publicado el 15 de septiembre de 2007
Pau Roig | Elio Quiroga (nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1965) ha tardado diez años en realizar su segunda película después de la nunca suficientemente reivindicada Fotos (1996), uno de los títulos más salvajes y arriesgados del cine español de los últimos años, ganadora de los premios al Mejor Guión y el Premio Especial del Jurado de la XXIX edición del Festival de Sitges pero bastante mal tratada por la prensa en el momento de su estreno (de hecho, ni siquiera ha sido editada en dvd por la distribuidora Filmax, propietaria de los derechos). La hora fría supone el regreso del director canario a la primera página de la actualidad cinematográfica y es un filme de género, una película orgullosamente pequeña con un reparto de actores prácticamente desconocidos y que no viene respaldada por ninguna gran compañía, un hecho que en sí mismo no explica ni justifica la escasa repercusión e incluso los insultos que ha obtenido tanto por parte de la crítica especializada como de la generalista y el retraso injustificable –casi un año– de su estreno.
En estos diez años Quiroga no ha estado de brazos cruzados: ha dirigido el cortometraje documental El último minutero (2004), nominado al Premio Goya de les especialidad, y el corto de animación Home delivery (2005), basado en un relato de Stephen King y premiado en Fantasporto, al mismo tiempo que ha escrito numerosos ensayos y estudios y participado en la redacción de numerosos guiones, los más destacados de los cuáles son Ausentes (Daniel Calparsoro, 2004) y No-Do, su tercera película como director, ya prácticamente terminada. Hasta hace poco, sin embargo, su nombre parecía que iba a engrosar la larga lista de directores españoles malditos, ignorados cuando no masacrados sin sentido por la crítica y desconocidos para el gran público. La hora fría puede y debería verse, de esta manera, como un valiente acto de reafirmación hacia un determinado cine, el cine de género, tan poco y por lo general mal abordado actualmente en España. Allí dónde muchos han fracasado de manera estrepitosa y manejando un presupuesto absolutamente ridículo para una producción de estas características (poco más de 940.000 euros, de los cuáles el gobierno de las Islas Canarias aportó 120.000), Quiroga ha conseguido al final salir victorioso: mal les pese a muchos productores y distribuidores españoles, La hora fría ya es, en palabras de Alberto Delgado, viceconsejero de Cultura del gobierno canario, el filme más vendido del año en España: no sólo se ha estrenado en más de veinte ciudades españolas gracias al apoyo de la pequeña distribuidora catalana Baditri, sino que además se exhibirá en países como Japón, Estados Unidos –Lightning Entertainment ha adquirido los derechos–, Rusia, Alemania, Reino Unido, Filipinas o Brasil.
Hay una primera constatación importante, muy importante a realizar respecto a La hora fría: su absoluta falta de prejuicios, pareja a su sentido del riesgo y a la fe y al respeto incondicional que Quiroga profesa por el género fantástico y de terror. Con unos recursos prácticamente diez veces menores y un estilo radicalmente opuesto al de los títulos más comerciales y americanizantes realizados en España por la Fantastic Factory –filmes tan demenciales como Faust, la venganza está en la sangre (2000), Beyond Re-Animator (2003) y Bajo aguas tranquilas (2005), dirigidos por Brian Yuzna, o Arachnid (Jack Sholder, 2001) [ver nota][1]–, Quiroga ha construido una epopeya de terror y ciencia-ficción apocalíptica de impecable factura visual que en muchos momentos trasciende con valentía e inusitada facilidad un argumento manido y hasta cierto punto previsible. En un futuro no demasiado lejano, ocho personas viven aisladas en unas instalaciones subterráneas mientras en el exterior reina el caos y el terror; fuera de su refugio –su mundo se limita a un pasillo, unas cuantas habitaciones y un par de espacios comunes– habitan los “Extraños”, criaturas sin mente, víctimas de una guerra química cuyo contacto condena a una muerte segura y, aún peor, los “Invisibles”, seres terroríficos que a veces vagan por el interior de las instalaciones y que son fáciles de detectar porque su presencia provoca un brusco descenso de la temperatura (con su aparición, generalmente en lo más profundo de la noche, llega la hora