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clásicos modernos

publicado el 6 de octubre de 2005

Neoliberalismo y cruzados cibernéticos

Siempre en el centro de la polémica, el realizador holandés Paul Verhoeven puede cosiderarse uno de los más importantes investigadores del lenguaje de la violencia en el cine desde Sam Peckinpah. A menudo tildado de fascista, pero siempre fiel a un ideario personal a contracorriente, nadie puede negar que su aportación al género fantástico ha sido capital grácias a su equilibrada combinación entre crítica y entretenimiento. Los filmes de Verhoeven pueden ser sucios como una batalla o estilizados como el más clásico de los thrillers, pero precisamente en esa naturaleza se halla la génesis de su indudable magnetismo.

Lluís Rueda | Existen dos etapas bien diferenciadas en la carrera como cineasta de Paul Verhoeven, por una parte su etapa holandesa con filmes como Delicias Turcas (Turks Fruit, 1972), Cathy Tippel (Keetje Tippel, 1974) o El cuarto hombre (The Vierde man, 1983) de una temática mucho más próxima al realismo sucio y al erotismo y, por otro lado, su etapa norteamericana, más centrada en la ciencia ficción y en el thriller de corte hitchcockiano. En este último apartado se sitúan filmes como Desafío Total (Total Recall, 1990), Instinto Básico (Basic Instinct,1992), Starship Troopers, las brigadas del espacio (Starship Troopers, 1997) o el filme que supuso su prueba de fuego como director de estudio en Hollywood, Robocop (RoboCop, 1987).

Verhoeven venía de rodar en España Los señores del acero (Flesh + Blood, 1985) un proyecto, prácticamente financiado en su totalidad con capital norteamericano, que le había permitido trabajar con su equipo habitual y a la “europea”. El filme, hoy considerado una obra de culto y uno de los más fidedignos retratos del medievo, no funcionó económicamente y su rodaje supuso poco menos que un infierno para el realizador. Esto sirvió de acicate para que el director de Vivir a tope se decidiera finalmente a cruzar el oceáno y, tras rodar el capítulo “La última escena” de la serie televisiva El autoestopista para la HBO, pusiera en marcha su primer filme integramente norteamericano, Robocop. El guión de Robocop, escrito por Ed Neumeier, en un primer instante no gustó al realizador, pero sería su esposa Martine quien le haría ver las ventajas del proyecto. Robocop era una historia de acción claramente influenciada por la película de James Cameron, Terminator (1984) y, al igual que en el filme protagonizado por Arnold Schwarzenegger (1) su mixtura de acción y filosofía cyber permitían deslizar otras lecturas, en el caso del filme de Cameron de índole metafísica y en el caso de Verhoeven sobre uno de sus temas predilectos: la violencia.

Sería bastante reduccionista analizar un filme como Robocob como una action movie de ideología fascista, situarlo en la órbita de ciertas películas protagonizadas por Charles Bronson (El justiciero de la ciudad) y más recientemente por Steven Seagal (Duro de matar), la arbitraria violencia en estos productos siempre es plasmada como una respuesta primaria al margen del sistema, y la venganza es mostrada como una puesta de largo festiva, alegre. En este sentido Robocop estaría más acorde en su retrato de la violencia con Harry el sucio (Dirty Harry, 1971)de Don Siegel, un filme sórdido que ahonda como pocos en los mecanismos del odio.

Paul Verhoeven ha tenido que aguantar a la largo de su carrera insultos como homófobo, fascista y pervertido entre otras lindezas, pero sin duda el rechazo sistemático que sufre por parte del sector más rancio de la crítica cinematográfica va parejo a su capacidad para amplificar los síntomas de enfermedad de la sociedad. El realizador consigue que sus diagnósticos nos resulten forzadamente pornográficos, y por tanto risibles. La violencia en el cine de Verhoven es mostrada desde un visceral retrato del ser humano, el odio es su detonante mental y su modo de relacionarse. Robocop permitía crear la figura de un ser mitad hombre mitad máquina que aún resultando el paradigma del ideal fascista y una certera máquina de ajusticar, nos resultara enternecedora en contraste con los altos ejecutivos que pululan por el filme.

