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publicado el 15 de junio de 2008

El incidente creativo

Lluís Rueda | En ocasiones, los cineastas geniales renuncian a su savoir faire y se comportan como niños caprichosos que decostruyen sus tramas y simplifican su discurso para desnudarse ante el espectador. Tal fenómeno se ha dado en realizadores como Mario Bava, en pintores como Picaso y de una manera inconsciente, accidental y veleidosa en voluntariosos e ineptos cineastas como Ed Wood Jr.

El caso de El Incidente, último trabajo de M. Night. Shyamalan, fluctúa entre esas premisas: una gran idea que demandaba un discurso extremadamente preciosista e intenso, es directamente boicoteada por su productor y director, y en esa pataleta atroz, él mismo acaba siendo la víctima. El incidente es una parodia del cine thriller con trasfondo apocalíptico, un chascarrillo autoconsciente que radiografía la afectación de Señales y redobla la extrañeza beoda que en ocasiones rayaba El Bosque (The Village, 2004). El incidente es una mala película de autor, un sucedáneo atemporal y arriesgado, nada revestido y casi esquemático, de películas de horror pseudo-diurnas como La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968) de George A. Romero o El carnaval de las almas (Carnival of Souls, 1962) de Herk Harvey.

Los fallos de 'raccord' conscientes se suceden constantemente, un micrófono jirafa se cuela por la parte superior del encuadre durante todo el filme (cortesía de los incompetentes proyeccionistas de algunas salas de este país que se suman a la fiesta), los secundarios son casi deficientes mentales (vean ese militar histérico o el botánico aficionado que engulle hot dogs) y esos diálogos, de una extrañeza tan profuda que recuerdan al espectador que entre la sublimidad del dadaísmo y la ineptitud del guionista (Shyamalan) hay tan solo un clase magistral con flecos en cuarentena.

Donde muchos verán desidia, yo procuro interpretar un suicidio autoconsciente: me niego a creer que el tipo que hace unos años se sacó de la chistera una obra maestra como El protegido (The Unbreakable, 2000) es capaz de pergeñar la versión más impunemente desasistida de La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956) de Don Siegel o, si lo quieren, del clásico de Alfred Hitchcock Los Pájaros (The Birds, 1963). El filme que se concede un arranque poderoso y a la vez tramposo, rápidamente se centra en un grupo reducido de personas que se comportan con cierto desequilibrio calibrado y muy perfilado por el propio Shyamalan. Este grupo de supervivientes ante una insustancial ola de suicidios masivos se concede un periplo en forma de huida a ninguna parte donde irremisiblemente la empatía amorosa y la crispación emocional de la pareja protagonista quedan expuestos como causa inspiradora del mal desbocado que amenaza la costa este de los Estados Unidos. Como en Bodega Bay, del clásico Los pájaros, las miserias humanas, el odio y el miedo que concentran los protagonistas sirven como acicate para que la naturaleza se revele como ángel exterminador.

El filme, pese a su vocación nihilista y a su factura feísta, se concede algunos momentos de calidad, como ciertas secuencias en la casa de la inquilina que padece un trastorno mental -interpretada por la Betty Bockley de Carrie- (correctamente desalentadoras) o aquella asociación de asesinatos donde el protagonismo se centra en el plano detalle de un revólver que va pasando de mano en mano. Poco mejor le sientan al filme algunas ideas de puesta en escena como esa desorientación de los afectados que se quedan como estatuas, al igual que sucedería en una vieja y entrañable película de ciencia ficción de la década de 1950. Eso por no hablar de la escena más ridícula que un servidor a visto en años: no pierdan detalle de la situación de Mark Wahlberg ante la amenaza de una planta de interior con maceta, su monólogo es tan imposible que roza lo esperpéntico, y acaso lo sublime (entre "Muchachada Nui" y un show de "Faemino y Cansado"). Si hablamos en términos de feísmo y concepción ‘trash’, nadie puede negar que Shyamalan se suma a una tradición bien popular en la historia del cine de reciclaje de Estados Unidos: el fantástico independiente de bajo presupuesto.

El director de origen hindú, reitero, creo que en un salvaje ejercicio de autólisis, ha decidido reírse de sí mismo, desmitificar su mundo artificial, sincerarse con el espectador y someter a sus actores a un ejercicio de pornografía dramática de proporciones apocalípticas. Para ello se ha servido de escasos elementos técnicos, una noche para confeccionar el guión, casi nada de infografía (eso sí es loable) y, desde luego, una fe en la perspicacia del espectador casi mariana. ¡Nada como volver a ser "amateur" e inconsciente!

Shyamalan está herido de muerte como cineasta comercial, pero se va con los pies por delante y entrando con letras de oro en la historia del 'horror casposo'. ‘La comedia de los horrores’, de su mano, ha vuelto para instalarse en nuestra aburrida existencia.


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