publicado el 30 de mayo de 2005
Juan Carlos Matilla | Presentada en los pasados festivales de San Sebastián y Sitges, hace unas semanas se estrenó en nuestras pantallas (con cierto retraso) la película de horror estadounidense Malevolence (2004), una agradable y esforzada cinta de bajo presupuesto dirigida por el debutante Stevan Mena. Nueva incursión del cine reciente en los márgenes del slasher, Malevolence es un sugestivo (aunque no del todo correcto) filme de terror que a pesar de sus deficiencias narrativas y escaso presupuesto, ofrece una estimulante acabado formal y un acertado tratamiento de los mecanismos habituales de la ficción de suspense.
No deja de resultar curiosa (y esperanzadora, por qué no decirlo) la actual obcecación que sienten ciertos cineastas estadounidenses independientes respecto al cine de horror y suspense de la década de 1970. Si sólo hace algunos años la tendencia de los recién licenciados de las escuelas americanas de audiovisuales era imitar las preceptivas de refinados auteurs como Wim Wenders, los hermanos Coen o Jim Jarmusch, ahora parece ser que las preferencias se han decantado hacia un modo más vigoroso y menos pretencioso de encarar el cine de bajo presupuesto. Pero además, si nos fijamos en el ámbito del cine de horror made in USA, la enfermiza obsesión que en la pasada década tenían los jóvenes cineastas por la obra grandilocuente y paródica de directores como Sam Raimi o Peter Jackson ahora ha sido relevada por un estilo visual menos gore y frenético y más narrativo y atmosférico (con John Carpenter y Tobe Hooper como principales referentes visuales). Así, al margen de Stevan Mena, han ido surgiendo en los últimos años cineastas como Lucky McKee, Victor Salva o Rob Zombie, todo ellos fieles seguidores del cine más característico de aquella época y cultivadores de un tipo de cine alejado de las modas timoratas y sarcásticas de hace unos años.
Esta breve digresión acerca de cierta cuestión coyuntural del cine de terror actual viene a cuento por la posible decepción que puede causar a ciertos espectadores la visión de Malevolence debido a su evidente carácter de obra referencial, plagada de guiños y homenajes al cine de Romero, Hooper y Carpenter y a todo el slasher en general. A pesar de que el filme de Mena no es ni mucho menos un filme original ni renovador, su principal valía radica en su condición de ser un ejercicio de estilo valiente, honesto y sentimental: valiente por su tono mórbido y sórdido (sin cortapisas morales de ningún tipo), honesto por su condición de obra ajustada y rigurosa (poco dada a los desmanes visuales y salidas de tono) y sentimental, porque, en el fondo, no deja de ser un canto elegíaco y respetuoso hacia una forma de tratar el género que forma parte del ideario juvenil de su director (homenaje que no debe verse como un desmán reaccionario sino como una aguerrida declaración de principios).
La principal valía de Malevolence radica en su condición de ser un ejercicio de estilo valiente, honesto y sentimental: valiente por su tono mórbido y sórdido, honesto por su condición de obra ajustada y rigurosa, y sentimental, porque, en el fondo, no deja de ser un canto elegíaco y respetuoso hacia una forma de tratar el género que forma parte del ideario juvenil de su director.
Nueva vuelta de tuerca a la figura del psychokiller, Malevolence brilla porque, a pesar de sus limitaciones presupuestarias, hace de la necesidad virtud. Por ejemplo, el excelente inicio del filme (en el que se nos narra un atraco a un banco mediante un inteligente uso de la elipsis) es una muestra de la inteligente dosificación que realiza Mena de los escasos elementos que disponía durante la realización de su filme. De igual manera, los discretos efectos de maquillaje son sabiamente disfrazados mediante un inteligente uso del montaje en corto y el fuera de campo en las igualmente brutales secuencias de tortura. Además, hay que reseñar el especial mimo que Mena dedica al tratamiento fantasmagórico y plenamente fantastique de los espacios (que recuerda al de La noche de Halloween) y al soberbio mantenimiento del tempo del suspense en el tramo central del filme (sin duda, el más brillante de todos). A pesar de todo, Mena naufraga en la realización de una adecuada resolución del relato (que se alarga en exceso), en el torpe desarrollo de los personajes y, claro está, en una excesiva (aunque respetuosa y sentida) servidumbre a los patrones narrativos de Carpenter y Hooper, a los que prácticamente no añade nada nuevo. En definitiva, un modesto filme de horror, decoroso y bien trabado, dirigido por un cineasta novel al que deberemos seguir la pista en los próximos años.