¿Pero, que enfoque quería dar Verhoeven a su cyborg?
Tras ser asesinado brutalmente por una banda de delicuentes, el policía Murphy (Peter Weller), vuelve a la vida en forma de máquina, de programa sujeto a las pautas que dictan los directivos de la OCP (empresa encargada de la seguridad ciudadana en la ciudad de Detroit). Según las palabras del propio Verhoeven, Robocop “es Jesucristo renacido”, y aunque su afán provocador no tiene límites, sería fácil encontrar referentes algo menos prosaicos. El mostruo de Frankenstein, y en concreto el icono cinematográfico creado por James Whale, estarían en esta línea. Al igual que el monstruo, Robocop lleva la violencia marcada desde su nacimiento, al igual que el monstruo busca a su creador-enemigo (en el caso de Robocop al traficante Clarence que acabó con su vida) y al igual que el monstruo sufre la violencia de sus antiguos semejantes (en un caso aldeanos y en otro policías) en sendas cacerías nocturnas el ser artificial se convierte en ser repudiado.

Que Paul Verhoeven es un director al que le place jugar con la ambigüedad es algo fácil de comprobar con sus declaraciones. El director holandes ya tenía los estamentos eclesiásticos de su país en contra desde los tiempos en que su filme Vivir a tope (Spetters, 1980) fuera interpretado como una indecente apología de la eutanasia. Con Robocop, Verhoeven recuperó su pulso a la iglesia y llegó a replantearse la escena del acribillamiento que acababa con el agente Murphy. El realizador sopesó la posibilidad de crucificar a su personaje para luego resucitarlo como un Jesuscristo con un arma en su mano. No olvidemos que la crucifixión es un icono cinematográfico al que ya recurrió en El cuarto hombre, en dicho filme, su protagonista Gerard, en pleno delirio, llega a imaginar a su objeto de deseo, el joven Hermman, como un Cristo en la cruz con ajustadísimos slips de color rojo.

Robocop es un filme mucho más elegante y estilizado de lo que aparenta, si dejamos a un lado sus hiperbólicas explosiones de violencia hallamos una fábula que si bien no llega implicar emocionalmente de un modo absoluto, en buena medida a causa de su acelerado ritmo visual, sí ofrece instantes de gran sensibilidad. Un ejemplo preciso lo encontramos en la secuencia en que Rocopop regresa a su antiguo hogar y mediante una vieja fotografía recompone aquellos fragmentos de su vida que alguien ha eliminado de su cerebro. Verhoeven plantea la escena desde un punto de vista subjetivo que permite que el espectador rastree junto a la máquina esas parcelas de humanidad.
Robocop es al igual que el replicante interpretado por Rutger Hauer en Blade Runner, un ser que busca respuestas.

No menos interesante resulta el retrato que el director de Instinto básico realiza de los altos ejecutivos de la OPC (empresa privada que gobierna la seguridad de las calles de Detroit). Las luchas por las cotas de poder, ofrecen un retrato del neoliberalismo absolutamente incendiario. No resulta difícil hacer un paralelismo entre el retrato de las altas finanzas que vemos en Robocop y la del ideario económico imperante en plena era Reagan (recordemos que la década de 1980 supuso la época dorada del yuppie). En el filme vemos a altos ejecutivos insultarse y tirarse de los pelos en el servicio o a un regidor del ayuntamiento de Detroit secuestrar al alcalde a punta de pistola para reclamar un aumento de sueldo, son sólo dos ejemplos de como las gasta el realizador holandés.

