publicado el 29 de abril de 2007
La egiptología se hizo tremendamente popular a principios del siglo XX, entre la clase alta anglosajona, gracias a la proliferación de expediciones arqueológicas, a la popularización que los medios de comunicación más o menos sensacionalistas hicieron de ellas y, muy especialmente, a la lectura esotérica que algunos grupos de intelectuales quisieron extraer (véase por ejemplo sociedades secretas como Golden Dawn o La estrella azul). En este último apartado que se refiere a la pasión por antiguas deidades, leyendas, jeroglíficos indescifrables y por los ritos paganos del antiguo Egipto ciertos sucesos extraordinarios dieron pie a una leyenda que ha llegado sorprendentemente intacta hasta nuestros días: la de las maldiciones faraónicas.
Lluís Rueda | Relato pulp y dispersión argumental
La muerte de varios de los de los componentes de esas expediciones, bien por insalubres manipulaciones de momias infestadas de ciertas bacterias, que en muchos casos fueron el origen de dichas fiebres, o bien por una cadena de casuales muertes y suicidios derivados de la psicosis colectiva, crearon el caldo de cultivo ideal para la génesis de una literatura y más tarde un tratamiento cinematográfico de dicha temática. A pesar de lo que pueda parecer no existe una gran obra referencial que trate la figura de "la momia", como si la hay, por ejemplo del Vampiro, el monstruo de Frankenstein e incluso el Hombre Lobo. El mito literario ha hallado a lo largo de los años su mejor vehículo en el relato corto. Referenciales en ese sentido son las aportaciones de Théophile Gautier La leyenda de la momia, de Arthur Conan Doyle Lote nº 249 y de Bram Stoker con su interesante novela La joya de las siete estrellas.
Al mito se acercaron con acierto teósofos y ocultistas como Charles Wedster Leadbeater o el Conde Louis Hamilton, grandes de la literatura pulp como Seabury Quinn (creador del investigador Jules de Grandin), Sax Rohmer (el padre de la saga literaria 'Fu Manchú') y asiduos a la revista Weird Tales como Robert Blonch o el mismísimo Tennesse Williams que hizo sus pinitos como escritor con el relato La venganza de Nitocris. Todos ellos lo hicieron con desigual acierto, y algunos de un modo especialmente brillante como Grant Allen con su relato Mi noche de año nuevo entre las momias (1878) o Victor Roseau con La maldición de Amen-RA (1932). A este apartado de pequeñas joyas literarias quizá habría que sumar Historia de la casa Baelbrowde Hesket Prichard, suerte de relato gótico con trasfondo egipcíaco y casa encantada. De todos ellos es La maldición de Amen-RA, a mi criterio, la mejor aproximación en clave fantastique al tema a de la maldición faraónica. Al no haber un acercamiento común ni una teratología precisa acerca de todas estas leyendas milenarias, la literatura ha creado múltiples acercamientos, algunos francamente ricos e inventivos, como los propuestos por algunos de los escritores antes citados. En cambio, esa evolución literaria no halló una traslación precisa y adecuada en el universo cinematográfico, este sí, auténtico valedor de las pautas y esquemas, tal y como hoy la conocemos popularmente, de "la maldición de la momia" como subgénero independiente y con identidad propia.
Freund y su aportación a la mítica faraónica
Las primeras aproximaciones cinematográficas al mito de "la momia" de las que se tienen constancia son el filme francés La Momie du roi (1909) de Gérard Bourgeois, que relata la profanación de la tumba de Ramsés, el filme británico The Avening Hand (1915) de Charles C. Calvert y la película de Ernst Lubitch Los ojos de la momia (Die Augen Der Mumie, 1918), a la que seguirían varios títulos más que no entrañan especial interés artístico dada su condición alimenticia y su limitado presupuesto. La primera película que dejaría huella artística, crearía una iconografía precisa y pasaría a la historia como uno de los mejores horror films de todos los tiempos sería La momia (The Mummy, 1932) de Karl Freund, producida por los estudios Universal Pictures. Una de las curiosidades del proyecto se da en su primer tratamiento de guión que llegó a titularse Cagliostro y, como su nombre indica, relataba las andanzas del inmortal personaje Alessandro Giuseppe Balsamo.
