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publicado el 5 de abril de 2019

Microrevoluciones



Muchas y destacadas películas han versado sobre los acontecimientos que se dieron en París entre 1789 y 1799 que desembocaron en la llamada Revolución Francesa que derrocó el Antiguo Régimen. La marsellesa (La Marseillaise, 1938) de Jean Renoir es una de las capitales, o más recientemente Historia de una revolución (La Révolution française, 1989) de Robert Enrico y Richard T. Heffron. Pero también tenemos las centradas en la siempre significativa y carismática figura de Maria Antonieta, entre las más recientes Maria Antonieta (Marie-Antoinette, 2006) de Sofia Coppola y Adiós a la reina (Les adieux à la reine, 2012) de Benoït Jacquot. Diversos puntos de vista para un conflicto histórico que ha devenido referencial y que siempre surge a colación de cualquier insurrección o conato de sedición, se entiende, de una contrastada carga de violencia y la consecuente lucha armada.

Lluís Rueda | Esta nueva aportación al tema de Pierre Schoeller (El ejercicio del poder, Le anonymes) se centra en los sucesos de 1789, tras la toma de la Bastilla, cuando los aires de cambio y el anhelo de libertad toman las calles. Un pueblo y su rey centra su crónica en una pequeña comunidad conformada por Françoise, una joven lavandera que se suma al espíritu libertario y un ladronzuelo de nombre Basile que se transforma como hombre a través de los valores revolucionarios y el amor hacia la joven. Pierr Schoeller retrata los sucesos a través de una comuna de un distrito de París incidiendo en el dramatismo pictórico de cada plano. Podemos decir que Un pueblo y su rey pone el objetivo en la microrevolución de una pequeña barriada y en sus protagonistas que se antoja una perfecta manera de explicar un cambio de mentalidad desde la base, desde el estamento familiar.

El filme recela a la hora de exorcizar la figura de los vencidos y se recrea en el goce de la guillotina y el desprecio a la monarquía, es valiente y eficaz en cuanto sitúa toda épica en las figuras femeninas que agitaron las conciencias con su entrega y un pundonor incombustible. Bella secuencia la de esas mujeres con sus armas y sus camisones blancos atravesando un barrizal descalzas para perpetrar un canto unísono y firme. Una realización sólida, una producción generosa y un elenco de actores notable, entre los que hallamos a César Gaspard Ulliel (Solo el fin del mundo), Adèle Haenel (120 pulsaciones por minuto), Louis Garrel (Soñadores) y Laurent Lafitte (Elle) hacen de la película un apetitoso espectáculo que parece más grandilocuente de lo que realmente pretende, acaso porque deslumbra por su excelente utilización del fuera de campo, y una más que competente composición de personajes; mujeres y hombres que nos llevan de la mano y que entienden el mundo y la vida de un modo que ni, probablemente, Robespierre o Marat apenas podían atisbar en sus encendidos discursos.

La política de la retórica, que vemos bien retratada en las secuencias de la nueva Asamblea, y la de la lucha real de las calles son diferenciadas por Pierre Schoeller de modo que ya casi intuimos un desencanto transversal. Rico retrato el de este filme que no incide en la soflama revolucionaria de manera naíf, más bien nos muestra sus contradicciones y cuan alejado siempre está el poder de las masas en términos prácticos. Un pueblo y su rey lanza la idea de que el instante real de libertad es aquel en el que el pueblo empuja los muros de la opresión, pero el testigo del gobierno queda durante días suspendido en la nada y el caos. La lumbre de las casas, el vino y confidencias políticas, un matriarcado como pilar de los valores; ese milagro cotidiano de Un rey y su pueblo es idéntico al que nos regalan los cuadros costumbristas del pintor Georges de la Tour. Por cierto, un título el de este estupendo filme, que ya implica una denuncia implícita al monarca, a su nula gestión y empatía y a su dejadez de funciones desde el Palacio de Versalles; ese sí, su único reino.


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