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publicado el 21 de enero de 2007

Del estrellato a Krypton

Lluís Rueda | La kryptonita que neutraliza los poderes de Superman y le convierte en un hombre vulgar tiene innumerables lecturas en un filme como Hollywoodland (2006) de Allen Coulter. Dicha kryptonita, en un sentido metafórico, puede ser una mujer posesiva, el alcohol y los estupefacientes, el encasillamiento profesional o una bala perdida que destroza la simetría del rostro anguloso de Clark Kent. A esa inmensa galería de estrellas caídas en desgracia habría que sumar un ilustre Superman de ficción como Christopher Reeve –kryptonizado en su día por un accidente lamentable-. Existen un buen ramillete de filmes que han retratado de un modo más o menos turbio ese trastero del Hollywood dorado proclive a las termitas, las sanguijuelas, los escándalos de índole sexual y los cadáveres en el sótano. Cintas como La muchacha del trapecio rojo (The Girl in the Red Velvet Swing,1955) de Richard Fleisher o recientemente Desenfocado (Auto Focus, 2002) de Paul Schrader dan buena cuenta de algunos de los escándalos y óbitos en circunstancias extrañas más sonados de la historia de la “fábrica de sueños”.

Hollywoodland, filme que ahonda en las consecuencias del éxito y el fracaso, propone al espectador un ejercicio especulativo acerca del misterioso suicidio de George Reeves, popular actor que dio rostro al Superman televisivo de la década de 1950. El filme se estructura a través de una investigación detectivesca que tiene mucho de ejercicio sensacionalista aunque, a la sazón, ese enfoque resulte imprescindible para realizar un retrato cargado de intensidad y matices acerca del héroe de ficción convertido en frágil perdedor.

El realizador debutante Allen Coulter sondea las pozas del Burbank menos idílico a través de la lectura fragmentada por la mirada del detective Louis Simo (Adrien Brody) cuyas elucubraciones criminales derivan en diversos flashbacks: alguno de trazo objetivo cuando no alimentado por su obsesiva imaginación. La reconstrucción de ese biopic que entrevemos parcialmente está salpimentada por la amargura personal y la subjetividad del propio detective, un punto de vista que se impone en el relato y en la exposición del caso Reeves. El detective Simo nos va perfilando a un Reeves vulnerable y manipulado a la medida de su propia bajada a los infiernos, así, la cinta, desarrolla un interesante paralelismo entre ambos personajes que, por otro lado, viene a enriquecer ese salto al vacío que puede extraerse del echo de crear un filme que estira de un chisme amarillista cuanto menos nada sólido. La dualidad entre el personaje del detective, alejado de la mítica del esquema hard boiled, y el maltrecho George Reeves no deja de ser un acierto de guión, en lo sustancial ambos carecen de estabilidad emocional y son paradigma del perdedor que intenta sobrevivir en la jungla de asfalto (territorio peligroso que se extiende desde del callejón sombrío al set de rodaje).

El filme propone una interesante mirada metalingüística que busca un paralelismo entre la densidad sociopolítica del universo del Superman popular (el que entró en millones de hogares vía cómic) y las corruptelas morales de la meca del cine. Si la realización de Allen Coulter es ajustada, poco estridente y de plácida composición, hemos de advertir que la dimensión de sus personajes es extraordinariamente profunda.


Hollywoodland es una producción bien revestida con ciertos estilemas del cine negro que dejan huella en el esquematismo muy funcional de la realización y en el retrato brutal, ciertamente iconográfico, de algunos de sus secundarios, como un excelente Bob Hoskins que da porte al psicótico capo de la MGM Edgar Manix. Si la realización de Allen Coulter es ajustada, poco estridente y de plácida composición, hemos de advertir que la dimensión de sus personajes es extraordinariamente profunda. Si antes citábamos a un Bob Hoskins que encontraría cierto paralelismo con el más cínico Edgar G. Robinson, no menos espléndida resulta una Diane Lane que literalmente se come la pantalla o el mismo Ben Affleck, aunque halla quien pueda dudarlo, en un papel que se diría autoparódico pero que se antoja mucho más trabajado de lo que aparenta.

