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publicado el 16 de abril de 2007

No hay fantasma bueno

Lluís Rueda | Tras el fichaje de Takashi Simizu (El Grito) la productora Ghost House con Sam Raimi al frente ha echado el ojo a los hermanos Pang, auténticos orfebres del terror cinematográfico que hace unos años pusieron al fantástico hongkonés en el panorama internacional (si es que había dejado de estarlo en algún momento) gracias a la estimulante The Eye (Gin gwai, 2002). La aportación al género de fantasmas con casa maldita que nos proponen los Pang en The Messengers no dista argumentalmente demasiado de productos más o menos recientes como La morada del miedo (The Amityville Horror, 2005) (remake insustancial de la película dirida por Stuart Rosenberg en 1979), es decir, nos situamos en las coordenadas de una producción modesta. El trabajo de guión contumaz pero excesivamente previsible que sostiene el esqueleto del filme acaba diluyéndose en uno de esos tramos finales pespuntados con ahínco a los que acostumbra la industria norteamericana. Se hecha en falta cierta frescura, cierta anarquía narrativa que asista de una pertinente imprevisibilidad al conjunto, por contra, las justificaciones moralizantes y el perfil exageradamente estereotipado de la familia protagonista echan al traste cualquier atisbo de ambiguedad.

La capacidad de los realizadores para componer una secuencia asfixiante apoyándose en un mínimo set escenográfico es poco común en el panorama internacional, por ello, entre otros motivos, The Messenger, desde luego un filme lastrado por su ramplona progresión dramática, acaba por resultar un atractivo divertimento cargado de mala uva.

Todo y con ello, los Pang, unos maestros a la hora inflamar la pantalla de sugerencias espectrales y de constreñir sus tiros de cámara hasta el paroxismo, procuran sacar un partido fuera de lo común a la subjetividad de lo ominoso, de lo oculto. La capacidad de los realizadores para componer una secuencia asfixiante apoyándose en un mínimo set escenográfico es poco común en el panorama internacional, por ello, entre otros motivos, The Messenger, desde luego un filme lastrado por su ramplona progresión dramática, acaba por resultar un atractivo divertimento cargado de mala uva. Los Pang realizan una encomiable labor con el material prestado y dan toda lección de cine en los márgenes.

Lo cierto es que los hongkoneses sacan petróleo de este modesto refrito de Los Pájaros (The Birds, 1963) de Alfred Hitchcock y El Resplandor (The Shining, 1980) de Stanley Kubrick con anclaje narrativo acorde a las pautas de la magnífica El último escalón (Stir of Echoes, 1999) de David Koepp . No está de más insistir en algunos aspectos extracinematográficos que rodean a The Messengers, por ejemplo, la constatación de que los hermanos Pang no hablan ni una palabra de inglés, contratiempo que dificultó durante el rodaje la labor de comunicación con el reparto. A esa dificultad de comunicación, desde luego, debemos sumar el esfuerzo por familiarizarse por vez primera con los vaivenes de una industria tan veleidosa y particular como la norteamericana.

Para los directores de Bangkog Dangerous no hay fantasma bueno, y en ese sentido, pese a la previsibilidad a la que nos aboca el guión, no hay ninguna concesión que nos haga creer en los amables visitantes de alcoba, los condenados de The Messengers no dudan en intentar arrastrar a todo aquel que se le ponga por delante al mismísimo averno.

Secuencias milimétricamente escalofriantes como la del niño señalando a los invisibles fantasmas en un pasillo interminable o esas bajadas al sótano tan traumáticas para la joven protagonista dan fe de la extraordinaria capacidad de los Pang para hacernos agitar de angustia en la butaca. Los realizadores sacan sus fantasmas azulados y gibosos más allá de la vieja granja neogótica para lucirlos a pleno sol y pasearlos por un inquietante campo de girasoles en un muy cinéfilo guiño a Lust for Life (1956) el filme sobre la figura del pintor Van Gogh dirigido Vincente Minnelli, si en esa atmósfera situamos una bandada de cuervos enojados que parecen surgidos de cierto relato de Victor Rosseau obtenemos una densidad atmosférica óptima para que los Pang hagan de las suyas. Para los directores de Bangkog Dangerous no hay fantasma bueno, y en ese sentido, pese a la previsibilidad a la que nos aboca el guión, no hay ninguna concesión que nos haga creer en los amables visitantes de alcoba, los condenados de The Messengers no dudan en intentar arrastrar a todo aquel que se le ponga por delante al mismísimo averno.

El claroscuro tan afín al terror asiático de la casa de madera infestada da paso en el filme a la luz del sol amenazadora tan propia de las series B perpetradas en la década de 1970 por los maestros Wes Craven o Tobe Hopper; la intención de los Pang es claramente la de fusionar dos estéticas fílmicas bien diferenciadas y, en buena manera, buscar que esos dos estilos hibriden gracias a un canon fílmico que ellos ya poseen como target cinéfago personal. Es obligado insistir en la idea de que el nuevo cine hongkonés de terror, al igual que el japonés, se nutre tanto de la iconografía autóctona como de las influencias de otras cinematografías tan bastardas como la italiana de la década de 1960 (Mario Bava, Riccardo Freda) o la norteamericana de la década de 1970 (Tobe Hopper, George A. Romero). Citábamos El resplandor como obra referencial, pero también podríamos citar otros productos más modestos como La morada del miedo o la interesante Escalofrío (Frailty, 2001) de Bill Paxton , dos modelos de filme que, por aproximación temática y presupuestaria, podrían servirnos para situar nuestras expectativas en unos niveles de óptima prudencia respecto a una obra con ciertos paralelismos como The Messengers.

Empero, pese al tono efervescente de la propuesta, la solvencia de medios de que disponen los realizadores no es nada desdeñable como muestran esos planos de grúa tan sólidos que dan una cierta dimensión de espectacularidad al modesto divertimento. En resumen, The Messengers, pese su intrascendencia global, deja entrever un particular imaginario con satisfactorias dosis de desparpajo y terror sin edulcorantes.

El consejo es dejarse embriagar por su insana atmósfera, plagada de violentos visitantes, y aguardar a que en su próxima aventura norteamericana los Pang tengan libertad absoluta para influir en el guión y reforzar así su incuestionable autoría.


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