El dramaturgo John L. Balderstone [ver nota][1] orientó finalmente la historia hacia el descubrimiento de una momia y lo tituló Im-Ho-Tep. El guión definitivo, ya registrado con el nombre de La momia fue asignado a Karl Freund para su realización. Freund era en aquellos momentos un prestigioso director de fotografía que había trabajado con Murnau y Lang en el esplendor del cine alemán durante la república de Weiner, pero también había realizado excelentes trabajos como director de fotografía en Drácula(1931) o El asesinato de la calle Morgue (Murders in the Rue Morgue, 1932) de Robert Florey. La Momia fue el debut como realizador de este técnico imprescindible para la historia del “expresionismo” cinematográfico alemán, un auténtico maestro del contraste que despuntó en filmes como El Golem (Der Golem, 1920) de Paul Wegener y Carl Boese o ya en colaboración con Murnau en El último (Der Letze Mann, 1923), Tartufo o el hipócrita (Tartuff, 1925) o Fausto (Faust, 1926), por citar algunos filmes paradigmáticos.
La obra cumbre como realizador de Karl Freund llegaría con el filme Las manos de Orlac (Mad Love,1935), sugestivo cocktail de terror y thriller guionado por Guy Endore que cuenta en su reparto con un Peter Lorre en estado de gracia.
Un sarcófago para la historia del cine
Hemos de convenir que La momia es un un clásico plagado de excelentes instantes fílmicos, y que su fuerza sugestiva se debe a una planificación elegante que tiende a porfiar el protagonismo al fuera de campo. Con un argumento de partida muy deudor, a mi criterio, del cuento de Victor Roseau La maldición de Amen-RA, Freund nos sitúa en El Cairo de la década de 1920 para relatarnos la ambigua historia de una momia eviscerada, es decir que conserva sus órganos internos, interpretada por Boris Karloff. Dicho cadáver, incorrupto, revive gracias al conjuro de un pergamino sagrado hallado en el interior de una caja descubierta junto al sarcófago. La momia, oculta tras la inquietante identidad de un experto egiptólogo busca el reencuentro con una amada sacerdotisa del pasado por cuya pasión, él, fue enterrado en vida. Mientras en el relato de Roseau el enamorado (un científico) busca utilizar el alma de una joven para revivir a una milenaria princesa, en el caso del filme de Freund la momia revivida utiliza la mortaja de su antigua amante, otra momia, como dispositivo ritual para atraer a esa joven en la que él reconoce su espíritu milenario; eso sí, el precio por tan enfermiza historia de deseo es la embalsamación y posterior resurrección. En ese sentido, el argumento (o coartada esotérica) de La momia resulta algo forzado, cuando no poco inspirado, aunque, sin duda, el filme será más recordado por la presencia iconográfica de un Karloff inmenso (como casi siempre) y el savoir faire de Karl Freund tras la cámara que por sus aciertos argumentales.
Como no podía ser de otro modo, una parte muy importante del éxito del filme se debe a la extraordinaria labor de maquillaje de Jack Pierce
Entrando en el apartado de la iconografía popular, no cabe duda de que la imagen de la momia en el sarcófago despertando es uno de los grandes instantes del séptimo arte. Como no podía ser de otro modo, una parte muy importante del éxito del filme se debe a la extraordinaria labor de maquillaje de Jack Pierce, y es que aunque en estos estudios que estamos desarrollando sobre el cine de horror de la Universal sea una constante, no es menos justo insistir en ello.
Esa mítica secuencia se estructura en un primer plano del rostro de la momia, cuando esta abre los ojos, hay un leve barrido de su tórax hasta detallar unas manos entumecidas que se sacuden, lentamente, entre las sucias vendas. Estamos ante uno de los momentos más escalofriantes del filme, sin embargo a pesar de su belleza plástica no se erige en el tramo más estremecedor. Antes de ese instante cinematográfico tan celebrado, Freund recorre con su cámara los vestigios milenarios de la estancia en que trabajan el Dr. Müller y su joven ayudante, mediante un plano secuencia que precipita en un reencuadre del rostro de los aplicados protagonistas. Más allá de esos travellings detallados que buscan crear una atmósfera siniestra, aparece en un segundo plano casi inadvertida, la momia de Im-Ho-Tep. Es evidente que el realizador da una importancia capital a la misteriosa caja que acompaña a la momia, la "caja de Pandora" sin cuyas mágicas palabras la sugestión (fílmica y/o argumental) no hallará una continuidad.
