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publicado el 17 de julio de 2019

El verano del cohete o el relato de un mundo desaparecido

Con motivo de la misión Apollo 11, que supuso la llegada del hombre a la Luna, la NASA encargó la grabación de todo el proceso en una película de 70 mm (para que nos hagamos una idea, un film convencional es de 35 mm). Por algún motivo, este material permaneció inédito en algún archivo al mismo tiempo que la aventura quedó firmemente impresa en una generación a través de los rayos catódicos de los televisores. El lanzamiento y más tarde, el alunizaje, se convirtieron así en parte de nuestro subconsciente pop. Imágenes que la publicidad, la televisión y el cine han usado de mil modos distintos hasta el punto en que han perdido buena parte de su significado. Son viñetas de ficción de una historia de política y conspiraciones cuyos protagonistas están casi todos muertos.

Marta Torres | 50 años después, la NASA ha recuperado este material y lo ha puesto en manos de Todd Douglas Miller, autor de un documental sobre dinosaurios dirigido al gran público para que edite, precisamente, una versión de los hechos que supere el triste parpadeo televisivo. Quizá sea este el motivo por el cual, partiendo de material real, la película tienda a la impostura. Las imágenes, que tienen ecos a 2001. Una odisea en el espacio, nos hablan más de cómo se construye un discurso propagandístico que del viaje espacial en sí mismo, aunque no sea un efecto buscado sino el producto de un montaje que busca solamente revivir la emoción del momento.

La llegada del hombre a la Luna fue a su vez fruto de un acto de propaganda. En plena guerra fría la URSS y los Estados Unidos se embarcaron en una carrera por la conquista del espacio que ganaba claramente la Unión Soviética. Fue entonces cuando Kennedy pronunció su famoso discurso ("No lo hacemos porque sea fácil, lo hacemos porque es difícil") y prometió llevar a la Luna y devolver a la Tierra sanos y salvos a un grupo de astronautas. En pleno auge económico y muy lejos de la filosofía de los recortes actuales, el viaje a la Luna se convirtió en espejo de una época inocente y optimista. En este aspecto es donde más brilla Apollo 11: las imágenes de gigantescas estructuras desplegándose en Cabo Cañaveral, la muchedumbre feliz que se agolpa en las inmediaciones, la abundancia de fotógrafos y periodistas funcionan como un gigantesco anuncio publicitario de una sociedad abundante y segura de sí misma. Del mismo modo, la película ideada por Miller opta por una cierta inocencia narrativa. El montaje es lineal, aunque no detallista, busca la emoción sobre la precisión, el score es rotundo y descriptivo, nada sugerente… todo está diseñado para comunicar una determinada idea de forma inequívoca y espectacular. En este sentido, la intención es transparente.

Sí que existe, no obstante, una cierta intención, casi fascinación, por resaltar las partes en que aparecen cámaras o la cobertura televisiva. Los mismos astronautas se hacen fotografías en la Luna, lo que refuerza la sospecha de que los Estados Unidos de la época eran una sociedad tan derrochadora que fue capaz de enviar tres hombres a la Luna, con lo que supone en gastos de todo tipo, para crear el programa de televisión más caro de la historia. Lo que parece a simple vista un documental sobre la llegada del hombre a la Luna acaba por hacernos pensar en la naturaleza misma de la imagen y en sus usos documentales o publicitarios. Es posible también que hayamos cambiado mucho desde 1969 hasta ahora, que nada nos parezca inocente, que desconfiemos de entrada del montaje y los scores espectaculares para hablar de situaciones reales. Quizá para llegar a la verdad, a cierto tipo de verdad al menos, no sean necesarias las imágenes documentales.


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