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publicado el 9 de junio de 2008

Un mundo desordenado

Polemista y ególatra hasta el final, Greenaway recorre foros y concede entrevistas con el tópico de la muerte del cine siempre a punto mientras estrena un filme con presentación, nudo y desenlace: 'La ronda de noche', la biografía sui generis y muy Greenaway de Remdbrandt. Un Rembrandt postmoderno, eso si, todo provocación y espejo, eso no hace falta decirlo, de un cineasta con vocación de pintor, el mismo Greenaway.

Marta Torres | Peter Greenaway es un director galés con algunos años en el negocio del cine que se ha colgado a si mismo la etiqueta de inclasificable. Pintor por vocación y amante de las taxonomías, los números, las clasificaciones y las geometrías, el director británico ha construido sus películas en base a proporciones abstractas. Desde sus primeros cortometrajes experimentales, que rodó en los años sesenta y setenta, hasta sus éxitos de los ochenta y noventa (El vientre del arquitecto, 1987 El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, 1989, The Pillow Book, 1996) se ha mantenido constante el recurso a la abstracción para huir de la narración convencional. Esto, unido a su afición por teorizar sobre la filosofía, el arte, la pintura, la representación y el sexo, han convertido sus películas en obras de tesis, en cine de ensayo o de ideas, a menudo, una representación en pantalla de las propias contradicciones del autor y de su incapacidad para ordenar, aún recurriendo a las matemáticas o la geometría, el caos del mundo que nos rodea. Así sucedía en El vientre del arquitecto y así sucede en su última propuesta: La ronda de noche, un filme en el que el mismo Greenaway pone de manifiesto su imposibilidad de contarnos nada más allá de si mismo.

La ronda de noche es la historia de un cuadro en el que aparecen representados los mosqueteros de Ámsterdam y es también la biografía del artista que lo pintó: Rembrandt. El cuadro, como qualquier representación de la realidad, enmascara y muestra otra realidad oculta, en este caso una conspiración de asesinato entre los guardias del cuerpo de mosqueteros. Greenaway convierte esta historia en una metáfora de su propia película y, ya puestos, de la incapacidad del cine en general de contar verdades explicando mentiras. En el cuadro de Rembrandt, los mosqueteros, personajes reales, actúan frente al pintor como actores. De esta forma no miran al espectador y realizan sus actividades cotidianas como si frente a ellos no hubiera nadie. En la película de Greenaway, los actores también parecen conscientes de esta contradicción y por esto hablan directamente a cámara e interactúan con el espectador, un recurso muy postmoderno y ya empleado, por ejemplo, por Michael Winterbottom en sus biografías sobre Tristam Shandy y Toni Wilson (24 hour party people, 2002).

El filme de Greenaway, es un compendio de dos horas donde aparecen todas las obsesiones del autor: el sexo, la pintura, el caos, el orden, la mascarada, la mentira, la representación… en forma de tableux vivant barroco, teatral y algo pedante. El mismo pintor (Martin Freeman), un trasunto descarado del propio Greenaway, es un personaje postmoderno y suspicaz consigo mismo que sólo pinta si hay dinero de por medio. Llegados a este punto, cabe preguntarse que sentido tiene el cine (o el cine de Greenaway) si él mismo admite que en él no hay ninguna verdad posible y el director, se supone, abobima del cine entretenimiento 'made in Hollywood'. La respuesta es contradictoria, Rembrand pinta por dinero o, en el caso de La ronda de noche, para denunciar un crimen… Greenaway ha vuelto al cine más convencional después de fracasar con Las maletas de Tulse Luper. Olvidados, por ahora, los experimentos formales de Tulse Luper y perdidas sin remedio sus maletas, el director inglés retorna a las sendas trilladas de su cine de toda la vida con la desconfianza irónica que siente hacia este tipo de proceder quien ha decretado y decreta la muerte del cine a poco que se le ponga una micrófono por delante.


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