deja vu. Si nos trasladáramos a 1991 y nos expresáramos en idénticos términos respecto a una directora consagrada como Kathryn Bigelow que aquel año estrenaba el espléndido thriller policíaco, amén que rotunda película generacional Le llaman Bodhi (Point Break), podría la entusiasta aseveración funcionar perfectamente. Eso ni es bueno ni es malo, pero invita a que seamos prudentes en nuestro juicio sobre una realizadora y un filme que apunta cosas espléndidas, pero, cabe decirlo, también denota en no pocos pasajes una patente autocomplacencia. La película se disfruta, o se debe disfrutar, como un correcto thriller policíaco, en el que su personaje protagonista, Erin Bell (Nicole Kidman), es prácticamente el centro de atención por su imprevisible comportamiento en el cuerpo del relato y por su decadente, que no desencantada, manera de analizar una vida resquebrajada y un pasado plagado de cadáveres y fantasmas. La alcoholizada agente, madre problemática y suerte de Harry Callahan femenino, afronta el caso de un asesinato relacionado con un asunto del pasado que acabó con su inocencia y truncó su futuro. Kusama nos lleva al pasado y al presente con sólida eficacia para componer un puzzle detectivesco que nos importa relativamente, pues es en el dibujo de su particular anti heroína donde luce su pulso como directora y donde una película que no luce en demasiadas parcelas y se sabe humilde puede resultar sorprendentemente impactante.

Destroyer. Una mujer herida sí es un mecanismo para el lucimiento de una actriz que incluso bajo capas y capas de maquillaje luce extraordinaria e incluso arrebatadora. Pero más allá de una gran Kidman a la que, por cierto, casi se merienda en una única escena, la secundaria Tatiana Maslany (ojito con esta enorme actriz), el que esto les escribe tiene la sensación de que la fría exposición de circunstancias (en ocasiones muy televisiva para bien) emula texturas y aporta esa mágica distancia matemática del Michael Mann de Manhunter (1986), Heat (1995) y Collateral (2004). Y es que Destroyer. Una mujer herida es en esencia puro Mann, juego de espejos con una estética apabullante, ritmo pausado en la exposición y enconada violencia que puede catalizarse mediante una beoda escena o una extraño y paradójico comportamiento por parte de alguno de sus activos en el reparto. La solidez gélida del concepto noir (anclado en el subgénero del policía infiltrado) y el magnetismo de su protagonista son el punto excepcional de un filme al que le gustaría mirarse probablemente en Teniente corrupto (Bad Lieutenan, 1992) de Abel Ferrara o en algún Sydney Lumet como Serpico (1973). Destroyer. Una mujer herida no es nada más, pero nada menos, que un ejercicio de estilo interesante sobre un modelo superado, poco estimulante en el fondo y, sobretodo, con las aristas un poco verdes (véase demasiados altibajos en sus transiciones y soluciones formularias en momentos en que el ritmo se resiente). Cuando la disfruten piensen en que están ante una versión modernizada y muy “esteta” de Le llaman Bodhi, aunque mucho me temo que aquella banda de surfistas tenía más glamur que estos nuevos ladrones de bancos (cuyas correrías se sitúan en un pasado idealizado en los años noventa). En resumen, una película interesante que sabe cómo amasar algunos guiños y homenajes pero que en su inexacta composición nos deja alguna duda que compromete sus intenciones y una sensación de frialdad que requiere un acercamiento más técnico que emocional. Lo mejor: la valiente dirección, el momento Kidman-Tatiana Maslany y apuntes musicales estimulantes como los de la banda stoner Kyuss. En síntesis, muy correcta y bastante recomendable. Sabe jugar sus cartas evocadoras a la perfección y eso, hoy día, es muy meritorio.


archivo