publicado el 26 de junio de 2004
Juan Carlos Matilla | La fiebre estadounidense por los remakes, siempre tan cuestionada, vive en los últimos años uno de sus momentos más fecundos. Continuas reelaboraciones, abundancia de pastiches y numerosas nuevas versiones invaden las carteleras de medio mundo. La industria americana ha puesto el ojo en el material reciclado y cada temporada fabrican un conjunto cada vez más ingente de remakes que se mueven entre la reelaboración lícita y la desvergüenza más descarada. En los últimos años hemos sido testigos de revisiones de todos los colores: banales y poco desarrollados remakes de obras clásicas de suspense (Diabólicas, Un crimen perfecto), meras copias que se mueven entre la desfachatez y el sin sentido (Psicosis), nuevas lecturas que en realidad se fijan más en los originales literarios que en la versiones cinematográficas anteriores (El talento de Ripley), intentos fallidos de adecuar los títulos del pasado a un discurso de autor (El planeta de los simios), etc. Además, como ya hicimos referencia en la quincena pasada a propósito del estreno de Amanecer de los muertos, el cine de terror estadounidense contemporáneo está recuperando algunos de los títulos míticos de la época dorada del género: la década de 1970, en la que cineastas como Brian De Palma, John Carpenter, Tobe Hooper, William Friedkin, George A. Romero o Steven Spielberg renovaron el género y a la vez lo convirtieron en uno de los más rentables para la industria.
Pero, ¿cuáles pueden ser las razones por las que las productoras norteamericanas insisten continuamente en la elaboración de remakes? Pues, francamente, son numerosas y a veces un tanto ilógicas. Normalmente se suele aludir a la falta de ideas de los guionistas actuales cuya sequía inventiva provoca que se retomen, una y otra vez, los argumentos ya explotados, sobre todo si funcionaron en su momento. Pero no siempre se debe a este motivo ya que pueden intervenir otros muy distintos como, por ejemplo, la necesidad de descubrir al público estadounidense formas y enfoques expresivos en desuso u obras extranjeras que han tenido éxito en otros países (y que de otra forma no conocerían debido al desprecio que siente la audiencia americana por la V.O.). También pueden incidir las tendencias revisionistas que triunfan en cada momento (en la actualidad hay un regreso a la década de 1970 en casi todas las manifestaciones artísticas y eso es algo que se tiene muy en cuenta en las oficinas de las productoras hollywoodienses) o la voluntad de actualizar ciertos filmes de culto incluso desde una cierta actitud arty por parte de los ejecutivos americanos (existen casos recientes como Ocean´s Eleven, Solaris, Willard o El quinteto de la muerte). Además, no hay que olvidar que algunos remakes nacen de la necesidad de algunos autores de homenajear los títulos que han forjado su vocación cinematográfica (la lista sería larga e iría desde Brian De Palma a Tim Burton).
Fascinante recorrido por la América profunda y siniestra, La matanza de Texas 2004 es, hasta la fecha, la película más destacada de esta nueva corriente revivalista del cine de terror americano ya que es la que apuesta de forma más descarada por la representación directa de la atrocidad y la barbarie de manera valiente y admirable.
La nueva versión de La matanza de Texas, dirigida por el debutante Marcus Nispel, es un excelente resumen de todos estos motivos. Revisionista y la vez arriesgada, la película de Nispel recupera parte de los brillantes elementos que dieron lustre a su antecesora, como el uso de una fotografía descarnada, la proliferación de ambientes sórdidos, la valiente trasgresión de los tabúes, la explicitación de la violencia sin caer en la gratuidad, la ausencia de psicología en los personajes (aunque haya un cierto intento de dotar a los personajes de cierta intensidad trágica, sus comportamientos siguen siendo tan irracionales y primitivos como en la anterior), el mantenimiento de una tensión psicológica al límite y la sequedad expositiva en la puesta en escena. Pero también incluye nuevos elementos que hacen que el remake tenga una personalidad propia, como un mejor diseño de producción (que es una de las mejores bazas del filme ya que sabe combinar a la perfección el necesario tono agreste con una ambientación de resonancias góticas), un acentuado naturalismo en la recreación de los ambientes (en su mayoría nocturnos y asfixiantes), la introducción de leves elementos de crítica social (aunque sin convertir al filme en un panfleto antirrural), una apuesta desacomplejada por el registro gore y una planificación más entrecortada, hábil y elaborada que la de Hooper. De esta manera, el filme de Nispel se erige como una soberbia y dignísima película que, a la vez que homenajea a la obra de Hooper, adquiere la categoría de obra independiente y personal. El realizador no se dedica a imitar sin más los principales rasgos estilísticos de la versión de Hooper sino que actúa casi como una glosador que introduce pequeñas variaciones en el contenido original para crear así otra obra completamente distinta, aunque íntimamente conectada con la primera.
