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publicado el 13 de abril de 2005

Lluís Rueda | Robert Schwentke es un director alemán que ha realizado trabajos para televisión en su país y hasta la fecha ha realizado dos largometrajes: Tatoo (2002) y Eierdiebe (2003).

Tatoo, emitida recientemente en la televisión autonómica de Cataluña (TV3), es un trhiller elegante que nunca renuncia a sus señas de identidad -tanto su frialdad como su mecánica son genuinamente germanas-. El filme, que disecciona una trama de mafias que trafican con tatuajes de seres vivos, es valiente y nunca hace ascos al plano escabroso. Schwentke reformula los manidos esquemas anglosajones (entiéndase las imitaciones de Seven) y apuesta por el formato digital, la música electrónica, una cierta influencia de los policiacos hongkoneses e, incluso, cierto manierismo manga.

El resultado es tan atractivo como fresco. El director parece tener claro con qué tipo de público puede conectar. Sorprende la bella reflexión sobre el cuerpo como arte en movimiento que sugiere el filme y, especialmente, el tatuaje como significante y símbolo de escritura (presente) y pasado en la carne joven de la mujer. La simbología de la tinta subcutánea adquiere en el filme una importancia capital que la hace conectar con otras obras como Irezumi (El tatuaje, Masumura Yasuzo, 1966). Pero no solo de una estética, gratamente alternativa, nace un buen producto. Tattoo, retrata personajes al límite, como la pareja de policías protagonista: un joven adicto al éxtasis y un torturado comisario que ha perdido a su mujer y a su hija. Es un filme esencialmente nihilista, un retrato generacional incisivo y demoledor que recorre una interesante variante centroeuropea del no future nipón. A todo el conjunto de aciertos habría que añadir el magnifico provecho que el realizador saca a la moderna metrópolis berlinesa y a los vanguardistas espacios interiores -casi madrigueras de inspiración pseudoindustrial-.

No se pierdan una escena del filme, aquella en que dos cuerpos jóvenes hacen el amor: uno de ellos es inmaculado y el otro es una obra de arte del tatuaje. El infierno interior del primero es como un libro en blanco que adolece de hedonismo y niega su escritura, el otro es como el rostro de una anciana que explica su pasado en un rastro de piel que muestra sin tapujos los avatares del pasado.

Tatoo gustará a afines a thrillers como Demonlover (2002) de Olivier Assayas, a fans de la obra pictórica de Ashley Wood o a fans del tatuaje, el flesh stapling, el tongue piercing y demás modificaciones corporales. Su fórmula es infalible: un guión sólido, una puesta en escena brillante y un cierto aire de TV movie inconformista que la hace sorprendentemente atractiva. Vaya, un deustch-thriller en toda regla.


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