publicado el 1 de octubre de 2006
Francesc Aguilar | Hay directores que pueden permitirse el lujo de rodar proyectos completamente personales sin menguar la calidad intrínseca de su cine habitual. En su triple papel de director, guionista y productor de su nueva película, La joven del agua (Lady in the Water, 2006), M. Night Shyamalan se ha convertido en uno de estos pocos privilegiados. Haber logrado conjugar la independencia en términos artísticos, el éxito de público y la profundidad argumental y temática en sus diferentes propuestas es otro de sus grandes méritos.
Aunque el tiempo haya acabado convirtiendo, después del impacto inicial, El sexto sentido (200 ) en un thriller más o menos convencional, otras propuestas suyas, especialmente El bosque (The Village, 2004 ) y El protegido (Unbreakable, 2000) continúan siendo referencias incontestables de un cine multicultural y ajeno al vaivén de las modas impuestas por la industria holliwodiense.
La joven del agua, sin embargo, no es una película que aporte nada a la imaginería personal de su director, se trata más bien de un paréntesis creativo en su carrera, un intermedio que aprovecha para explicar con imágenes el cuento que cada noche sus hijas le piden antes de ir a dormir. Hayamos en ella las claves habituales de su cine: las referencias a la fe, tanto en la especie humana como en un algo trascendente que le dé sentido a la búsqueda del destino personal; la relación simbiótica entre personajes aparantemente antagónicos; todo ello sumergido en el clima épico y voluble que Shyamalan sabe conferirle a su cine, mediante unas escenas de ritmo apacible pero revestidas de una continua tensión soterrada que va aflorando paulatinamente.
La joven del agua no es una película que aporte nada a la imaginería personal de su director, se trata más bien de un paréntesis creativo en su carrera, un intermedio que aprovecha para explicar con imágenes el cuento que cada noche sus hijas le piden antes de ir a dormir
Seguramente con la intención de que la película no se tome como un producto dirigido exclusivamente al público infantil, hay continuas referencias al proceso de creación de una historia, en términos de elaboración del guión y de reflexión sobre los géneros cinematográficos y sus lugares comunes, con personajes que van tomando conciencia de su relevancia a medida que se hacen necesarios para ir dando cuerpo a la historia. En este sentido, da la impresión que algunos de los actores de reparto no acabaron de asimilar las exigencias de un desarrollo argumental que les exigía asumir un rol muy complejo, entre lo anecdótico y lo trascendental.
Por el contrario, es sorprendente y llega a ser admirable cómo Paul Giamatti (que interpreta a Cleveland Heep, el abnegado y atribulado portero de una comunidad de vecinos multiracial) y Bryce Dallas Howard (en el papel de Story, la ninfa perdida en un mundo de humanos, que tiene tantas cosas que aprender de sí misma como aspectos vitales que aportar a las vidas de los demás) llegan a hacer posible el milagro de transportar a las pantallas de cine un relato pensado para ser leído o escuchado y a hacer creíble la historia fantasiosa e inverosímil de un exótico cuento oriental.
Ellos dos, junto con la presencia del propio Shyamalan como un vecino más de la comunidad, son uno de los principales atractivos de una película sin grandes alardes creativos pero con una muy acceptable dosis de humor e imaginación.