A todo esto hay que sumar la extraordinaria labor de puesta en escena de Nispel que insiste una y otra vez en los elementos más epatantes y grandguingolescos pero siempre desde un punto de vista serio y seco
Fascinante recorrido por la América profunda y siniestra, La matanza de Texas 2004 es, hasta la fecha, la película más destacada de esta nueva corriente revivalista del cine de terror americano ya que es la que apuesta de forma más descarada por la representación directa de la atrocidad y la barbarie de manera valiente y admirable. Fría y descarnada, destaca en ella su franca voluntad por resultar desagradable, áspera y poco acomodaticia. Al igual que su predecesora, el filme narra las últimas horas de vida de un grupo de jóvenes que se topa con la familia Hewitt, un peculiar clan de ex carniceros que viven en un atrasado núcleo rural de Texas y que se dedican, con todo el sadismo del mundo, a destrozar los cuerpos de los forasteros que tienen la desgracia de parar en la zona. Por contra, la versión de Nispel elimina algunos personajes (como el joven parapléjico), introduce otros nuevos (la nueva familia integra personajes femeninos y un demente niño deforme), retoma algunas secuencias (como la primera entrada de los jóvenes a la mansión Hewitt o las persecuciones nocturnas de Leatherface armado con su sierra mecánica) y prescinde de otras como la famosísima secuencia de la cena de la familia de matarifes presidida por el abuelo moribundo (un brillante acierto por parte de los guionistas ya que hubiera sido un error repetir el momento más recordado del original de Hooper).
A todo esto hay que sumar la extraordinaria labor de puesta en escena de Nispel que insiste una y otra vez en los elementos más epatantes y grandguingolescos pero siempre desde un punto de vista serio y seco: el alucinado travelling que atraviesa la cabeza agujereada de una chica que se acaba de pegar un tiro en la cabeza; el contrapicado que muestra el agonizante cuerpo de un joven atravesado por un gancho de carnicería; los planos subjetivos que nos revelan el horror que observa Erin, la joven superviviente interpretada por Jessica Biel, mientras se esconde en la guarida de Leatherface; el soberbio mantenimiento del suspense en dos secuencias antológicas (el acecho de Leatherface a la chicas que se esconden dentro del coche y la persecución en el sótano de la mansión Hewitt, un prodigio de horror puro no desprovisto de cierta estilización formal); y, por encima de todo, los siniestros últimos veinte minutos del filme en los que se impone una planificación frenética y cortante que muestra todo un catálogo de horrores: la figura entre sombras de Leatherface mientras cose una máscara hecha de piel humana; el pánico de una Erin escondida en el interior de una ternera desventrada; la huida desesperada por la carretera de la joven y su fatídico encuentro con el camionero; la aparición de Leatherface mutilado y aún consciente; y el soberbio final circular en el que el director retoma parte del material del inicio del filme (en el que se nos mostraba el resultado de la masacre filmado a la manera de un documental) para dar una última vuelta de tuerca a la explicitación del horror. En resumen, pocos filmes actuales tienen la capacidad de dejarte sin aliento como esta magnífica película que, desde este mismo momento, hay que colocar entre lo más destacado que ha dado el género de terror en los últimos años.