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publicado el 15 de junio de 2007

Un criptograma para la historia del thriller

Lluís Rueda | Con Seven (1995), el realizador David Fincher revolucionó en la década de 1990 el thriller policíaco y creó un precedente estético reiteradamente imitado. Con la excelente El club de la lucha (1999), majestuoso retrato de las raíces de la violencia en nuestra sociedad, su talento pareció tocar techo, pero nada más lejos, lo mejor estaba aún por llegar: Zodiac es acaso el relato policiaco más apasionante realizado en los últimos años. Con el lenguaje cinematográfico de naturaleza manierista propio del thriller de los noventa, digámoslo ya, francamente agotado, Fincher, un depalmiano amante del golpe de efecto y la secuencia espectáculo, renuncia definitivamente a ese perfil tan acusadamente barroco y en su nueva propuesta echa un interesante vistazo a las formulas cinematográficas de la década de 1970. Zodiac es la historia de una obsesión, la denuncia de lo obsoleto de un sistema legislativo y un inteligente retrato de una sociedad que relame sus heridas en el sensacionalismo más desaforado. Para su thriller “de despacho”, a la manera de Todos los hombres del presidente (All the President's Men, 1976) de Alan J. Pakula el realizador de La habitación del pánico construye una épica e interesantísima odisea deductiva que se prolonga durante tres décadas con objeto de dar caza al esquivo y burlón asesino múltiple Zodiac.

La trama procura que el espectador se entregue a un tour de force delictivo, enmarcado en un pulcro realismo histórico, a la vez que participa de un enriquecedor trabajo didáctico y un puntilloso retrato de época. Fincher se ha regalado un ejercicio cinematográfico en el que perduran sus constantes, pero en el que hay una renuncia a su sofisticado formalismo (una renuncia a la pirueta hitchcocktiana)

El filme ofrece un guión prodigioso, milimétrico, que se ramifica hacia diversas casillas ocultas o interrogantes, a la manera de un cluedo elefantiásico en el que la recreación de la escena del crimen es mucho más atractiva que el morbo que pueda derivarse de mostrar al asesino en plena faena. La trama procura que el espectador se entregue a un tour de force delictivo, enmarcado en un pulcro realismo histórico, a la vez que participa de un enriquecedor trabajo didáctico y un puntilloso retrato de época. Fincher se ha regalado un ejercicio cinematográfico en el que perduran sus constantes, pero en el que hay una renuncia a su sofisticado formalismo (una renuncia a la pirueta hitchcocktiana). Nombres como William Friedkin, Don Siegel, Stuart Rosenberg o el citado Alan J. Pakula son en Zodiac indisimulada fuente de inspiración, pero también el Fritz Lang de M (1931) (acaso el primer filme con asesino en serie desgranado bajo el prisma de una sociedad ávida de venganza y justicia).

La historia de Zodiacestá basada en el best-seller de Robert Graysmith , convenientemente interpretado en el filme por Jake Gyllenhaal, y en cierto modo sienta las bases del moderno protocolo de la investigación de los asesinos en serie, algo posterior al marco cronológico del filme y que Fincher inserta como una licencia pertinente. La pirueta formal que supone Zodiac resulta tan sobria y brillante que se diría que el director ha elaborado una película histórica acerca de las raíces de una temática que ahora resulta de lo más común gracias a series como CSI.

El acierto estético y el retrato de época es tan enormemente detallista que no olvida sugerentes guiños como el que supone idear al personaje interpretado por Robert Downey Jr., un periodista de lo más socarrón, con oportuna inspiración en el incorruptible Frank Serpico, popularizado por la magnética interpretación de Al Pacino en el filme de Sidney Lumet y hoy icono pop indiscutible, acaso tanto como el expeditivo Harry Callahan (Harry el sucio). Fincher sabedor del gancho iconográfico de la época a la que se asoma, se apunta sin ambages al delirio retro, las texturas color sepia y las volutas de humo de una oficina atestada de informes. El realizador de The Game, padre del thriller moderno junto a Christopher Nolan (Memento, Insomnio) abraza las maneras de la llamada generación norteamericana de la televisión y, más que airoso, sale con una obra maestra bajo el brazo. Acérquese a disfrutar de su extraordinaria densidad cinematográfica, no lo lamentará.


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