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clásicos modernos

publicado el 10 de agosto de 2007

La revelación atisbada

Adaptación de una novela de Joan Lindsay, 'Picnic en Hanging Rock' narra los hechos acaecidos el día de San Valentín de 1900 en la formación volcánica de Hanging Rock, en el estado australiano de Victoria. Según cuenta la leyenda, cuatro alumnas y una maestra del colegio Appleyard de la localidad de Woodend, desaparecieron sin dejar rastro durante una excursión escolar al enigmático lugar. Sólo una de ellas apareció días después, sin que pudiera recordar nada de lo sucedido. Del resto nunca se llegó a saber nada y el suceso tuvo graves consecuencias para el colegio, que se vio obligado a cerrar al poco tiempo. El episodio se convirtió en uno de las enigmas más extraños y misteriosos de la historia negra de Australia.

Juan Carlos Matilla | Picnic en Hanging Rock fue la segunda película de Peter Weir y, junto con la posterior La última ola (The last wave, 1978), fue la que le otorgó prestigio mundial y la que consiguió que el resto del mundo se interesase por el cine australiano. Ambos filmes son dos de las obras maestras más inapelables de la cinematografía mundial y, en especial, la primera de ellas es sin duda una de las películas de cine fantástico más originales y rompedoras de finales del siglo XX. Pieza fundamental de la primera época de su carrera, Picnic en Hanging Rock comparte protagonismo con otras obras importantes de la carrera australiana de P. Weir como Gallipoli (1981) o El año que vivimos peligrosamente (The year of living dagerounsly, 1983), aunque estas se aparten del fantastique y abracen otros géneros como el cine bélico o el melodrama político, respectivamente. Tras su marcha a Hollywood, la trayectoria de P. Weir combinó aciertos, como Único testigo (Witness, 1985), Sin miedo a la vida (Fearless, 1993) o Master and Commander (2003), con propuestas fallidas y exentas de interés, como El club de los poetas muertos (Dead poets society, 1989) o Matrimonio de conveniencia (Green card, 1990). Más allá de tópicos y prejuicios sobre su carrera hollywoodiense, lo que hay que lamentar del giro que tomó su obra tras su llegada a Estados Unidos fue el abandono del género fantástico, lo que supuso una triste pérdida para la cinematografía mundial ya que, en su momento, Weir fue uno de los autores más interesantes en ese terreno.

Picnic en Hanging Rock es una de las obras más singulares y atípicas de la historia del cine fantástico. La extrema originalidad de su propuesta la convierte en una película difícil, hermética y aislada respecto a la evolución de cine contemporáneo. Pocas obras posteriores se han acercado a lo que P. Weir apuntó en esta nostálgica, telúrica y extraña obra. Hasta cierto punto, se podría defender que este filme abrió una línea nueva en el género fantástico, pero las posibilidades expresivas que introdujo no fueron adoptadas por casi nadie (salvo el propio Weir y algunos cineastas australianos), y fue una lástima, ya que el cine fantástico actual es, desde luego, un género huérfano de grandes hallazgos expresivos verdaderamente revolucionarios como los que encierra el filme que nos ocupa. Aunque, sólo basta analizar las constantes del cine fantástico de los últimos treinta años para darnos cuenta de que la causa de la marginación del cine de P. Weir se debe a que su estilo sugerente, minucioso y elegante está muy alejado de las propuestas convencionales que nos rodean, de la escasa inventiva de los creadores y de la anoréxica puesta en escena que destila la mayoría de obras del cine fantástico actual (salvo honrosas excepciones), más interesado en diseñar estúpidos productos destinados a adolescentes que en articular discursos complejos y sensibles dirigidos a espectadores adultos.

El desconcierto ante la inseguridad que crea el saberse ínfimos a lado del mundo que no comprendemos es la base del estremecimiento que produce el filme de P. Weir: somos incapaces de descifrar el mundo externo y tememos lo que pueda permanecer agazapado en él.