El acierto es máximo en esa parcela del filme que retrata a un Reeves absolutamente limitado como actor pero que sin embargo resulta un tipo bonachón e idealista, tal y como se desprende de sus números promocionales para los niños o de su excelente relación con sus compañeros de rodaje. Reeves, disfrazado de Superman, paradójicamente, acentúa a ese ser frágil, sin poderes, a ese pobre hombre con traje de relleno de espuma. El perfil del héroe de ficción es tan autoparódico que uno al verlo no puede más que recordar al mismo Ben Affleck dando vida a Daredevil, la película realizada por Mark Steven Johnson en el 2003, y preguntarse si el actor sentía algo parecido al colocarse aquellas mallas rojizas. Hay una frase en el filme que puede pasar inadvertida, pero que nos va de perlas para confeccionar el retrato del actor (me refiero a Reeves), aquella en que su ineficaz agente le espeta: “George apaga ese cigarrillo, que los niños no lo vean. Superman no fuma.” Pasaremos de puntillas sobre los problemas con los vicios mundanos del bueno de Affleck…

La valoración de esta opera prima de Allen Coulter no puede ser más que positiva en su globalidad, a pesar de ciertas reiteraciones como aquellas escenas que hacen hincapié en la composición del crimen o ciertas subtramas que rodean las andanzas del personaje de Louis Simo que no aportan nada substancioso a la cinta.

El filme propone una interesante mirada metalingüística que busca un paralelismo entre la densidad sociopolítica del universo del Superman popular (el que entró en millones de hogares vía cómic) y las corruptelas morales de la meca del cine. Por ello es fácil imaginar a Lex Luthor como ese ególatra mafioso que dirige la MGM y a Louis Simo (tanto o más que George Reeves) como un Superman venido a menos, kryptonizado y eregido en perdedor. Resultan, en ese sentido, oportunos apuntes tan sórdidos como el hecho de que la pistola que mata a Reeves sea un modelo nazi o que se insista en la inmortalidad del héroe de ficción en una espeluznante escena en que un niño intenta comprobar si Superman es de acero apuntando al actor con un arma real. El Hollywood de la década de 1950 no admitía perdedores, rojos o homosexuales y ese caldo de cultivo directamente protofascista estaba en los cómics, en las familias y en las altas esferas: el enemigo común siempre era extranjero y el sistema no admitía (ni admite) fisuras. El filme en ese sentido contiene una excelente secuencia en el despacho del jefe de la MGM dónde este, airado, humilla a un joven actor con unas fotos comprometidas y le amenaza con hundir su carrera si no corrige su actitud.

La valoración de esta opera prima de Allen Coulter no puede ser más que positiva en su globalidad, a pesar de ciertas reiteraciones como aquellas escenas que hacen hincapié en la composición del crimen o ciertas subtramas que rodean las andanzas del personaje de Louis Simo que no aportan nada substancioso a la cinta. A Coulter, que se ha fogueado como director en series televisivas como Expediente X, A dos metros bajo tierra, Los Soprano o Sexo en Nueva York, quizá le ha faltado cierta personalidad para destilar el guión de Paul Baurman (algún recorte le hubiera ido muy bien) pero, sin duda, e irregularidades al margen, el filme tiene los suficientes elementos de interés como para no defraudar. Un ejemplo en ese sentido es su exquisito tramo final, que podría encontar cierto paralelismo con otra obra contemporánea tan ácida, aunque también de innegable decadencia poética, como Dioses y Monstruos (Gods and Monsters, 1998) de Bill Condon. A mi entender, el filme de Condon está mucho más cercano en espíritu a la correcta Hollywoodland que, por ejemplo, a una excelente crónica negra con trasfondo hollywoodiense como La Dalia Negra (Black Dalhia, 2006) de Brian De Palma.


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