boto

estrenos

publicado el 2 de agosto de 2007

La saga del Dragón

'El guía del desfiladero' es una pieza de entretenimiento extraordinariamente concisa, posee algunas escenas de acción magistralmente orquestadas y un acabado proclive a una insania visual de lo más estimable. Una interesante mezcla de cine de aventuras y horror que los más avezados situarán en la órbita del filme de John MacTiernan 'El Guerrero número 13' ('The 13th Warrior', 1999). Marcus Nispel, realizador de 'La Matanza de Texas 2004'('The Texas Chainsaw Massacre', 2003) interpreta a la perfección la filosofía de la fantasía heroica (bien representada en la literatura evasiva de Robert E. Howard), el magnetismo que provoca en el espectador el dibujo en el aire del movimiento de una espada y el sabor añejo, pero irremisiblemente adictivo, de las cuitas del medioevo con su sempieterna lucha entre el bien y el mal. Sin duda, estamos en un territorio aparentemente tosco, ortodoxo, siempre que analicemos este material y sus elementos con una actitud reduccionista, pero no se dejen engañar, estas historias aparentemente inocuas, frugales, pueden condensar una carga emotiva y un alcance estético para nada desdeñables. Tan sólo necesitamos observarlas desde un prisma adecuado.

Lluís Rueda | “Sabed que si yo
con el hierro pudiese
justicia obtener
para esta mi causa,
ningún Aeigir marino
quedaría impune:
¡Lo arrastraría contra las olas
para matarlo en el campo!”

Egill Skallagirmsson (Canto éldico a la memoria de su hijo Bodvard, siglo X)

Los historiadores sostienen que el primer vikingo procedente de Groenlandia en alcanzar las costas de la América septentrional fue el navegante noruego Bjarni Herjulfsson, llegó a tierras americanas a causa de un error de navegación y al influjo de los fuertes vientos que arrastraron su nave. Al tratarse de un comerciante (para nada belicoso), decidió regresar a Groenlandia sin explorar el nuevo continente. A su regreso, el descubrimiento llegó a oídos de Leif Ericsson –hijo de Erick el Rojo-, que años más tarde, junto a una partida de treinta i cinco hombres alcanzó de nuevo la costa a la altura del actual Boston. El territorio fue bautizado como Vinland por sus frondosos bosques y sus viñas salvajes. Al regreso de Ericsson a Groenlandia, su hermano Thorvald decidió instalar una pequeña colonia permanente en Vinland, pero fue asesinado durante una escaramuza con los indígenas y esto ahuyentó a sus compañeros.

Si me permiten, recurro a este contrastado apunte histórico para situar al lector en un punto de partida interesante a la hora de analizar El guía del desfiladero, un filme que, a priori, parte de un planteamiento bien estructurado, fidedigno, para definitivamente situarse en un territorio cercano al pulp. Hasta ahí, nos hallamos ante una cinta de aventuras al uso con un punto de partida de impecable verosimilitud –aspecto que le distancia de el grueso de filmes de aventuras épicas que suceden en territorios quiméricos y fabulosos-, pero sólo hasta ahí, pues tanto en su tratamiento estético como en su trasgresora iconografía, en resumen, en el total de de su desinhibido conjunto, el filme de Marcus Nispel es un sword and sorcery con todas las de la ley. Dicho esto, hemos de tomar en cuenta que el elemento fantástico que asoma por tan heterodoxo conjunto iconográfico (en el que se funde el medioevo europeo y el tribalismo de los indios norteamericanos) es más atribuible a un tratamiento ominoso, que a los acostumbrados elementos esotéricos o fabulosos que asoman por este tipo de producciones.

Nispel, tan solo ha extraído de la cinta de culto noruega Pahtfinder, el guía del desfiladero (Ofelas, 1987) de Nils Gaup puntuales instantes de acción y algunos aspectos coyunturales para conformar su remake: véase la magnífica persecución en trineos, amén de un tour de force hacia el desenlace poco menos que espléndido. Pero siendo francos, el marco histórico y el tono elegíaco alejan esta nueva versión de la estimable cinta original, y ello, lejos de ser un inconveniente, resulta capital para asumir el eclecticismo de la nueva propuesta. Con El guía del desfiladero entramos en un territorio fascinante repleto de piratas, indios, barcos y 'tipis' que se dirían extraídos de una versión trash de Peter Pan, esa mezcla, rabiosamente adictiva, precipita en un remake bastardo y libérrimo que amplia fronteras estilísticas y se nutre de innumerables referencias cinematográficas.

