publicado el 17 de abril de 2019
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Reconozco mi debilidad por el cineasta François Ozon y por su elegancia incendiaria, es decir, por su capacidad para dinamitar los esquemas del melodrama y la comedia sin que nuestra atención por su poder como narrador sobrio y elegante se resienta. Su parcialidad es vista por algunos como arte de la impostación y hay quien argumenta que su cine es un giro de 360 grados sobre un par de buenas ideas y casi nunca sacude del todo; dicen, se ensimisma en el mecanismo, en su propio espejo narcisista, pero rara vez precipita en algo sublime y perdurable. Permítanme aclarar que disiento, el temerariamente denominado Almodóvar francés, tiene una obra tan caleidoscópica como coherente en la que como poco destacan tres películas extraordinarias: Bajo la arena (Sous le sable, 2000), Una nueva amiga (Une nouvelle amie, 2014) y Frantz (2016), esta última una obra maestra. Ozon es tenaz en su discurso sobre la sexualidad, preciso en su sentido del humor negro —a la manera de Claude Chabrol— y cálido y decidido en sus retratos humanos, tanto como un Éric Rohmer o un François Truffaut.
Lluís Rueda | Gracias a Dios está inspirada en la historia real de las víctimas de un sacerdote, Bernard Preynat, en Lyon, que aprovechaba las actividades de los scouts de la iglesia para abusar de menores. Las víctimas fueron decenas y los abusos se prolongaron durante años. Algunos de aquellos niños, ya adultos, deciden conformarse en una asociación de nombre ‘La palabra liberada’, que tiene en un principio la prioridad de llevar al padre Preynat ante la justicia, pero cuya popularidad les hace plantearse tomar acciones directas contra la Iglesia en una causa más global. El filme está protagonizado por Melvil Poupaud, Denis Ménochet y Swann Arlaud que encarnan a tres hombres de diferente condición social, y a los que la vida no ha tratado por igual. Todos ellos deciden romper su silencio y hacer públicos los abusos. La óptica del realizador es la de indagar en las motivaciones personales de cada uno, en sus convicciones o en la plena ausencia de ellas.
El primer error a la hora de aproximarse a esta película es quedarse en la superficie de su principal asunto, los casos de pederastia en la Iglesia Católica y sus nefastas consecuencias en varias generaciones de hombres. En ese sentido se ha vendido la película como una suerte de Spotlight (2015) de Thomas McCarthy a la francesa, y el caso es que la exposición de Ozon resulta más dura e implacable si cabe. No le tiembla al director de Joven y bonita la mano a la hora de mostrar la dureza de los acontecimientos y se concede varios flashbacks a cuál más inquietante que nos hacen transportarnos a los lugares de los delitos. Por cierto, que el padre Preynat esté interpretado por Bernard Verley lo hace todo más inquietante si cabe, no olvidemos que el veterano actor interpretó a Jesús en La Vía Láctea (La vaie lactée, 1969) de Luis Buñuel. Como apuntaba más arriba, Ozon también pone el foco en como algunas de las víctimas aprovechan la nueva condición de popularidad tras las denuncias de la asociación para redimirse de sus toscas o anodinas vidas y buscar una nueva familia precisamente en el seno de la comunidad de afectados; hombres con sus esposas y sus hijos, el núcleo activista de “La palabra liberada”. Ozon carga las tintas sobre ciertas performances astracanadas que dentro de la ficción buscan el posicionamiento y trascendencia de la asociación, como en el caso de la discusión sobre la campaña del pene y la avioneta (sic). Pero sobretodo, el objetivo de su ira, donde no hay objeto de perdón alguno, es sobre la figura de los padres de aquellos niños que, por su condición de cristianos, miraron hacia otro lado y rezaron a Dios misericordioso para expiar un silencio lacerante. Gracias a Dios va sobre ese silencio familiar, mucho más que sobre el propio estamento eclesiástico. La película acusa a la comunidad cristiana de Lyon. A todos ellos.
Con este objetivo cumplido, nos queda el gran Ozon que no se anda con medias tintas y reparte a todo Dios. Para el recuerdo cinéfilo queda su manera de tratar la pérdida de la inocencia y el como esos niños ultrajados todavía viven atrapados en cuerpos de hombres a la deriva. El filme es técnicamente impecable y nos muestra con enorme pericia las sombras de una ciudad, cabe decirlo, tan bella y vital como Lyon. En ocasiones cuesta saber si el mal se halla en esa Basílica Notre Dame de Fourvier en la que arranca el filme, en cada una de sus piedras bancas y en sus mosaicos con los pecados capitales; o si la sombra real es el miedo, la cobardía del prójimo. Por último, apuntar la extrañeza única que destila el filme cuando su realizador coquetea con la comedia en situaciones “inapropiadas” por dramáticas. Eso es talento, mirada, riesgo.