La novedad de este filme radica en que, en lugar de mostrar el elemento fantástico como un motivo físico, corpóreo o cuanto menos concreto, desde el punto de vista humano, Weir opta por filmar lo intangible, lo inefable, lo que permanece oculto a nuestro alrededor, desde un punto de vista externo, desde la realidad exterior que no podemos abarcar: la Naturaleza que nos rodea y nos desafía. El desconcierto ante la inseguridad que crea el saberse ínfimos a lado del mundo que no comprendemos es la base del estremecimiento que produce el filme del realizador australiano. Tal y como refleja el filme, somos incapaces de descifrar el mundo externo y tememos lo que pueda permanecer agazapado en él. Además, la Naturaleza se revela como un ente misterioso y mágico, lleno de una potencia infinita que nos observa y nos vigila, que nos es hostil. El misterio de tal relación, las enigmáticas lagunas que contiene y el terror hacia lo desconocido, hacia el abismo que esconde la belleza, hacen de Picnic en Hanging Rock una obra maestra única.

Por otro lado, las principales características de las obras adscritas al género fantástico del director australiano que aparecen en Picnic en Hanging Rock (aunque algunas también se hallan en el resto de su filmografía) son la descripción de una realidad cotidiana que es invadida por algún factor externo, irreal y de carácter misterioso, la abundancia de metáforas y símbolos poéticos, la predilección por situar a sus personajes en ambientes claustrofóbicos donde predomina la represión, el profundo desarrollo psicológico de los personajes, la ambigüedad narrativa y, por encima de todo, destaca su imaginativa puesta en escena, basada en la sugerencia, la minuciosidad, el ritmo cadencioso, la importancia del punto de vista narrativo y la sensualidad de los travellings, panorámicas y ángulos, que más que mostrar presencias se decantan por descubrir sensaciones.

La secuencia de la excursión en la montaña es un puro espectáculo formal. Narrada con un ritmo moroso, repleta de flous y planos a cámara lenta, la expedición de las jóvenes sobre el paraje volcánico se convierte en una hermosa y tétrica sinfonía llena de magia y suntuosidad.

Además, habría que señalar que Picnic en Hanging Rock es un filme repleto de secuencias ejemplares en las que se observa la prodigiosa puesta en escena de su director, pero hay tres momentos magistrales en el filme que destacan por encima del resto: el inicio de la película, la secuencia de la excursión de las jóvenes por la roca volcánica y la aparición de Irma (Karen Robson), la muchacha superviviente, en la clase de ballet. El filme se abre con unos bellos planos del internado Appleyard y de Hanging Rock (contraste que incide en la oposición entre civilización y Naturaleza, uno de los temas fundamentales de la película). Las jóvenes despiertan y se preparan para la excursión. Están nerviosas, agitadas y el director las filma en su intimidad más privada, en la que vemos sus relaciones y emociones más puras, marcadas por el despertar de la sexualidad y la inocencia juvenil. Los tonos de la secuencia son claros, el color blanco es el predominante, las palabras que emiten las muchachas se murmuran, los gestos se ralentizan, todo gira en torno a una inmensa sensualidad. Hay incluso un apunte lésbico memorable: Miranda (Anne Lambert), la hermosísima joven que la cámara convierte en protagonista de la historia, es el objeto de deseo de sus compañeras, en especial de la conflictiva Sara (Margaret Nelson), y de las maestras. Los planos que dedica el director australiano a Miranda no desentonarían en la obra de David Hamilton. Ella es un ángel lleno de candor e inocencia, voluptuosa a su pesar, destinada a fascinar a todo el que la rodea (incluida la propia Naturaleza). Así la muestra Weir en el memorable plano en el que la joven aparece reencuadrada en el espejo de la habitación del internado mientras su amiga la observa con devoción. Su belleza es casi irreal, al igual que el paisaje australiano que observamos, y suyas son las palabras que abren el filme, una cita de Edgard Allan Poe que anuncia la tesis de la película: "Lo que vemos, lo que parecemos, no es más que un sueño. Un sueño dentro de un sueño".