Verhoeven utiliza la televisión, concretamente los espacios informativos, para ridiculizar el sistema de un modo tan exagerado que a priori podría parecer inofensivo ante un comité de censura. Este recurso cinematográfico será una constante en filmes como Desafío Total o en Starship Troopers, donde llegará a sofistificarse como una virtuosa herramienta de denuncia. El realizador consigue con Robocop un fascinante equilibrio entre poesía, violencia y comedia sin perder de vista que lleva entre manos un blockbuster ideado para llenar la sala de adolescentes dispuestos a dejarse los ahorros en merchandising. En ese sentido, la estampa del héroe pisando añicos de frascos de cocaína mientras va eliminando a sus enemidos resulta efectiva, la idea de meter al espectador en el sistema visor del Robocop procura que el joven adicto a los videojuegos se implique de inmediato y tome cierta distancia ante la brutal explosión de violencia. El policía cibernético no realiza grandes hazañas, no se le encomiendan altas misiones, su tarea consiste en apalizar a pequeños delincuentes o en disparar a un par de violadores y eso provoca una sensación de exceso, de desmesura. El cuerpo de Robocop de hercúleo titanio es la viva imagen de la ambición de los ejecutivos que lo han creado, una imponente mole, excesiva dada sus prestaciones, un “mecha” manipulado por un cerebro ambicioso ávido de plasmar su masculinidad. Robocop es un “muñeco virtual” en manos del ejecutivo Bob Morton (Mel Ferrer) y el RP-209 (un harryhausiano monstruo de metal) en manos de su principal rival en la empresa, Dick Jones (Ronny Cox). Como pueden ver una idea bastante sofisticada y con no pocos puntos en común con la parábola sobre la violencia desarrollada en El club de la lucha (Figth Club, 1999), de David Fincher.

Robocop es un filme puente entre el realismo provocador de su etapa holandesa de Verhoeven y su condición de director afín al fantástico. El realizador trabaja en todo momento un lenguaje visual de fuertes contrastes, detalles como el travelling amenazante que dirige hacia la maqueta del la futura ciudad Delta en la reunión ejecutiva de la OPC o la sostenida sinfonía del horror en que se convierte el martirio de Murphy dan buena medida de la capacidad innata de Verhoeven para sugerir y constatar con su cámara. Otro aspecto a tener en cuanta es su virtuoso manejo del punto de vista, que en el filme llega a convertirse en un sofisticado hilo narrativo que se articula mediante un trabajo de montaje preciso y extraordinariamente inteligente. El realizador entra y sale del maltrecho cerebro de Robocop alentando una sensación de irealidad que siempre encuentra su contrapunto en un detalle visual que nos muestra como el cyborg vuelve a saberse el asesinado Murphy. Para ello, Verhoeven utiliza a Lewis (Nancy Allen) como personaje-puente, la mujer policía es nuestra (del espectador) mirada inocente, es el punto de vista que nos permite calibrar los pequeños cambios emocionales en el Robocop. Detalles como su manera de hacer “bailar” la pistola en su mano o el coche que al salir del garaje chisporrotea con sus bajos en la rampa, nos remiten a Murphy. Nosotros ya conocemos la identidad del Robocop, pero Verhoeven pone a prueba nuestra implicación y, dicho sea de paso, nuestra catadura como voyeaurs haciéndonos identificar con el personaje de Lewis.

No menos interesante resulta el diseño artístico del filme para el que Paul Verhoeven tomó como patrón el retrofuturismo “expresionista” del film de Fritz Lang, Metrópolis (1927). Desde el mismo Robocop, casi una versión masculina de la “Eva futura” que encarna el mal en el clásico languiano, hasta los imponentes rascacielos que promete la maqueta de ciudad Delta, pasando por ciertas soluciones estéticas como amplificar las sombras contra los muros en ciertos pasajes del filme, denotan una clara inspiración por parte del realizador holandés respecto al clásico de la ciencia ficción creada por la productora UFA. En otro orden de detalles, también cabe citar el homenaje esplícito que el realizador realiza la figura del maestro de los efectos especiales Ray Harryhaussen. En uno de sus irónicos anuncios televisivos, Verhoeven coloca un dinosaurio de plastelina animado por la técnica stop-motion, herramienta que por otro lado, el mismo Verhoven utiliza para animar a su engendro metálico RP-209.

