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publicado el 5 de diciembre de 2007

El asesino insípido

Pau Roig | Kevin Costner lleva ya bastantes años en un muy discreto segundo plano de la industria cinematográfica norteamericana, una situación que un filme tan endeble como Mr. Brooks seguro que no ayudará a cambiar. El actor en casi ningún momento resulta creíble en un papel bicéfalo que está muy por encima de sus limitadas dotes interpretativas (brillante hombre de negocios y amoroso padre de familia durante el día, refinado asesino en serie por la noche), pero lo más llamativo del caso es que la escasa empatía que despierta el personaje del Sr. Brooks no es el peor lastre de la producción: el director Bruce A. Evans y el guionista Raynold Gideon parten de una historia no del todo menospreciable pero saturada de personajes secundarios y de subtramas que no llevan a ninguna parte y que en ocasiones bordean peligrosamente el más estrepitoso de los ridículos.

El punto de partida de Mr. Brooks e incluso sus primeros diez minutos de metraje invitan gratamente a la sorpresa: el filme especula con la existencia de un personaje inteligentísimo más que con dos caras con dos vidas paralelas en las que se desenvuelve a la perfección, esto es, sin cometer el más mínimo fallo y con total naturalidad. Durante el día, el personaje que interpreta Kevin Costner es un hombre de negocios generoso y triunfador y un padre de familia cariñoso y ejemplar que tiene todo lo que podría desear en la vida. Pero nadie y es perfecto y el Sr. Brooks tiene un secreto terrible o, en sus propias palabras, “una adicción”, representada por una especie de alter ego, Marshall (William Hurt), un amigo invisible que sólo el puede ver y que lo acompaña en todas sus salidas nocturnas. Por la noche el personaje se transforma completamente y se convierte en un asesino frío e implacable que ejecuta sus crímenes con la misma perfección obsesiva con la que afronta su trabajo diario: no deja ni la más mínima pista, ningún cabo suelto, absolutamente nada. La visualización del asesinato que abre el filme es, en este sentido, prácticamente modélica: el Sr. Brooks mata a sus víctimas con una pistola envuelta en una bolsa de plástico (así al disparar los casquillos de bala nunca pueden caer al suelo) y se ocupa de limpiar escrupulosamente el lugar de los hechos, aspirando el suelo si hace falta (y llevándose luego la bolsa del aspirador, claro). La policía encargada de su persecución desde tiempo atrás, la detective Tracy Atwood (una cada día más devaluada e inexpresiva Demi Moore), no tiene ninguna pista, ningún indicio: sólo puede esperar que el misterioso asesino cometa un fallo, por pequeño que sea, un fallo que se produce precisamente en el transcurso de este primer asesinato: Brooks asesina de un tiro en la cabeza a una pareja que estaba haciendo el amor sin percatarse que tenían las cortinas de la ventana de su dormitorio abiertas de par en par.

La floja, incluso aburrida interpretación de Costner impide cualquier identificación de los espectadores con su personaje; la nula empatía que despierta el Sr. Brooks ahoga aún más los resultados finales en la mediocridad: el personaje nunca llega a resultar simpático, aún menos fascinante, pese a los desesperados –y estériles– intentos del director Bruce A. Evans para conseguir precisamente todo lo contrario