Freud, un maestro a la hora de jugar con los tiros de cámara introduce la presencia ignominiosa del muerto revivido con poco más que el escalofriante despertar antes comentado y el posterior plano de una mano apergaminada dejando su polvorienta impronta sobre la mesa de trabajo del joven ayudante. Tras esa sucesión de magistrales escenas, trufadas con certeros planos medios del antropólogo en pleno delirio de locura no cabe más que apuntillar el esplendoroso manejo del fuera de campo con un plano detalle de unas vendas arrastrándose hasta una puerta entreabierta. La sintonía entre lo intuido y lo mostrado procura en ese tramo del arranque del filme uno de los instantes más conseguidos de toda la historia, que no es poca, del cine de horror de los estudios Universal Pictures. Por desgracia el filme, muestra a partes iguales irregularidad y virtudes: irregulares resultan los pasajes en que se evoca la pasión de un amor más allá de la muerte mediante largas peroratas románticas, las precipitadas soluciones de guión en que los benévolos antropólogos se convencen de inmediato que luchan contra un chacal milenario, como si fuera la cosa más ordinaria del mundo (es evidente que el nudo del guión es un despropósito por su precipitación), y desde luego resulta encomiable la solvencia de Boris Karloff en un papel que podría rozar lo esperpéntico, no olvidemos que se trata de una momia ataviada como un mercader -con tópico fez y ademán afectado- que se pasea por las calles de El Cairo.
Es una evidencia que Karl Freund no era un consumado director de actores, en cambio su talento a la hora de mover la cámara conlleva una voluntad de trasgresión nada desdeñable.
En esa tesitura interpretativa es obligado reconocer que sus compañeros de reparto andan las más de las veces sobreactuados y mal instruidos por el realizador. Es una evidencia que Karl Freund no era un consumado director de actores, en cambio su talento a la hora de mover la cámara conlleva una voluntad de trasgresión nada desdeñable. Brillantes resultan los movimientos de cámara mediante grúa, como aquel en que Im-Ho-Tep y su nueva compañera (Helen) son barridos en un sutil tránsito cenital hasta (una levísima caída de plano) que les transporta al antiguo Egipto, y todo ello a través de las aguas de un estanque (instante que sin duda entusiasmaría a Jean Cocteau).
Precisamente de ese momento del largometraje vamos a otro no menos exquisito, para mayor lucimiento del Freund más "expresionista" hallamos un extraodinario flash back en que se nos narra la caída en desgracia de Im-Ho-Tep utilizando los esquemas del cine mudo. Unas escuetas palabras en off de la momia revivida nos trasladan a un Egipto de oscuros contrastes, en el que los personajes emulsionan en cada plano como acelerados residuos exóticos de la época dorada del cine mudo. La tragedia es, pues, narrada utilizando las herramientas del cinematógrafo para subrayar la distancia y el tiempo, como si un instante epsteiniano se apoderara del filme para crear una realidad autónoma y mágica. La momia es una obra que acogemos en nuestra memoria por estratos, por planos sensacionales como el del rostro animal de un Karloff cadavérico o por ciertos elementos que se sitúan en el entramado de la historia como mágicos advenimientos que sobreviven a los claroscuros del guión: ¿quien puede resistir la magia enfermiza de ese strigoi gitano (Karloff), en la media noche de un museo en penumbra, invocando a unos dioses que se dirían salidos de la pluma de H. P. Lovecraft?
