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publicado el 19 de junio de 2006

Pau Roig | DOS APROXIMACIONES AL TERROR TAILANDÉS. La distribuidora Manga Films ha editado recientemente en dvd dos producciones de terror tailandesas sin ninguna relación entre sí, 999 (999-9999, Peter Manus, 2001) y The art of the devil (Khon len khong, Thanit Jitnukul, 2004), pero que vienen a confirmar principalmente dos cosas: por un lado, el agotamiento de la fórmula del llamado cine de terror oriental; y por el otro, el carácter descaradamente imitativo que este tipo de propuestas genéricas tienen respecto el cine de terror occidental, concretamente del cine de terror norteamericano.

999, debut en la dirección de Peter Manus, especialmente teniendo en cuenta los más de cuatro años que ha tardado en llegar hasta nosotros, bien puede contemplarse a un nivel formal y narrativo como la respuesta tailandesa a producciones estadounidenses de gran éxito, como Scream (Vigila quién llama) (Scream, Wes Craven, 1996) y sus continuaciones o Sé lo que hicistéis el último verano (I know what you did last summer, Jim Gillespie, 1997), aunque argumentalmente se constituye en una delirante copia de dos producciones de segunda fila también procedentes de los Estados Unidos, 976, el teléfono del infierno (976- Evil, Robert Englund, 1988) y Wishmaster (Wishmaster, Robert Kurtzman, 1997).

La trama, exageradamente plana y previsible, sigue las absurdas peripecias de un grupo de amigos a cúal más estereotipado que estudian en una universidad del todo improbable: en un alarde de imaginación de los guionistas, empezarán a morir uno por uno en misteriosas circunstancias después de haber llamado al número de teléfono 999-9999 para pedir un deseo aparentemente imposible de conseguir. En esta ocasión no hay ningún asesino enmascarado, ni tampoco ningún monstruo (de hecho, el filme ni siquiera explica el origen ni el por qué de la existencia de la línea telefónica diabólica); 999 se reduce a la arquetípica y ya aburrida sucesión de muertes violentas de los jóvenes protagonistas una vez han conseguido lo que deseaban (perder peso, encontrar el amor, incluso convertirse en astronauta), algunas de ellas de bastante mal gusto –la muerte del estudiante gordo, aunque se ve a venir de lejos, resulta más desagradable de lo deseable–, con un desarrollo plano y mecánico que, como mandan los desafortunados cánones occidentales del género, queda abierto a una posible continuación.


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