publicado el 16 de abril de 2004
Juan Carlos Matilla | Poco o nada conocíamos en nuestro país de la incipiente trayectoria artística de los hermanos Polish pero a raíz del estreno de su última obra, la inefable Northfork (2003), habrá que prestar una especial atención a la obra de estos dos verdaderos rara avis del cine independiente estadounidense. En ocasiones, ciertos filmes cogen a los críticos a contrapié debido a su naturaleza inesperada y alejada de las tendencias habituales. Este es el caso de este interesante filme que fue presentado en el pasado festival de Sundance. Inclasificable, esperpéntico, sombrío y con un punto demencial, Northfork es una sugestiva (aunque no del todo brillante) tarjeta de presentación de una pareja de gemelos (Michael, director, y Mark, actor y guionista) que darán mucho que hablar en un futuro si son capaces de mantener el enfoque a contracorriente de su última obra.
El filme es una extraña combinación de drama rural, relato de iniciación y fantasía gótica. Ambientado en la década de 1950, narra los últimos días de vida del poblado de Northfork, en el estado estadounidense de Nevada, cuyo territorio ha sido expropiado por el Gobierno para construir una presa hidráulica y un lago artificial. La trama gira en torno a los últimos habitantes del pueblo que se resisten a abandonar sus casas. Entre ellos destacan Irwin (encarnado por el actor infantil Duel Farnes), un niño huérfano y moribundo que utiliza su imaginación como vía de escape; Walter O’Brien (un sensacional James Woods), un taciturno vecino del pueblo que ahora forma parte del gabinete de funcionarios del Estado destinado a convencer a los últimos resistentes; y el padre Harlan (Nick Nolte), un cura afable y bondadoso que vela por los intereses del joven Irwin. A partir de la capacidad fabulística del niño, el director introduce un gran número de elementos fantásticos entre los que sobresale una epatante troupe de ángeles (encabezados por una Daryl Hannah que parece sacadita de una fantasía neogótica de Tim Burton) que visitan el pueblo en busca de un compatriota perdido.
Como si fuera un Guy Maddin del otro lado del lago Ontario, Polish combina sabiamente el imaginario kitsch con una estilización formal encomiable, repleta de tiempos muertos, largos silencios, imágenes cargadas de simbolismo y luces espectrales. Al igual que el director canadiense, Polish adopta un peculiar y demodé look visual basado en la fotografía desaturada y en la adopción de una paleta de colores grises que sólo se rompen en un momento determinado del filme: la aparición de las alas del ángel perdido, cuyo blanco inmaculado posee, por contraste, una gran fuerza expresiva. Además, el filme hace gala de un soberbio trabajo de montaje, un ritmo cadencioso y de una serie de brillantes ideas de puesta en escena: sobre todo en el imaginativo uso de los raccords, la función expresiva de la banda sonora de la que se sirve el director para describir y situar a los personajes, la planificación elegante y la introducción de ciertos elementos enigmáticos (el muñeco en forma de perro, las manos de madera que posee uno de los ángeles, el episodio inventado del rescate de la familia que se ha quedado atrapada en el techo de su casa) que actúan como contrapunto extravagante de la aridez del resto del metraje.
A todo esto hay que añadir el bizarro sentido del humor de algunas secuencias, sobre todo una memorable: la hilarante estampa de la casa de uno de los habitantes del pueblo que ha decidido hacer frente a la riada transformando su hogar en un arca... con su puente levadizo y todo!!! También son destacables los diálogos absurdos del gabinete liderado por O’Brien, una suerte de funcionarios grises con sombrero que parece que han salido de una narración de Michael Ende. Pero no todo en Northfolk es brillante ya que el filme adolece de numerosos puntos débiles: el exceso de ambición del guión, los episodios psicotrónicos (las secuencias protagonizadas por los ángeles rozan el ridículo más absoluto), los detalles de vacuidad de algunos pasajes (la relación entre O’Brien y su hijo, por ejemplo, es en exceso convencional) y un engolamiento formal algo molesto perjudican el relato y lo alejan de la maestría. A pesar de todo, Northfolk es un filme elegíaco estimable y lleno de interés que tiene la sana capacidad de no dejar indiferente al espectador.