El guía del desfiladero es una cinta de aventuras en la que el elemento fantástico se caracteriza por brotar de la carga emocional con que Nispel dispone sus baterías de planos, secuencias de luchas a espada extraordinariamente planificadas y sensacionales persecuciones que rentabilizan la topografía de la abrupta naturaleza norteamericana como pocas veces hemos visto

El guía del desfiladero es una cinta de aventuras en la que, reitero, el elemento fantástico se caracteriza por brotar de la carga emocional con que Nispel dispone sus baterías de planos, secuencias de luchas a espada extraordinariamente planificadas y sensacionales persecuciones que rentabilizan la topografía de la abrupta naturaleza norteamericana como pocas veces hemos visto. A esta solvencia técnica hemos de sumar un trabajo de fotografía exquisito–proclive a los claroscuros-, en el que, en particular, las hordas de los hombres de la estirpe del Dragón (los vikingos noruegos) que amenazan la vida de los nativos indios lucen como espectros infernales surgidos de entre la niebla y los árboles. Cada avanzadilla de los vikingos resulta una portentosa lección de horror irracional, sin condimentos ni coartadas, que los más versados en la mitología fantástica relacionarán, sin duda, con la siniestra Tropa de Odín, cuando no con auténticos visitantes del Niflheim –reino de los muertos-. El filme no atesora más elementos digitales que los imprescindibles para dotar a los efectos especiales de crudeza y realismo, algo, por cierto, muy de agradecer en un producto de estas características; la de Nispel es una cinta que salpica la pantalla de sudor, barro, lluvia y sangre de un modo tan obsceno y real que poco o nada tiene que ver con los cada vez más habituales filmes construidos a partir de secuencias-diapositiva (si me permiten utilizar este término), caso de la estilizada y artificial 300 (2007) de Zack Snyder (un peplum underground que subraya de oropel hasta un pestañeo).

El realizador alemán ha sabido macerar con esmero la progresión de la acción recurriendo al uso del relentí con un buen criterio [1]), también cabe destacar una labor montaje en que predomina el plano detalle –algo muy del bouqué de las últimas action-movies-. Nispel parece tener muy claro en todo momento donde situar la cámara y cuando airear con un plano medio. Estas pautas básicas procuran que el espectador no quede literalmente enganchado al celuloide como un insecto despistado, algo que suele ocurrir en obras de directores tan reputados como Dany Boyle (Sunshine). En ese sentido, habría que mostrar más respeto ante directores menores como Michal Bay (Transformers) –al que todo el mundo atiza sistemáticamente-, un realizador que como Nispel, o en su día John MacTiernan (Depredador, El Guerrero nº 13), sabe muy bien que hacer con aquellas secuencias en las que la acumulación de planos, por propia decisión o imposiciones estéticas, es excesiva. El montador, entendemos que bajo las órdenes del realizador, debe airear convenientemente cada tramo de su filme para no provocar una molesta sensación de saturación.

Valga decir que esta acotación técnica se sitúa al margen de el valor cinematográfico de las obras que se desprenden de los autores citados y que, a menudo, la independencia de las segundas unidades o la escasa supervisión, llevan al traste el más interesante proyecto.

Los filmes que se asoman, desvergonzadamente, a través del argumento de El guía del desfiladero son de lo más variados, acaso dejaremos en el tintero algunos que responden a un planteamiento similar pero transitan en unos géneros que poco o nada tiene que ver con el presente título (como Deliverance(1972) de Jonh Boorman o Acorralado (First Blood, 1982) de Ted Kotcheff. Sorprendentemente, la primera referencia que a uno le viene a la cabeza es Un hombre llamado caballo (Man Called Horse, 1970) de Elliot Silverstein, cinta que plantea el conflicto de un soldado confederado de raza blanca (Richard Harris) que acaba erigiéndose en líder de una tribu Sioux. Sirva como dato que este filme vio dos secuelas menores, la segunda de ellas rodada en 1982 y didigida por John Hough contó como guionista con Carlos Aured. Un hombre llamado caballo hacía hincapié en el conflicto personal de un individuo atrapado entre dos mundos, o civilizaciones, y era especialmente meticulosa en la exposición de las costumbres rituales de los salvajes. El guía del desfiladero se sitúa en una premisa argumental idéntica, con Sombra, el personaje interpretado por el atlético Karl Urban (jinete de Rohan en el tríptico de El Señor de los anillos) como un vikingo criado por los indios desde la infancia. Al igual que en el filme de Elliot Silverstein, Nispel, se posiciona a favor de los nativos norteamericanos y concede a los europeos (o los hombres de raza blanca) una carácter subjetivamente monstruoso y sanguinario. Si bien a ojos de un historiador este extremo puede resultar excesivamente simplista, como elemento dramático y acicate argumental luce enormemente creíble.