En este punto empieza verdaderamente la película, pero en realidad es dónde termina: el director Bruce A. Evans y el guionista Raynold Gideon tenían numerosas opciones, muchos caminos que escoger, pero en lugar de decantarse por uno o dos pretenden recorrerlos todos y someten a los espectadores a un delirante y torpe bombardeo de información, presentando a multitud de personajes secundarios que intervienen sólo oblicuamente en la trama, de manera que en pocos minutos el filme se diluye en un mar de subtramas a cuál más ridícula. Ahora la detective Tracy Atwood tiene una pista para empezar a acosar de verdad al Sr. Brooks –alguien tiene que haber visto el asesinato a través de la ventana–, pero Evans y Gideon complican absurdamente su investigación con la intromisión de un tercer personaje en discordia, el Sr. Smith (Dane Cook), vecino de la pareja asesinada que no sólo ha visto el brutal homicidio sino que además lo ha fotografiado. Pero el Sr. Smith no pretende denunciar al asesino a la policía, sino que lo chantajea para que le deje acompañarlo en su próximo asesinato, pero por desgracia este personaje no es el único problema del Sr. Brooks, ni tampoco Atwood: el personaje interpretado por Kevin Costner ve, hacia la mitad del metraje, cómo su hija Jane (Danielle Panabaker) vuelve a casa embarazada tras ser expulsada de la Universidad, pero no sólo eso, ya que encima es la principal sospechosa de un asesinato a hachazos ocurrido en el campus. Obsesionado con la idea que su hija empieza a sentir la misma adicción al asesinato que él, el Sr. Brooks llegará incluso a disfrazarse y a viajar un día en avión hasta la universidad en cuestión para cometer otro asesinato idéntico al presuntamente cometida por su hija para así exculparla (el personaje dispone de diversas identidades falsas y tiene una habilidad pasmosa para transformar su físico, como si fuera un agente secreto o un asesino a sueldo de lujo). La policía que interpreta Moore, hija de un empresario millonario, vive acosada tanto por su marido, dispuesto a divorciarse de ella sólo a costa de conseguir la máxima cantidad de dinero posible, como por la figura de otro sádico asesino, Thorton Meeks (Matt Schulze), que ella misma capturó y que ahora se ha escapado de la prisión dónde estaba encerrado con una sola idea en la mente: matarla. La práctica totalidad de líneas argumentales propuestas, como no podía ser de otra manera, convergen en una suerte de apoteosis final que no revelaremos aquí pero que tampoco resulta muy difícil de imaginar, un largo clímax que se pretende trepidante pero que resulta atropellado e incluso incoherente (¿por qué el Sr. Brooks engaña no sólo al pobre Sr. Smith y a los espectadores sino también a su doble imaginario?).

Pese a ser dos guionistas más o menos reputados (1), Evans y Gideon orquestan esta sobresaturación argumental con una torpeza manifiesta, prescindiendo de manera absurda del ambiente hasta glamouroso en el que mejor se desenvuelve Costner (la idea de un asesino casi perfecto que vive tranquilamente en un ambiente de riqueza y felicidad no deja de resultar inquietante) y descuidando terriblemente algunos secundarios que deberían haber sido mucho más desarrollados –caso de la mujer del Sr. Brooks, interpretada por Marg Helgenberg, que ni siquiera interviene en la acción–, incorporando además a un metraje ya de por sí excesivo escenas sonrojantes que nunca deberían haberse rodado, caso del penoso intento de secuestro de Atwood por parte del asesino fugado o de la bochornosa pesadilla / alucinación en la cuál el Sr. Brooks es asesinado por su propia hija con unas tijeras. La floja, incluso aburrida interpretación de Costner impide cualquier identificación de los espectadores con su personaje; la nula empatía que despierta el Sr. Brooks ahoga aún más los resultados finales en la mediocridad: el personaje nunca llega a resultar simpático, aún menos fascinante, pese a los desesperados –y estériles– intentos del director Bruce A. Evans para conseguir precisamente todo lo contrario. Tampoco el recurso a la especie de doble maligno que incorpora un aburrido William Hurt sirve para mucho, más bien al contrario: la presencia del personaje de Marshall se revela rápidamente como un recurso hueco y gratuito: el Sr. Brooks no está loco, ni tiene doble personalidad –de hecho, ni siquiera es un psicópata–; en todo momento mantiene el control de sus actos sin dejarse influenciar por su alter ego, que simplemente se limita a estar a su lado... Sin hacer nada ni decir tampoco nada relevante, subrayando o comentando cansinamente el ya de por sí cansino desarrollo de la acción.

(1) En el currículum de Evans y Gideon destaca de manera especial su nominación al Oscar al Mejor Guión Adaptado por Cuenta conmigo (Stand by me, Rob Reiner, 1986), según el original de Stephen King. Con anterioridad también habían firmado al alimón el libreto de uno de los filmes menos interesantes de John Carpenter, Starman (Id., 1984). Evans dirigiría años después la que hasta ahora era su única incursión en la dirección, Kuffs, poli por casualidad (Kuffs, 1992), un olvidable thriller presuntamente humorístico protagonizado por Christian Slater.



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