Remakes menores y otras rarezas
A pesar de sus carencias, La momia se ha mantenido con la integridad de los clásicos, e incluso ha sido fuente de inspiración para películas de idéntica temática pero proporciones artísticas mucho más atinadas como The Mummy(1959) de Terence Fisher [2], quizás el más espléndido filme sobre maldiciones faraónicas jamás filmado, a la que habría que sumar modernas -y valientes- propuestas como la subliminal Loft (Rofuto, 2005) de Kiyoshi Kurosawa, una excelente variación acerca de la mujer-momia como objeto del deseo. En medio del camino hallamos la meliflua El despertar (The Awakening, 1980) de Mike Newell, filmes de aventuras como La Momia (The Mummy, 1999)de Stephen Sommers y secuela, que no aguantan, ambas, más de un visionado, deleznables productos como Belphégor - Le fantôme du Louvre(2001) de Jean-Paul Salomé [3], o eso sí, una comedia tan inteligente como Bubba-Ho-Tep (2002), bendita locura de Don Coscarelli fiel a la tradición pulp (pese a que su protagonista sea un émulo de Elvis) que poco a poco va erigiéndose como un filme de culto entre ciertos círculos afines al fantástico. Pero, hasta llegar a ese presente, vieron la luz infinitas secuelas alimenticias tanto por parte de la Universal como por Hammer Films. De esta última productora podríamos destacar la muy necrófila Sangre en la tumba de la momia (Blood from the Mummy's Tomb, 1971) de Seth Holt y Michael Carreras y poco más, de las producciones de la Universal hablaremos a renglón seguido.
La estructura de The Mummy’s Hand resulta tan milimétricamente lineal que, en ocasiones, trasmite la sensación del refrito de un serial televisivo. Pese a un trabajo de escenografía poco acorde, con un exceso de cartón-piedra negligentemente amplificado por una iluminación impropiamente naturalista, la cinta alcanza en sus primeros minutos cierto clímax esperanzador en el que se nos muestra el sacrifico de Kharis con unas herramientas similares a las utilizadas por Freund en The Mummy.
El realizador Christy Cabanne, responsable de títulos como Miedo a la muerte (con Bela Lugosi de estrella protagonista) fue el encargado de dirigir en 1940 The Mummy’s Hand. The Mummy´s Hand es una cinta de aspiraciones formales muy poco ambiciosas que en general destila un insuficiente trabajo de dramatización. Si nos centramos en el concepto artístico (escenografía, puesta en escena, lenguaje cinematográfico) del filme percibimos de inmediato el bajo presupuesto y cierta voluntad de crear las pautas generales de un relato que pueda estirarse como un serial en un conjunto de futuras cintas, en ese sentido, las pautas de trabajo marcadas desde las oficinas de los estudios Universal parecen muy precisas: matar y resucitar a la milenaria Kharis tantas veces sea rentable.
La estructura de The Mummy’s Hand resulta tan milimétricamente lineal que, en ocasiones, trasmite la sensación del refrito de un serial televisivo. Pese a un trabajo de escenografía poco acorde, con un exceso de cartón-piedra negligentemente amplificado por una iluminación impropiamente naturalista, la cinta alcanza en sus primeros minutos cierto clímax esperanzador en el que se nos muestra el sacrifico de Kharis con unas herramientas similares a las utilizadas por Freund en The Mummy. El hechicero de la orden de Karnac evoca los acontecimientos a través de las aguas de un estanque brumoso que, a modo de fundido neblinoso, traslada al espectador al pasado utilizando las texturas y el tempo acelerado de las proyecciones del cine mudo silente. Por lo demás , la cinta renuncia a toda suerte de sugerencia en su planificación cinematográfica y, por defecto, cae en el subrayado y la excesiva dialogalización, aspectos que resulta francamente enervantes. Ni la desaliñada y tardía presencia de la momia, ni el target de aventura exótica que procura componer Cabanne inpiden que el filme se convierta en un tedioso thriller exótico que, para nada, resulta de interés como producto de entretenimiento. Más allá de su bajo presupuesto e incluso en la tesitura de apostar por un distanciamiento, lógico por otro lado, respecto a la intencionalidad artística de su predecesora, la obra de Cabanne resulta aburrida y deslavazada.