En el caso del filme de Nispel la idea del europeo como salvaje (algo contradictorio si nos atenemos a sus conocimientos del metal o del arte de la navegación), se sustenta en las convicciones religiosas y culturales del hombre del norte de Europa. Un ejemplo lo hallamos en la idea del bien y el mal que los vikingos poseían: una lucha interior en que dicha dicotomía era representada por las divinidades denominadas 'Yotunos' y los benéficos 'Ases'. Casi todas sus sagas y cánticos siempre hacen referencia a la venganza y la muerte, hasta pasado el siglo IX ningún anónimo éldico planteó el tema del dolor –dato que nos indica lo estólido del carácter vikingo-. A causa de su particular politeísmo, el pueblo vikingo se cacacterizó por una suerte de simbolización de las más elementales conductas cívicas, un reduccionismo moral que les convirtió en arquetipos muy elementales.

El guía del desfiladero es una suerte de hijo bastardo de los elementos más góticos y sórdidos de la famosa trilogía de El Señor de los anillos concentrados en un digest modélico, de rudos pasajes, pero que, en cambio, atesora un ritmo cinematográfico endiablado y de una efectividad visual pertinentemente concisa

Al margen de su especulación historiográfica, con un punto de partida modélico, en este ejercicio de ficción el realizador Nispel siempre juega con las cartas encima de la mesa. El director alemán procura una atmósfera de indudable coherencia interna y se aparta de cualquier discurso cargado de ínfulas historicistas. El último cometido es crear un filme de acción épico, de tintes fantásticos e iconografía impactante, trabajando con precisión cada detalle de la puesta en escena. El alcance de su estimulante tratamiento visual, tan afín a la fantasía épica de Conan, el bárbaro (Conan, the Barbarian, 1981) de John Milius o Cromwell, el rey de los bárbaros (The Sword and the Sorcerer; Albert Pyun, 1982), y en menor mediada a las secuelas firmadas por Richard Fleisher Conan el Destructor (Conan de Destroyer, 1984) y El Guerrero Rojo (Red Sonja, 1985)[2], debe entenderse como una inteligente reformulación de sus logros en la parcela del cine de horror, véase La Matanza de Texas 2004, el honesto y modélico remake del clásico de Tobe Hooper. El filme de "espadas" de Nispel es indisimuladamente gore, de atmósfera irrespirable y en buena parte de su metraje, especialmente su primera media hora, todo un tratado de cine de horror cargado de brutalidad y poesía. Por tanto, estamos ante un hiperbólico entretenimiento, sobrio y convenientemente humilde, que huye de planteamientos mayestáticos más allá de se su condición de superproducción.

Nispel se sitúa lejos de las argucias autorales mostradas por otros realizadores como Mel Gibson, que en su celebrada Apocalypto (2006) pretende convertir un divertimento pulp –con pasajes estimables- en una torpona metáfora acerca del fin de las civilizaciones; Marcus Nispel, por contra, se centra en dar lustro y coherencia estética a un refrito que recoge sin complejos lo más granado del cine de mandobles (o de espadas si se quiere) de los últimos años sin perder de vista su naturaleza de realizador adscrito al fantástico, su condición de hacedor de indigestas sesiones de terror ortodoxo.

En las nítidas transparencias referenciales de El guía del desfiladero pueden mirarse además del clásico de Milius, la excelente El señor de las bestias (The Beastmaster, 1982) de Don Coscarelli, El guerrero número 13 de John MacTiernan o, desde luego, el tríptico de El Señor de los anillos firmado por el neozelandés Peter Jackson. De esta última trilogía (y auténtico fenómeno cultural) del cine de aventuras fantásticas, Nispel ha sabido destilar convenienteme la aparatosidad del fantastique más inverosímil (aquel que alude a lo brujeril y a las razas infrahumanas), limar la hipersaturación de subtramas y, desde luego, lo dilatado del minutaje –incluso analizando cada una de sus entregas por separado-. El guía del desfiladero es una suerte de hijo bastardo de los elementos más góticos y sórdidos de la famosa trilogía concentrados en un digest modélico, de rudos pasajes, pero que, en cambio, atesora un ritmo cinematográfico endiablado y de una efectividad visual pertinentemente concisa. Sirva como ejemplo el primer tramo del filme en que una mujer india cae por accidente a la cuna de un río sobre la que dormita una vieja nave vikinga. El realizador se adentra en ese sepulcro flotante como si lo hiciera en una vieja catedral, descubriendo las entrañas de un monstruoso animal con el vientre atestado de pútridos cadáveres y en el que el icono del Dragón se impone en cada detalle (armaduras, cascos, espadas) como una amenazadora criatura que dormita. La simbología del mal bien representada en la proa de la nave-sepulcro del filme nos recuerda a la serpiente en Conan el Bárbaro, apunte polisémico de gran carga metafórica.