Es Robocop, en resumen, un extraordinario laboratorio estilístico que permitirá a Verhoheven afianzar las pautas que en el futuro le llevarán a realizar filmes tan estimables como Desafío Total, Starship Troopers o la interesantísima El hombre sin sombra. La ductilidad como director de Verhoeven hacen de su carrera casi una excepción dentro del panorama audiovisual norteamericano, hacedor de uno de los mejores thrillers de la década de 1990, Instinto Básico, o de un fallido retrato del american way of live como Show Girls (1995) (en otra clara muestra de su eclecticismo como director), nadie puede pronunciarse sobre la figura de Verhoeven sin negarle su capacidad de riesgo. La ambición por mantener su discurso dentro del aparato hollywoodiense le ha llevado a trabajar poco en los últimos años, es el coste por mantener la coherencia como creador.

Lo que no se puede obviar es que su particular contribución al cine fantástico es determinante, Robocop se ha convertido en un film de culto que difícilmente podría rodarse con la misma visceralidad en la actualidad. Verhoeven, que siempre se sitúa un paso por delante de la polémica, nunca ha renunciado en sus discursosos al espíritu contestario de filmes como Vivir a Tope o Eric, oficial de la reina (Soldaat van Orange, 1977) y en ese sentido su obra solo es comparable a la de Terry Gilliam: al igual que en el caso del realizador norteamericano, Verhoeven ha sabido conjugar autoría y pragmatismo con gran eficacia. Es difícil preveer el próximo proyecto de Paul Verhoeven, aunque su nombre aparece en casi todas las quinielas de futuribles títulos, lo cierto es que lleva sin estrenar un filme desde el año 2006. Tras la interesante pero algo predicible incursión en el fantástico que fue El hombre sin sombra (2000), el realizador tanteó multiples proyectos y finalmente se decantó por El libro negro (Zwartboek, 2006), la historia de una joven judía (Carice van Houten) que se une a la resistencia que lucha contra la ocupación en Holanda como infiltrada en un cuartel general nazi y cuyas únicas armas son el sexo y la seducción. En todo caso, un filme excelente que permitió a Verhoeven volver a a trabajar en Europa con resultados brillantes. Pero si este último filme supone el retorno a los orígenes de su cine, la cinta que hemos tratado, es en cierto modo la piedra angular sobre la que se sotiene su excelente condición de artesano de la ciencia ficción cinematográfica. Robocop es una pieza atemporal gracias a su discurso y su mordacidaz, pero también se trata de un filme precursor que influenció a obras posteriores como Minority Report (2001) de Steven Spielberg. Estamos ante un clásico instantáneo y añejo que queda en los margenes de lo políticamente correcto por convicción, nunca por estética, algo de lo que muy pocos filmes de acción / ciencia ficción en la actualidad pueden alardear. No hay mejor representación de un futuro siniestro que aquella que escarba en las incertidumbres del presente.


  • (1) Tras trabajar con el actor de origen austriaco en Desafío Total, Paul Verhoeven estudió un proyecto para rodar en el castillo de Loarre (España) un filme sobre las cruzadas protagonizado por Arnold Schwarzenegger, el filme iba a llamarse The Crusades. Después de pasar por varias manos, entre otras la del director Oliver Stone, casi diez años más tarde el proyecto se materializó bajo el nombre de El reino de los cielos (The Kingdom of Heaven, 2005), su director fue finalmente Ridley Scott y para el papel protagonista se contó con Orlando Bloom.

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    Lecturas recomendadas:

    Paul Verhoeven, Edición a cargo de Douglas Keesey y Paul Duncan. Editorial Taschen.

    Revista de cine Dirigido Por…, Nº 293 /Septiembre 2000. Paul Verhoeven. Realismo Sucio y Futuro Imperfecto, estudio a cargo de Quim Casas.


    FICHA TËCNICO-ARTÏSTICA:
    Título original: Robocop. Año:1987. Duración: 103 min. País: Estados Unidos. Director: Paul Verhoeven. Guión: Edward Neumeier, Michael Miner. Música: Basil Poledouris. Fotografía: Jost Vacano. Reparto:Peter Weller, Nancy Allen, Daniel O'Herlihy, Ronny Cox, Kurtwood Smith, Miguel Ferrer. Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM).


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