Pau Roig | Sensaciones extremas adapta un relato corto de su propio director, Mick Garris (nacido en 1951), que él mismo había pensado en llevar anteriormente a la pantalla grande, y nada o casi nada aporta a su mediocre filmografía como director, caracterizada por su estrecha colaboración con el escritor Stephen King, a quién ha adaptado seguramente ya en demasiadas ocasiones. Muy lejos, eso sí, del desquiciado tono paródico y efectista de su realización más conocida, Sonámbulos (Sleepwalkers, 1992), con guión de King, su contribución a la serie creada por él mismo propone una historia más o menos original e incluso imaginativa pero que renuncia, de manera tan deliberada como sorprendente, a explotar su vertiente digamos más terrorífica, adoptando la estructura de un thriller policíaco que desbarata de entrada todo el misterio de la trama, desarrollada a partir de un largo flashback en el transcurso del cuál el desdichado protagonista explica su historia a un inspector de policía. El capítulo sigue las peripecias de Jamie –papel interpretado por el protagonista de E.T., el extraterrestre (E.T., Steven Spielberg, 1982)-, un creador de sabores artificiales de la industria alimentaria, divorciado y con un hijo y sin ningún aliciente especial en su vida, pero que un buen día, sin motivo ni justificiación aparente, empieza a percibir –y a experimentar– las sensaciones físicas y mentales de una mujer desconocida pero indudablemente de carne y hueso. Después de despertarse una medianoche con un fuerte sabor de chocolate en la boca, un sinfín de sensaciones visuales y táctiles, incluso eróticas, se irán apoderando de su vida, llegando a poner en peligro su propia integridad: cuando la mujer asesina brutalmente al que parece ser su compañero sentimental (momento terrible que es percibido por Jamie de un modo inequívocamente sobrenatural), el protagonista decide ir en su busca para ayudarla y protegerla. A partir de este momento, la trama va perdiendo interés de manera rápida y progresiva: la misma facilidad con la qué Jamie consigue localizar a la mujer –aparentemente “la mujer de sus sueños”– a partir de retazos de las visiones y experiencias que ha vivido a través de ella y se traslada a Canadá para conocerla, actúa ya en contra de la credibilidad de un episodio que en lugar de visualizar una historia universal de amor enfermizo no correspondido con el consecuente desenlace trágico parece querer constituirse en una representación, pelín trasnochada, de la necesidad humana de amar y ser amados sin coartadas y en total libertad. Nada más lejos, en todo caso, del espíritu terrorífico presuntamente invocado por Masters of horror, y aún menos con una fallida estructura que remite, de manera bastante inequívoca, a las ficciones televisivas del maestro Alfred Hitchcock: después de explicarle su historia a la mujer, Catherine (Lucie Laurier), Jamie la acabará matando de un disparo tras un forcejeo un tanto precipitado.