fría). Con sus diferencias y sus roces, los protagonistas deben hacer frente no sólo a una amenaza exterior que les supera por completo y que puede sesgar sus vidas en cualquier momento (los ataques de “Extraños” y de los “Invisibles” son cada vez más violentos) y a la cada vez más preocupante falta de alimentos y de recursos para poder subsistir, sino también a sus propios demonios interiores y a la tensión irresoluble derivada de una situación límite. A diferencia de su salvaje ópera prima, que rompía deliberadamente cualquier esquema preconcebido o molde preestablecido con su mezcla de melodrama religioso, cine de terror y alegato sadomasoquista-transexual (por llamarla de alguna manera), Quiroga retrata ahora un mundo al borde de la locura y la destrucción con un realismo nada o muy poco espectacular, que intenta huir tanto de los estereotipos como de los lugares más comunes y que presenta incluso irónicas y maliciosas segundas lecturas, por ejemplo el inequívoco eco religioso-bíblico de los nombres de la mayoría de los personajes. El protagonista principal, sin ir más lejos, es un niño –no por nada llamado Jesús (Omar Muñoz)–, quién filma buena parte de los acontecimientos con una videocámara que le ha regalado el que seguramente sea el personaje más bien trabajado del conjunto, Judas (Pepo Oliva), un hombre mayor que prefiere vivir aislado de la comunidad a pesar de que los niños le adoran y le hacen visitas diarias para que les explique cosas sobre el mundo exterior y sobre la Gran Guerra que destruyó (o casi) a la Humanidad. La hora fría es así, antes que nada, una película de personajes y emociones y un título absolutamente personal, hasta el punto que las siempre inevitables comparaciones y referencias con otras películas anteriores del género que uno puede tener antes de su visión –El día de los muertos (Day of the dead, George A. Romero, 1985) es uno de los primeros títulos que vienen a la mente– pasan completamente desapercibidas en la sala de proyección.
Como en los buenos filmes de terror y ciencia-ficción y más allá de algún giro argumental quizá un tanto precipitado, Quiroga utiliza lo sobrenatural y lo inexplicable para hablar del presente y del futuro de la humanidad y no de manera complaciente sino terriblemente pesimista, como ejemplifica a la perfección el espléndido plano final. Con un ritmo irregular pero sostenido, el director canario saca un gran provecho de las escasas localizaciones dónde transcurre la acción, apoyado en la naturalidad desarmante –en algunos momentos un tanto forzada– con qué los actores se desenvuelven en un contexto y una situación tan poco habitual en nuestro cine, y en los originalísimos y muy conseguidos efectos digitales. Pese a los pocos recursos y medios económicos puestos a disposición de La Huella FX –empresa dirigida por Jérome Debève y Juan A. Ruiz y responsables de los efectos de filmes tan dispares como El corazón del guerrero (Daniel Monzón, 1999) u Obaba (Montxo Armendáriz, 2005), entre muchos otros títulos y anuncios publicitarios– , el look visual, el acabado técnico y formal de La hora fría es sencillamente impecable, fruto de un muy laborioso proceso de post-producción que se alargó más de nueve meses (rodado en cámara digital, el filme cuenta con 300 planos en alta resolución, algunos con más de veinte capas de efectos, y con el retoque de color de más de mil planos). Hablar de una proeza resulta exagerado pero desde aquí esperamos que La hora fría abra definitivamente nuevas puertas, nuevas vías narrativas y técnicas a un cine español hasta hoy absurdamente ensimismado e incapaz de ir más allá de tópicos gastados, previsibles lugares comunes e historias sobreexplotadas.
FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA
España, 2006. 90 minutos. Color. Dirección y guión: Elio Quiroga Producción: Eqlipse Producciones Cinematográficas / ICAA / Televisión Canaria / Canarias Cultura en Red / Festival Internacional de Las Palmas / Cabildo de Gran Canaria Fotografía: Ángel Luis Fernández Música: Alfons Conde Directora de producción: Carmen Sánchez de la Vega Montaje: Luis Sánchez Gijón Intérpretes: Silke (María), Jorge Casalduero (Pedro), Omar Muñoz (Jesús), Nadia de Santiago (Ana), Julio Perillán (Pablo), Pepo Oliva (Judas), Carola Manzanares (Magda), Sergio Villanueva (Mateo), Pablo Scola (Lucas), Marco González (Saulo).