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midnight movie

publicado el 2 de agosto de 2007

Cóctel de monstruos surrealista

Desde su debut en la dirección con la película del oeste Half way to hell(1961) hasta su misteriosa muerte en 1995 (apareció emparedado en el jacuzzi de su casa de Indio, California, bajo un falso suelo de cemento y baldosas), el cineasta norteamericano Al Adamson fue uno de los realizadores más prolíficos, y por qué no decirlo, uno de los reyes indiscutibles de la serie Z norteamericana, autor de una extensa filmografía repleta de casposas producciones terroríficas con títulos tan demenciales como Sangre en el castillo de Drácula (Blood of Dracula’s castle, 1967), Los sádicos de Satán (Satan’s sadists, 1970) o Black voodoo (Nurse Sherry, 1977). Sin mucho criterio, la distribuidora catalana Filmax ha lanzado recientemente al mercado algunos de sus títulos más representativos, entre los que se cuenta su obra más popular y quizá también la más representativa, Drácula contra Frankenstein (Dracula vs. Frankenstein, 1971).

Pau Roig |

Drácula contra Frankenstein [1] cuenta con todos los ingredientes y elementos de lo que se ha dado en llamar "un título de culto", pero en el sentido más negativo del término. Incluso antes que Ed Wood (1924–1978), Al Adamson puede considerarse perfectamente como uno de los peores directores de la historia del cine: sean del género que sean, sus películas se sitúan en ese punto indescriptible y etéreo más allá del bien y el mal, más que nada porque no pueden (y no deberían) ser analizadas –por decirlo de alguna manera– desde un patrón crítico o incluso histórico previamente establecido.

Todo o casi todo en Drácula contra Frankenstein luce descafeinado y cutre: hablamos de una producción radicalmente independiente levantada sin los mínimos recursos necesarios, con un guión más que surrealista, pero que cuenta –de ahí quizá su popularidad– con el concurso de dos viejas glorias del cine de la época dorada de Hollywood.

Las comparaciones siempre son odiosas, pero podría aplicarse esta misma consideración a buena parte de la filmografía de un director español adorado y odiado a partes iguales, Jesús Franco, con el cuál Adamson mantiene no pocos puntos en común, desde la adopción (deliberada o no) de una estética feísta y desaliñada hasta un trabajo de puesta en escena y de dirección de actores descuidado y torpe. Sin embargo, allí dónde Franco consigue imprimir su inequívoco sello personal, dejar su huella, ya sea para mal o para bien, Adamson pasa completamente desapercibido: sus películas son malas, generalmente muy malas, pero carecen encima del más mínimo rastro de personalidad o de cierta autonomía propia, hasta el punto que podrían haber sido realizadas por cualquier otro cineasta (hablando de terror casposo, Ted V. Mikels, Andy Milligan y Joel M. Reed, por citar sólo tres ejemplos, no andan muy lejos).

Como no podía ser de otra manera, todo o casi todo en Drácula contra Frankenstein luce descafeinado y cutre: hablamos de una producción radicalmente independiente levantada sin los mínimos recursos necesarios, con un guión más que surrealista, pero que cuenta –de ahí quizá su popularidad– con el concurso de dos viejas glorias del cine de la época dorada de Hollywood en la que es, precisamente, su última aparición en la gran pantalla, J. Carrol Naish (1897–1973) y Lon Chaney Jr. (1906–1973). Carrol Naish fue, durante los años treinta y cuarenta, uno de los más recurrentes actores secundarios de Hollywood, nominado incluso dos veces al Oscar de la especialidad –por Sáhara (Sahara, Zoltan Korda, 1943) y Donde nacen los héroes (A medal for Benny, Irving Pichel, 1945)–, y participó en diversas producciones terroríficas entre las que destacan Calling Dr. Death (Reginald LeBorg, 1943), The monster maker (Sam Newfield, 1944), La mansión de Drácula (House of Dracula, Erle C. Kenton, 1945) y The beast with five fingers (Robert Florey, 1946). Chaney Jr., por su lado, fue el (in)digno sucesor de Bela Lugosi y Boris Karloff en las producciones terrríficas de la Universal a partir de 1940, obteniendo su mayor éxito con El hombre lobo (The wolf man, George Waggner, 1941), aunque su tremenda afición al alcohol y su carácter irascible hundirían rápidamente su carrera en los márgenes más cochambrosos de la industria.

Adamson fija su atención en esta ocasión en el cine de terror norteamericano de los años cuarenta producido por la compañía Universal al principio de su fulgurante decadencia, especialmente las llamadas “reuniones de monstruos” –títulos como Frankenstein y el hombre lobo (Frankenstein meets the wolf man, Roy William Neill, 1943), La zíngara y los monstruos (House of Frankenstein, Erle C. Kenton, 1944) y el ya citado La mansión de Drácula–, pero actualizando sus principales recursos y elementos argumentales y narrativos con la inclusión de referencias más o menos explícitas al movimiento hippie y a la guerra del Vietnam y con una lectura mucho más explícita por lo que respecta al sexo y a las drogas. El guión de William Pugsley y Samuel M. Sherman, sin embargo, no se puede coger por ningún lado: el personaje interpretado por Carrol Naish, último descendiente del Dr. Frankenstein, es el propietario de una atracción de feria bautizada como “El imperio de las criaturas del Dr. Durea”, en los sótanos de la cuál realiza imposibles experimentos científicos con las víctimas decapitadas que la preporciona uno de sus sirvientes, Groton (Chaney Jr.), quién se dedica a atacar salvajemente con una hacha a las parejas de enamorados que encuentra en una playa cercana.


Adamson yuxtapone escenas presumptamente terroríficas con otras que no aportan nada al desarrollo de la acción –incluidos números musicales de tercera o cuarta división a mayor gloria de su futura mujer–, pero ni unas ni otras presentan el menor atisbo de nervio, fuerza o personalidad.

El vampiro creado por Bram Stoker (interpretado por Roger Engell con el mucho más exótico seudónimo de Zandor Vorkov) recurre al Dr. Durea para que resucite a la criatura creada por su antepasado (interpretada, es un decir, por John Bloom con un horrible maquillaje que parece hecho de plástico, obra de Gary Kent, Tony Tierney y Sheldon Lee), primer paso para llegar a dominar el mundo, pero luego se pasa la práctica totalidad del metraje deambulando aburrido por allí con la dichosa criatura obedeciendo ciegamente sus órdenes. Un ridículo lío de faldas –provocado por la neumática delantera de Regina Carrol (1943–1992), quién meses después se convertiría en la esposa de Adamson– acabará provocando una desenfrenada lucha entre ambos en la cuál perecerán los dos: la criatura, con la cabeza arrancada, el vampiro desintegrado por los rayos del sol. Haciendo gala de su incompetenecia fílmica y narrativa, Adamson yuxtapone escenas presumptamente terroríficas con otras que no aportan nada al desarrollo de la acción –incluidos números musicales de tercera o cuarta división a mayor gloria de su futura mujer–, pero ni unas ni otras presentan el menor atisbo de nervio, fuerza o personalidad. Los aficionados más curtidos en el género, en todo caso, podrán disfrutar de las breves intervenciones de Russ Tamblyn (el motero Rico) y del popular editor de la revista Famous Monsters of Filmland, Forrest J. Ackerman (el Dr. Beaumont).

  • [1]. La lista de títulos alternativos del filme es muy larga: Drácula contra Frankenstein es conocida también como Blood freaks, Blood of Frankenstein, Satan’s bloody freaks, Teenage Dracula, The blood seekers y The revenge of Dracula.

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