No me malinterpreten, no está en mi voluntad establecer una comparativa entre la obra tolkiana de Peter Jackson (a mi juicio, tan plena de aciertos como de errores) y el filme de Marcus Nispel, sino exponer como este último ha extraído elementos concretos de la famosa trilogía para llevarlos a un terreno menos ambicioso y más efectista.

En el guía del desfiladero, la iconografía vikinga es expuesta abiertamente en una suerte de mística maléfica, prehumana, y esos conquistadores que parecen inspirados en los Nasgul tolkianos –terroríficas lucen sus cacerías a caballo- se muestran ante el espectador como un marcial ejército de psicópatas, de seres envenenados por una suerte de animalización que los sitúan a la altura de los temidos 'yotunos' [3]. El acierto de que sea el guía del desfiladero, uno de los suyos, el que impida que estas hordas infernales –en una pertinente exageración cinematográfica- se establezcan como colonizadores nos remite a otra suerte de reflexión extracinematográfica, aquella que alude a la dispersión de poder y la latente decadencia de los pueblos nórdicos, lastrados por su división en clanes y su marcado individualismo.

El filme, que ha pesar de su holgado presupuesto se ha estrellado en la taquilla norteamericana, en general, tampoco ha sido bien considerado por la crítica cinematográfica, que acaso no ha sabido leer entre líneas, ni valorar su excelente pedigrí como bastardo filme de épica-gore. Inconvenientes de estrategia al margen cabe pensar que El guía del desfiladero puede acabar teniendo en el futuro un reconocimiento similar al de una cinta que en su momento también fue vilipendiada y hoy, a pesar de sus indudables lagunas y un montaje nefasto, es referencia en muchos foros, me refiero a el El guerrero nº 13.

Otra interesante fusión de cine de aventuras y horror sin más pretensiones y objetivos que el puro entretenimiento es, sin duda, la ecléctica El pacto de los Lobos (Le Pacte des Loups, 2001) de Christophe Gans, un divertido folletín de aventuras con trasfondo fantastique que se pierde excesivamente en la hipérbole y descuida el prurito terrorífico. Acaso el exceso de autoparodia procura que el elemento fantástico quede muy menguado, algo que para nada se da en el filme de Nispel.

En esta combinatoria de elementos sobrenaturales, géneros y mosaicos de época, reitero, El guía del Desfiladero, a mi juicio, destaca por su concisión narrativa y por el bestialismo que destila su atmósfera.


  • [1]. La cámara lenta es un recurso dramático que se ha de utilizar para el subrayado de una situación especialmente dramática o para enmarcar un alarde estético que puede servir como motor de la acción (en este caso los arquetípicas florituras de espada, espléndidamente ejecutadas por el más que instruido Karl Urban). Se trata de una herramienta cinematográfica que utilizan con inteligencia directores como John Woo (un maestro en este apartado) y con un criterio más cuestionable otros realizadores de renombre como Mel Gibson o Ridley Scott.

  • SUBIR

  • [2]. Tratando de vikingos nadie puede obviar que Richard Fleisher es el director de la obra maestra del cine de aventuras Los Vikingos (The Vikings, 1958), un filme que quedaría al margen del fantástico más ortodoxo pero que continúa cautivando a las nuevas generaciones de espectadores

  • SUBIR

  • [3]. Representados como gigantes maléficos, algo que Nispel parece también haber tenido en cuenta en la cofiguración de sus exploradores nórdicos. Para quién albergue alguna duda acerca de la envergadura de los guerreros nórdicos de la época, les recomiendo darse un paseo por el museo de arqueología de Dublín: allí, entre muchas curiosidades, hallarán la osamenta de un vikingo de más de metro noventa de estatura (algo inusual en el siglo X).

  • SUBIR


archivo