publicado el 12 de abril de 2008
Lluís Rueda | Poco se ha prodigado el director y guionista James Gray, en los últimos catorce años ha realizado tan solo tres filmes: Cuestión de sangre (Little Odessa, 1994), La otra cara del crimen, 2000) y, su última entrega, La noche es nuestra (2007).
De este último thriller, pues dicho género es el predilecto del realizador, casi todo redunda en la excelencia, unas magníficas interpretaciones, un pulso sobrio y un guión que se ajusta a las circunstancias del producto como un guante de terciopelo con el forro de ropa vieja. La puesta el día de los postulados de cierto cine de la década de 1970, me refiero a los violentos thrillers policíacos de William Friedkin (The French Connection) o Sidney Lumet (Serpico), se diría el punto de partida moral y estético de una cinta que tampoco pierde de vista la buena factura de otras propuestas posteriores como Fort Apache the Bronx (1981) de Daniel Petrie o la imprescindible Distrito 34: Corrupción total (Q & A, 1990) del mismo Lumet.
La noche es nuestra combina en encomiable equilibrio una trama puramente ‘thrillesca’ con un más que sólido drama familiar en el que los roles enfrentados y un cierto decadentismo shakesperiano se dan la mano. Bobby Green (Joaquin Phoenix) encarna al hijo descarriado, regente de un local de mala reputación, que vive de espaldas a una familia de policías ejemplares. El conflicto precipita en el momento en que la mafia rusa se hace con el control de las calles, entiéndase el monopolio de la droga, y la guerra contra el cuerpo de policías de Nueva York estalla en las barbas de Bobby, un perdedor en tierra de nadie que debe elegir entre su familia real o la pintoresca hermandad de indeseables que rodean su día a día. El control estético del filme por parte de Gray es quizá lo mas apetitoso de la función, habida cuenta que la propuesta minimiza en exceso la épica de los personajes: alfeñiques claramente adscritos a un universo conservador que dejan entrever, en exceso, sus entrañas emocionales. Esa mácula, inherente a lo forzado del guión, es preclara de todas todas acaso salvo en el caso del personaje interpretado por un inmenso Robert Duvall, todo un dechado de contención. Reitero, lo mejor del filme es su pulso fílmico, claramente brillante en escenas que rozan lo ominoso y lo terrorífico, véase la visita de Bobby al nido de la mafia rusa o la epatante persecución de vehículos bajo el puente Brooklyn, un claro guiño a The French Connection (1971).
Siendo puntillosos, y dejando a las claras que un filme del calado de La noche es nuestra se disfruta como agua de mayo, bueno sería preguntarnos por qué su clímax decae en una suerte de sinfonía reiterativa, algo autocontemplativa, y por qué el rico personaje interpretado por Joaquin Phoenix acaba convertido en un héroe improbable, un altruista ángel exterminador poseído por una pulsión de justicia ciega que resume los valores que siempre ha detestado en su hermano y su padre. Tal giro copernicano perjudica la credibilidad de un filme que de no haber caído en una suerte de relato henchido de redención y nihilismo (algo habitual en el cine del citado Sidney Lumet) podría haber jugado la baza de la doble identidad-personalidad a la manera del Scorsese de Infiltrados (The Departed, 2006) (filme en el que también aparecía un policía malcarado interpretado por Mark Wahlberg) o de la casi olvidada Donnie Brasco (1997) de Mike Newell, portentoso filme que recoge las andanzas del agente del F.B.I. infiltrado en la mafia italiana Joe Pistone.
El control estético del filme por parte de Gray es quizá lo mas apetitoso de la función, habida cuenta que la propuesta minimiza en exceso la épica de los personajes: alfeñiques claramente adscritos a un universo conservador que dejan entrever, en exceso, sus entrañas emocionales
Por otro lado, nada que objetar a un filme a contracorriente que roza la perfección en su primer tramo y que sabe colocar sus fichas con enorme pericia en una partida que en otras manos caería en el tópico y el cliché. Un buen aperitivo para aquellos que aguardan el último filme del omnipresente Sidney Lumet, la arrolladora obra maestra Antes de que el diablo sepa que hayas muerto (Before the Devil Knows You're Dead, 2007). La noche es nuestra asegura un excelente ejercicio de post-noir a la manera de esa generación que se forjó en el medio televisivo y en buena medida renovó las esencias del policíaco. Lo dicho, Lumet, Friedkin, Alan J. Pakula..., casi nada.