Con todo, el filme, muestra instantes de oficio en la realización, como algún sugestivo zoom, de intención psicológica, sobre la figura del doctor Petrie (suerte de Van Helsing egiptómano) o la, cuanto menos, digna resurrección de Kharis en una dramatización, como no podía ser de otro modo, muy deudora del filme de Karl Freund. Debe señalarse que lo más exquisito de The Mummy´s Hand, como el instante de la resurrección tras la pertinente ingestión de hojas de Tana, surge de una precipitada banalización de los mejores instantes de The Mummy. Acaso la secuencia de más entidad iconográfica que asiste a la dirección de Cabanne se halla en la secuencia de el disparo a bocajarro a Kharis en su forcejeo con el joven Stephen Banning; momento fílmico que Terence Fisher, con buen tino, incorporará de una manera calcada en su espléndida versión de The Mummy, con Peter Cushing y Christopher Lee como inmejorables protagonistas.
Moho en el cuello de la víctima
The Mummy's Tomb (Harold Young, 1942) es acaso la secuela más digna de las "perpetradas" por la Universal aprovechando el éxito del filme de Karl Freund. La cinta traslada las maldición de Kharis a Nueva Inglaterra y, después de un prólogo que dignifica el tedioso filme de Christy Cabanne, Harold Young nos propone un interesante cambio de registro. El joven aprendiz de demiurgo, aleccionado por el vengativo Andoheb, viaja hasta el pueblecito de Mapleton (Massachussets) para acabar con la estirpe de los Banning treinta años más tarde de la oprobiosa profanación que Stephen, en la nueva cinta un anciano, llevó a cabo en tierras egipcias. Siendo puntillosos diríamos que los personajes, pese a estar magníficamente envejecidos de la mano del siempre solvente maquillador Jack Pierce, no trasmiten de una manera creíble el paso del tiempo. El mobiliario, el vestuario, los peinados, no ocultan las tendencias de los primeros años cuarenta, al igual que su filme predecesor, cuyo diseño de producción hubiera hecho bien en inspirarse en cierto look victoriano. Todo y con ello, esos detalles de la producción nunca han preocupado en demasía a los profesionales de la Universal, pioneros, incluso en sus obras magnas, en hacer de la pulcritud histórica y estética poco menos que una aleatoria sucesión de injertos espacio-tiempo. Eso y otras muchas cosas cambiarían para mejor con el nuevo terror policromático de la Hammer Films unos años más tarde.
Kharis (Lon Chaney Jr.) es el fruto de una resurrección esclavizante, y al igual que el monstruo de Frankestein es condenado a vagar por el mundo a causa de la egomanía de un loco (científico o sacerdote).
The Mummy's Tomb es un largometraje, aunque resulte sorprendente, más inspirado en Frankestein (1931) de James Whale que en The Mummy. Kharis (Lon Chaney Jr.) es el fruto de una resurrección esclavizante, y al igual que el monstruo de Frankestein es condenado a vagar por el mundo a causa de la egomanía de un loco (científico o sacerdote). Harold Young [4], parece entender que la humanidad de la soberbia momia interpretada por Karloff no puede enriquecer en nada a la nueva mortaja egipcia, pero, en cambio, sí puede aportar un patrón el monstruo imaginado por Mary Shelley e iconografiado maravillosamente por el genial James Whale.
El filme se enriquece sin tapujos de las mejores esencias "expresionistas", y juega con las sombras y un sentido del suspense cinematográfico relevante. Especialmente sugestivas resultan las secuencias en el cementerio de Mapleton, nueva morada del "monstruo" que, en un acierto de guión muy de agradecer, cambia la soledad del "Valle de los muertos" por la de una neogótica necrópolis de Providence, algo que sin duda hubiera aprobado el escritor Victor Rosseau. El filme aporta una buena progresión dramática que aboca a un clímax final en el que la momia, sometida a un intento de linchamiento, perecerá entre las llamas purificadoras en una patética y triste secuencia final, al igual que el monstruo de Frankestein. El director de fotografía George Robinson realiza una buena labor reforzando los elementos terroríficos con una contrastada iluminación (imprescindible para ocultar ciertas deficiencias de orden escenográfico). The Mummy´s Tomb explora caminos alternativos con la intención de construir una iconografía acorde a la tradición literaria y, desde luego, dentro de los parámetros de trabajo de los estudios Universal. Por ello Harold Young imagina a su momia regresando de la tumba con casi todos los atributos de un monstruo vengador arquetípico de los estudios; véase esos iconográficos insertos del Chacal aullando a la luna, magníficos, en clara alusión a El hombre lobo (The wolf Man, 1941) de George Wagner. El trabajo de guión de Giffin Jay y Henry Sucher no puede ser más ambicioso, al menos bajo la evidencia de un presupuesto tan pírrico.
