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publicado el 8 de noviembre de 2006

Un cuento moral

Francesc Aguilar | Guillermo del Toro es un joven director con pocas películas en su filmografía, pero con una gran habilidad narrativa y una solvente experiencia a la hora de plasmar un argumento, por complejo que sea, a través de brillantes ideas visuales. En su segunda aproximación, después de El espinazo del diablo (2001), a la guerra civil española y sus consecuencias, el director mexicano confronta, mediante dos dimensiones narrativas paralelas, la dureza de la lucha sin cuartel entre el bando ganador de la contienda y los núcleos organizados de resistencia armada en los primeros años de la postguerra, con la visión fantasiosa de una imaginativa niña a la que nadie puede ayudar a entender las razones de un desaguisado histórico que afecta de manera irremediable a todos los ámbitos de su vida.

Los tan comentados y muy comedidos efectos infográficos se alían con el resto de aspectos técnicos de la película (fotografía, sonido y música) para conseguir que ambas dimensiones tengan el mismo peso narrativo, y que haya entre ellas una total continuidad. El ágil encadenamiento de secuencias mediante el movimiento de la cámara a través de paredes y columnas sirve para realizar, indistintamente, cambios de escenario y elipsis temporales, y permite que el ritmo del relato no se interrumpa en ningún momento.

Más que de una recreación de sucesos históricos se trata, por tanto, de un cuento moral, una fábula sobre el Bien y el Mal cotidianos, y sobre los recursos que ofrece la fantasía para enfrentar situaciones insostenibles.

Este equilibrio formal no tiene, sin embargo, una correspondencia temática ni ideológica con el contenido de la película. Del Toro no pretende analizar las causas del conflicto, ni las contradicciones sociales en las que incurre una y otra facción. No muestra reparos en tergiversar la propia realidad histórica de los acontecimientos para inducir una euforia emocional en el espectador. Más que de una recreación de sucesos históricos se trata, por tanto, de un cuento moral, una fábula sobre el Bien y el Mal cotidianos, y sobre los recursos que ofrece la fantasía para enfrentar situaciones insostenibles. En ese sentido, el director de Cronos (1993) y Mimic (1997) ha bebido más de la imaginación desbocada de Terry Gillian que del espíritu crítico indomable de Ken Loach, por poner dos ejemplos contrapuestos.

Dentro de estos parámetros narrativos, la entrega de los actores escogidos para cada papel es admirable. Sergi López, Maribel Verdú, Álex Angulo, Ariadna Gil y el resto del reparto dan lo mejor de sí mismos en cada escena, provocando en el ánimo del espectador la emoción precisa en todo instante. Sin olvidar a la jovencísima Ivana Baquero, que ya ha aparecido en otras películas de peso, como Romasanta (2004) o Frágiles (2005).

El laberinto del fauno no serviría, según este comentario, para iniciar un debate alredededor de los hechos claves de la guerra civil española, pero es una de las más brillantes exposiciones visuales y narrativas del director de Hellboy (2004). Y quizás la mejor de todas sus películas hasta el momento.


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