El desenlace no se hace esperar: las muchachas desaparecen del encuadre, hipnotizadas, pero una de ellas recula, atemorizada. La banda sonora se llena de reverberaciones, la joven grita ante la visión del horror que encierra Hanging Rock, que permanece (como no podría ser de otra forma) fuera de campo, oculto a nuestros ojos.

La secuencia de la excursión en la montaña es un puro espectáculo formal. Narrada con un ritmo moroso, repleta de flous y planos a cámara lenta, la expedición de las jóvenes sobre el paraje volcánico se convierte en una hermosa y tétrica sinfonía llena de magia y suntuosidad. La iconografía del conjunto remite a los impresionistas franceses e incluso a autores del Renacimiento italiano (en un plano concreto de la secuencia, aparece un detalle de un óleo de Botticelli), la imágenes de Russell Boyd (bellísimas y afectadas a propósito), y la música de Bruce Smeaton (con un abuso intencionado de la flauta) otorgan a la secuencia un tono bucólico y sensual que se rompe lentamente con la irrupción del lado amenazador del paisaje: los relojes que se paran de repente, el sueño letárgico que parece adueñarse de todo, las hormigas que invaden la comida del almuerzo, los reptiles que se contonean al lado de los cuerpos inertes de las jóvenes, etc. Todos estos elementos confieren un tono siniestro a la aparente placidez del cuadro. De repente, cuatro jóvenes, entre ellas la admirada Miranda, abandonan el grupo e inician una expedición hacia la cumbre de la montaña. En ese momento, la puesta en escena de Wier se transforma: los ángulos se vuelven angostos, la visión del paisaje se vuelve tétrica, el punto de vista que adopta la cámara en los siguientes planos insinúa que alguien (o algo) las vigila de cerca. El desenlace no se hace esperar: las muchachas desaparecen del encuadre, hipnotizadas, pero una de ellas recula, atemorizada. La banda sonora se llena de reverberaciones, la joven grita ante la visión del horror que encierra Hanging Rock, que permanece (como no podría ser de otra forma) fuera de campo, oculto a nuestros ojos. La desaparición se ha consumado. Pocas veces se ha narrado el misterio con semejante exhibición de genio visual como en esta secuencia.

Para muchos estudiosos de la obra, la desaparición de las muchachas es la culminación de un proceso de maduración sexual de las jóvenes en el marco de una Naturaleza en pleno apogeo creador

En tercer lugar, la secuencia del ballet es relevante por dos aspectos fundamentales: por un lado, advierte del final dramático que tendrán los principales protagonistas del relato (el suicido de Sara, incapaz de vivir sin la presencia de su amada Miranda, y la muerte, solamente apuntada por la voz en off de un narrador, de la directora del centro en la ladera de Hanging Rock) y por otro, insiste en el lado sexual de la historia. Para muchos estudiosos de la obra, la desaparición de las muchachas es la culminación de un proceso de maduración sexual de las jóvenes en el marco de una Naturaleza en pleno apogeo creador. Esta teoría se apoya en las numerosas referencias sexuales que contiene el guión como el temor que sienten las maestras del colegio de que las jóvenes extraviadas hayan sido violadas, la desaparición de la ropa interior de la muchacha superviviente, el vouyerismo de algunos personajes, etc. Según esta tesis, el despertar a la sexualidad provoca la desaparición de las chicas, que al reconocer su cuerpo han accedido a los misterios que permanecen ocultos, han accedido a otra realidad de manera casi orgásmica. Irma ha sido la única que ha sobrevivido a esa experiencia sensual, la única que lo ha experimentado, aunque no recuerde nada, y eso llena de confusión y de envidia al resto de sus compañeras, que la acogen en la sala de ballet con violencia y desprecio. La hostilidad que muestran las estudiantes del colegio no es más que el reflejo de una sociedad que reprime la voluntad sexual del individuo y a la que sólo le queda agredir a las afortunadas (como Irma) que han podido disfrutar de una experiencia sensual que al resto les ha sido negada.


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