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publicado el 25 de enero de 2004

¿Era necesario ser tan fiel al texto original?

Lluís Rueda | Por lo visto los relatos cortos de Phillip K. Dick se están convirtiendo en un filón de ideas cinematogáficas y eso es una buena noticia para los amantes de la buena ciencia-ficción. Tras Minority Report (Minority report, Steven Spilberg, 2002), adaptación que sabe reescribir el texto original en clave cinematográfica de un modo ejemplar, nos llega Infiltrado, de Gary Fleder (autor de Cosas que hacer en Denver cuando estés muerto y El colecionista de amantes). El proyecto nace en 1997 como episodio de una película dividida en tres segmentos que nunca llegó a realizarse como tal, junto a Infiltrado estaba Alien Love Triangle dirigida por Danny Boile y Mimic, de Guillermo del Toro. Así, tanto Infiltrado como Mimic derivaron en dos proyectos individuales con distinta suerte.

Spencer Olham (Gary Sinisi) es un científico que trabaja en una compleja arma destructiva que permitirá derrotar a los Centauri, unos alienígenas que han declarado la guerra a la tierra en el futuro 2079. Olham es acusado de ser un infiltrado alienígena, de llevar una bomba en su pecho, y de ser un mero replicante del original Spencer Olham, así comienza toda una persecución de casi dos horas de duración y ritmo trepidante bajo las cúpulas protectoras de una ciudad oscura de edificios megalíticos, de cierta austeridad fantasmal, mas cercana a una civilización sitiada, en guerra, que a la orientalizada ciudad de neón de Blade Runner. Partiendo de esos decorados bastante ajustados al modesto presupuesto, G. Fleder recicla toda la juguetería de las últimas décadas de la ciencia ficción cinematográfica y con un espíritu bastante cercano a la serie B de Desafío Total (Total Recall, 1990, Paul Verhoven) insiste más en el gadget y en el plano cerrado por pura necesidad. Es evidente que al director le cuesta bastante sacar partido de la recreación virtual de la ciudad y de sus cúpulas, enseñándonos lo justito, como si hubiera cierto miedo a no dar la talla.

Pese a su prometedor arranque, un cuarto de hora ejemplar que expone el conflicto bélico y nos presenta al personaje de Olham desde su infancia hasta el día a día con su esposa Maya (una Madeleine Stowe que construye un personaje excesivamente distante y poco aprovechado), la película se va diluyendo en una trama frenética que ahoga de puro lineal y que no acaba de aprovechar los conflictos paralelos. La misión del protagonista consiste en llegar al hospital y hacerse unas pruebas que confirmen su humanidad, para ello se alía con un personaje marginal, un vagabundo (Tony Shalhoub), que vive en los suburbios: francamente, aparte de cubrir la cuota afroamericana su presencia aporta más bien poco. La historia presenta déficits, su guión estira demasiado una historia que dadas las circunstancias no se adecua a tan abultado metraje. Un ejemplo de su endeblez lo tenemos en la fuerza alienígena Centauri (nada que ver con los exquisitos Centauri de la serie de ciencia ficción Babilon 5), nunca se nos explica nada de ellos, desconocemos su naturaleza, sus motivaciones. La historia del perseguido Olham necesita un respiro, una subtrama que aligere el segundo acto o quizás un flash back que permita respirar al espectador.

¿Era necesario ser tan fiel al texto original, alargándolo sin más, o hubiera funcionado este filme de otro modo trabajando su guión con cierta independencia? Me concederán que lo segundo parece lo más lógico, basta con tener presente que una cosa es traicionar el espíritu de un relato y otra es convertirlo en un largometraje.
Pese a ello la película contiene algunos aciertos, es francamente fiel al espíritu de Phillip K. Dick y sin duda contentará a sus incondicionales. Es de justicia también destacar el personaje interpretado por Vincent d´Onofrio, el mayor Hatawai, un cazador sin escrúpulos que sorprende por su amoralidad. El perseguidor de Olham es quizás el personaje mejor aprovechado del relato: su perfil psicopático es realmente inquietante. Queda perfectamente definido en aquella secuencia en que mantiene una conversación con un alto mando: tras poner su cargo a disposición, Hatawai, reconoce que no es un buen hombre, y por tanto se considera el más indicado para hacer ese tipo de trabajo.

Carga este thriller nocturno las tintas, en demasía, en las escenas de acción, quizás de manera gratuita, y eso le pasa factura pues descuida a los personajes y sus conflictos internos; pero más allá de ciertas irregularidades el filme nos ofrece buenos momentos, como la conversación de Hatawai y Maya en esa capilla inquietante del hospital de veteranos, la huida de Olham a través de los conductos de desagüe o ese arrebatador tramo final que tanto contentará al espectador.

En resumen: pese a cierta indefinición estilística de G. Fleder y un guión irregular, el filme asegura entretenimiento y lejos del virtuosismo de otros acercamientos al universo de Phillip K. Dick la mejor baza de Infiltrado es precisamente su honestidad, algo en ocasiones muy de agradecer.


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