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publicado el 25 de mayo de 2005

Metalenguaje non stop

Lluís Rueda | Éramos muchos los que aguardábamos con impaciencia el retorno de Wes Craven, teniendo en cuenta que su nuevo filme abordaba la licantropía y que volvía de la mano del guionista de Scream (1996), Kevin Williamson, el motivo era doble.

La duda era qué novedad podía aportar el veterano director a un temática que tuvo su momento de gloria en la década de 1980 de la mano de John Landis y Joe Dante y la respuesta es obvia: el director de Pesadilla en Elm Street (A Nightmare on Elm Street, 1984) no ha realizado la gran película sobre el hombre lobo que los aficionados al género esperan desde hace años.

Pero dejando a un lado esta verdad incontestable, también hay que señalar que La maldición, pese a su envoltorio de filme indigesto y a contracorriente, contiene momentos de brillantez y de insultante frescura. El nuevo filme de Craven lleva el recurso del metalenguaje hasta cotas casi surrealistas: la autoparodia, el guiño cariñoso a clásicos como The Wolfmen o su capacidad de plasmar la quintaesencia de la comedia juvenil de la década de 1980, hacen de La maldición una gamberrada que muy pocos realizadores estarían dispuestos a asumir. Sería justo atender a la rumorología y recordar que los productores “retocaron” el trabajo inicial de Craven truncando las posibilidades iniciales del filme: algo claramente patente tanto en su precipitación argumental como en su insuficiente trabajo infográfico.

La maldición, pese a su envoltorio de filme indigesto y a contracorriente, contiene momentos de brillantez y de insultante frescura. El nuevo filme de Craven lleva el recurso del metalenguaje hasta cotas casi surrealistas: la autoparodia, el guiño cariñoso a clásicos o su capacidad de plasmar la quintaesencia de la comedia juvenil de la década de 1980, hacen de La maldición una gamberrada que muy pocos realizadores estarían dispuestos a asumir.

La película está concebida como una variación petarda de Scream que asume en todo momento su condición de parodia pero que, a la vez, introduce certeras secuencias de terror como, por ejemplo, el espectacular ataque de la bestia que lleva a la víctima de un parking subterráneo de coches a un claustrofóbico ascensor, o el tour de force localizado en una imitación del Planet Hollywood, un delirante juego de espejos con un homenaje al final de la obra maestra de Terence Fisher, La maldición del hombre lobo (The Curse of Werewolf, 1961) algo pasado de rosca.

La maldición es exceso en estado puro, una revisitación de las comedias eigthies de baja estofa y un catálogo de clichés genéricos francamente curioso. El cartón piedra de la serie B cinematográfica se da la mano con el pop trash mas inocuo y el contraste es todo un acierto, ahí están los destellos kitsch del salón de las divas, con la presencia del icono gay: Xena, la princesa guerrera como maniquí catódico en el tramo final del filme para constatarlo. Filmes como Lobo (Wolf, 1994) de Mike Nichols, Noche de Miedo (Fright Night, 1985) de Tom Holland, Teen Wolf (1985) de Rod Daniel e incluso la más reciente Ginger Snaps (2000) de John Fawcett están más que presentes en un momento u otro del filme, y el acierto de Wes Craven es que su coctelera mágica es capaz de introducir todos esos elementos y a la vez conseguir reírse de sí mismo, de su propio cine y de su estatus de “creador de monstruos clásicos”. Vale la pena captar la desidia creativa de La maldición –inducida o no–, su vertiginosa sinceridad, la desnudez de su mecanismo y sus chispazos de genio.

El nuevo filme de Wes Craven es al cine de hombres lobo, lo que Jóvenes ocultos (The Lost Boys, 1987) de Joel Schumacher al cine de vampiros, un sucedáneo de envoltorio atractivo cuya última pretensión es entretener –combinar unas risas con unos cuantos sustos–, y hacer que el espectador salga del cine con media sonrisa a la espera de esa gran película sobre el hombre lobo que todos esperamos. Entretanto más vale una fantacomedia arregladita que una tragedia fílmica al estilo Dog Soldiers (2002) de Neil Marshall. El mito sigue intacto, Craven demuestra en un mismo filme el perfil distanciado y satírico del licántropo teenager y, a la vez, la aterradora y adulta dentellada de la bestia bajo el influjo de la luna llena.


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