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publicado el 5 de diciembre de 2007

Parodia y posmodernidad

Javier Córcoles | Tras arrancar los aplausos de la platea con más sentido del humor hace tres años con Zombies party, Edward Wright y Simon Pegg están de vuelta. Esta vez se decantan por homenajear/parodiar el cine de acción en una cinta repleta de escenas trepidantes, citas cinéfilas, altas (y sorprendentes) dosis de violencia y, sobre todo, mucho sentido del humor.

La condición de postmoderno ha parecido convertirse, con el paso del tiempo, en uno de los matices más apreciados por los cinéfilos de nuevo cuño. La mezcla de géneros, la superficialidad cuidadosamente embellecida y la constante referencia a la cultura popular son algunos de los métodos más utilizados por los nuevos gurús del cine. Y la gran mayoría de espectadores recibimos este compendio con sumo agrado. Tarantino y Rodríguez han dado muestra de ello hace poco con el díptico Grindhouse, donde la influencia de Viernes 13 o los cómics de la E.C. es tan importante como la de Hitchcock o Leone. Parece que hay una nueva oleada de realizadores (o autores, dependiendo de quien los denomine) que han aprendido tanto del cine más artístico y de mayor prestigio crítico como de la serie B que antaño poblaba las estanterías de los video-clubs. Estos son capaces de dirigir una mirada irreverente hacia todos los “intocables” del Séptimo arte y de la cultura en general, aunque, obviamente, sin la profundidad y riqueza que mostraban estos. Dentro de esta “raza” de directores, se encontraría el británico Edward Wright, siempre acompañado por el actor y guionista Simon Pegg.

Ambos cineastas ya dieron el toque de atención en el 2004 con Zombies party (incomprensible título español para Shaun of the dead) donde la comedia romántica se daba la mano con las películas de muertos vivientes con una coherencia admirable. Aquí ya mostraban gran parte de los rasgos de su propuesta: la mezcla de géneros, el “todo vale” y, lo más importante, un trabajo de personajes excelente. Anteriormente habían realizado Spaced, una serie televisiva que pasó sin pena ni gloria por la televisión inglesa y que aún no hemos podido disfrutar por estos lares.


Arma fatal luce con orgullo su condición de postmoderna, señalando directamente a sus “padres intelectuales” y mezclando sin pudor a Peckinpack con Bay , los personajes creíbles con situaciones inverosímiles y el humor más cínico con las escenas más sangrientas

Así, entre la televisión y el cine, Wright y Pegg comenzaron a cimentar una carrera que da su siguiente paso en Arma fatal. La película nos cuenta la historia de Nicholas Angel, un policía londinense obsesionado con su trabajo, para el que está especialmente capacitado, que es enviado a trabajar a la campiña inglesa. Así, Angel llega a un pueblecito pequeño y pacífico, en el que los días, más que pasar, se amontonan. Un hombre de acción y justicia encerrado en un pueblo donde no tiene la posibilidad de ejercerlas porque nunca sucede nada. Para más inri, debe trabajar junto a Danny Butterman, un policía torpe e irresponsable obsesionado con las películas de acción que, a la postre, se convertirá en su único amigo. Pero, como es habitual, el pueblo no es tan plácido como parece, ya que una serie de misteriosos (y sangrientos) accidentes, hacen sospechar a Angel de que algo no acaba de funcionar bien en tan bucólico paraje.

Arma fatal se nos presenta como una 'buddy movie' al más puro estilo Arma letal, aunque mucho más cómica y evidenciando constantemente el lugar del que parte. Las referencias cinéfilas son constantes y, en la mayoría de casos, bastante afortunadas (la que hace referencia a Perros de paja es divertidísima). Desde Sergio Leone hasta Tony Scott, pasando por “El equipo A”, la saga Scream e incluso ¡las películas de Godzilla! Todo vale en este mejunje de películas. Pero, pese a esta orgía referencial, el filme no cae en el error de otras producciones similares. Arma fatal, con su montaje esquizofrénico y sus chistes (en ocasiones) fáciles, se toma su tiempo para presentar a sus personajes y los conflictos que harán avanzar la historia. Los protagonistas son coherentes durante todo el metraje y son capaces de ganarse la simpatía del espectador a los pocos minutos de aparecer en pantalla. A este hecho contribuye el trabajo del reparto, mostrando unas capacidades cómicas que harán reír hasta al más escéptico. Hasta Timoty Dalton (¿el peor James Bond de la historia?) resulta divertidísimo como empresario engreído y misterioso. Por tanto, el uso de la comedia que hace Arma fatal no es exclusivamente el de la parodia, sino el de las situaciones trabajadas desde el guión y el de los recursos dramáticos bien utilizados.
Pero dentro de la propuesta de Wright y Pegg no todo funciona a las mil maravillas. El tramo central de Arma fatal, una vez los personajes funcionan bien y el conflicto ha sido presentado, parece desinflarse. El film se estanca, sin mostrar avance alguno en las pesquisas del protagonista y centrándose en exceso en su crisis profesional. Menos mal que la última media hora recupera toda la fuerza de la película, convirtiéndose en un auténtico tour de force de referencias cinéfilas donde el más difícil todavía (como en toda buena película de acción) se convierte en el objetivo de la cinta.

Por tanto, Arma fatal luce con orgullo su condición de postmoderna, señalando directamente a sus “padres intelectuales” y mezclando sin pudor a Peckinpack con Bay, los personajes creíbles con situaciones inverosímiles y el humor más cínico con las escenas más sangrientas. Y todo ello sin olvidar la importancia de un guión con personajes sólidos, una puesta en escena trepidante y unos actores divertidos. Eso sí, que la película funcione bien no significa que esta sea magistral, sino coherente con los objetivos que se propone. No esperen encontrar nada más allá que un trabajo artesanal de ensamblaje bien elaborado; aunque, teniendo en cuenta los tiempos que corren para el género de acción, ya es más que suficiente.


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