publicado el 11 de abril de 2006
Marcos Vieytes | Destino Final 3 es una película clase B con todas las letras. ¿Qué significa esto en el 2006? No exactamente lo mismo que significaba cuando los estudios programaban la filmación de esas películas con poco presupuesto y escasa supervisión para proyectarlas como aperitivo de las grandes superproducciones llenas de estrellas y fastuosos decorados, pero algo bastante parecido y tan modestamente revolucionario como una patada al hígado. La película de James Wong cuenta con una inversión que suponemos proporcionalmente bastante mayor que la destinada a aquellas películas baratas de una hora de duración e indigentes efectos especiales, por lo que deberíamos denominarla más apropiadamente como un mainstream con espíritu de clase B. Sin embargo, por pertenecer a un género marginal como el fantástico y estar dirigidas mayormente a un público adolescente es capaz de decir cosas que otras voces, y en otros ámbitos, no se atreverían a decir.
La película de James Wong cuenta con una inversión que suponemos proporcionalmente bastante mayor que la destinada a aquellas películas baratas de una hora de duración e indigentes efectos especiales, por lo que deberíamos denominarla más apropiadamente como un mainstream con espíritu de clase B.
Sin ir más lejos, acabo de ver Capote (estrenada en Argentina el mismo día que DF3) y estoy seguro de que durante algunos años más gozará de un prestigio que, más temprano que tarde, habrá de diluirse en el más gris de los olvidos. Pero de aquí a veinte o treinta años Destino Final 3 seguirá divirtiéndonos como ahora y será, definitivamente, parte del imaginario colectivo. Si la aprobación popular es un hecho remarcable, aunque no necesariamente decisivo, aún hay otra cosa que marca la superioridad de este producto menor sobre la prolija representación de un tramo de la vida de quien escribiera A sangre fría. Y es que la representación de la muerte en una y otra película deja a las claras quiénes son los buenos y los malos en este asunto. Capote —la película— dice estar en contra de la pena de muerte, pero un director que escoge mostrar, en un contexto naturalista como el que propone Bennett Miller, los sacudones del sentenciado a morir en la horca en lugar del rostro del escritor mirándolo, cuando lo importante es el efecto de esa muerte en Capote y no la muerte en sí misma, manifiesta un sadismo revestido de justicia que transforma en un juego de niños a toda la sangre digital derramada –o más bien salpicada— de Destino Final 3.
Porque esta tercera entrega de la saga plantea su condición lúdica desde el mismísimo comienzo en un parque de diversiones al que acude la clase del secundario Mc Kinley que está a punto de graduarse. Como la montaña rusa que desata la primera tragedia, Destino Final 3 es una película a la que uno va a asustarse calculadamente: una película-montaña rusa. Sabemos que habrá un accidente, después una meseta, luego otro accidente, después otra meseta, y así sucesivamente, pero ese conocimiento no impide sino que alimenta la aparición de unas reacciones físicas muy puntuales. Wong y su guionista Glen Morgan también lo saben y no tienen mejor idea que abocarse, como el ingeniero libidinoso —a cargo de Donad Sutherland— que construía montañas rusas en Space Cowboys, a su trabajo de la mejor manera posible. De allí el humor que se desprende de la primera muerte post-montaña rusa, y los aplausos espontáneos y crecientes de los chicos en la sala de cine a medida que las muertes de la película se tornan cada vez más ingeniosas y divertidas, como esos inverosímiles planes que el Correcaminos ponía inútilmente en funcionamiento para matar al Coyote en los cartoons de la Warner Bros . Y que se queden tranquilas las almas sensibles: los chicos aplauden a los autores de esa puesta en escena, no a la muerte misma. Aplauden una representación ingeniosa, no una realidad cruel. Los que aplauden a la muerte son, en realidad, los espectadores responsables que van a ver el final de Perry en Capote y salen pensando en lo fenómeno que está P.S. Hoffman haciendo del “genial” escritor, que seguro ganará “la estatuilla” el próximo domingo, etc., etc., etc.
Pero seguir hablando de DF3 en función de dicha película es altamente ofensivo hacia ella, porque se vale por sí misma en el terreno cinematográfico y en otros incluso más peligrosos que ese. A ver si me explico: una vez que la muerte ha mostrado sus garras (porque la muerte es el gran personaje, elusivo y diletante, de toda la saga) y los chicos intentan desentrañar su plan para desbaratarlo, la protagonista muestra una serie de fotografías de gente asesinada y catástrofes famosas en las que la parca ha dejado sus huellas. Además de ser un Mc Guffin prototípico, pues da tantas pistas posibles sobre las causas de las futuras muertes que nunca podemos llegar a prever cuál de todas es la acertada y sí morirnos del miedo ante los múltiples asesinatos imaginados, les permite a los autores un comentario político tan actual como incorrecto, dado el contexto social de los Estados Unidos de América bajo la presidencia de Bush. Una de esas fotografías que sólo consiguen aumentar la paranoia de los chicos que todavía están vivos, pero pasan a figurar en la lista negra de la señora vestida de negro, es la de un avión proyectando amenazadoramente su sombra sobre una de las torres gemelas. Que una película como DF3 incluya una imagen del 11-S para jugar con los significados posibles de ese suceso, es ya una osadía que merece celebrarse como un síntoma de que el país del norte puede recuperar la cordura popular. Pero que el discurso de ella, además, demuestre la inutilidad del control paranoico a la que se ve tentada la protagonista, y nos muestre lo vanos que son todos sus esfuerzos, es síntoma de una lucidez de la que pocas producciones americanas son hoy capaces de hacer gala.