"Momia geriátrica y toxicómana busca princesa con peinado a lo Elsa Lanchester", esa podía ser un titular a modo de sucinta sinopsis dado el desenfreno que destila esta cinta tan anómala.
Con The Mummy´s Ghost (Reginald Le Borg, 1944) los estudios dan un paso atrás en cuanto a la complejidad moral de la saga e insisten en reforzar el prurito psicotrónico que podía derivarse de The Mummy´s Hand. El filme incorpora la presencia de John Carradine (Yousef Bey) como joven sacerdote vengador del templo de Karnac y otorga a su momia (Lon Chaney Jr.) una suerte de drogodepencia a la Tana, hierba que le trae del mundo de los muertos, o lo que es lo mismo, le hace aparecer un domingo cualquiera paseando por el extrarradio de Mapleton. La coartada de guión para la ocasión de G. Jay y H. Sucher, para la ocasión junto a Brenda Weisberg; no puede ser más ridícula.
La "frankesteinización" de la momia, en manos del realizador Reginald Le Borg, va acorde a las peores versiones del monstruo, como aquella interpretada por el mismo Chaney, cuando no por un Lugosi falto de carisma. "Momia geriátrica y toxicómana busca princesa con peinado a lo Elsa Lanchester", esa podía ser un titular a modo de sucinta sinopsis dado el desenfreno que destila esta cinta tan anómala. Sin proponérselo, The mummy´s Ghost puede pasar por una cinta de culto, reivindicable para aquellos que buscan lecturas de cierta enjundia cómica. Casi en voz baja y con media sonrisa dibujada en el rostro, uno juraría que algo en este filme, quizás por su condición alternativa tan acorde a cierta tradición trash, nos hace pensar inevitablemente en Bubba-Ho-Tep, la divertida perversión fantaterrorífica perpetrada por Don Coscorelli, e incluso, ¿por qué no asegurarlo?, a ciertas gamberradas alumbradas por Lucio Fulci. El filme no aporta más que desenfreno argumental, pinceladas de cine Z y unas dosis de desvergüenza de discutible alcance (especialmente por su fallido intento de expoliar la iconografía de la saga frankesteiniana).
Por otro lado, The Mummy's Ghost aporta una de las secuencias finales más osadas (en su desproporción, se entiende) de la historia de los estudios Universal: aquella en que se nos escenifica la caída en desgracia de la joven protagonista poseída por una vampírica princesa egipcia que exprime la juventud (casi una reescritura explícita de el universo malsano de El Ansia de Tony Scott), aunque para la ocasión, momia y hembra prematuramente amortajada dan con sus achacosos cuerpos directamente a una ciégana por voluntad propia (¿estamos ante una modalidad de eutanasia egipcia?). Resulta bastante asombroso que la Universal elija un título tan endeble como The Mummy´s Ghost para decidirse a renunciar a su tan habitual happy end. No cabe más que preguntarse si esas hojitas de Tana, tan protagonistas en el relato, no obedecerían una broma de guión acerca de ciertos hábitos del Hollywood más canalla. Es increíble lo que puede desmejorar el capacidad de un tándem de guionistas en un solo año.
The Mummy's Curse (Leslie Goodwins, 1944) es otro título para olvidar. Enésima reescritura del triste periplo de la momia Kharis, que para la ocasión se centra en una zona de pantanos del este de Estados Unidos (y es que Mapleton parece tener muchas posibilidades). El filme repite punto por punto todos los tópicos ya expuestos en las anteriores versiones. Acaso, vale la pena destacar alguna idea plásticamente brillante como en es secuencia de resurrección en el barro de la princesa Ananka y algún que otro momento de elegante puesta en escena. Por lo demás resulta una cinta falta de originalidad y, desde luego, de pretensiones. La aportación de Lon Chaney Jr. al personaje de Kharis es una de las más patéticas que se recuerdan, y es que su condición de momia toxicómana llega al paroxismo más vergonzante. Sin duda un apetitoso manjar para adictos al fast food psicotrónico con cierto aroma nostálgico.