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clásicos modernos

publicado el 5 de julio de 2005

El regreso de un clásico

Tras coquetear brillantemente con la comedia dramática en sus últimas obras -Atrápame si puedes (Catch Me If You Can, 2002) y La terminal (The Terminal, 2004), el director estadounidense Steven Spielberg vuelve al género que le dio fama internacional, el blockbuster de suspense y fantasía, con la magistral La guerra de los mundos (War of the Worlds, 2005), una sorprendente y admirable muestra del talento narrativo de su creador. Sin duda, un regreso por todo lo alto.

Juan Carlos Matilla | Nueva versión del clásico de H.G. Wells (tras la excelente adaptación filmada por Byron Haskins en 1953), La guerra de los mundos, según Spielberg, es un filme majestuoso, intenso y rodado con la habitual minuciosidad del creador de I.A. Inteligencia artificial (A.I. Artificial Intelligence, 2001). Dotado de un fibroso y maduro guión de David Koepp (a quien le debemos quizás ese tono cotidiano y realista del conjunto), el filme hilvana un convincente tono apocalíptico con un sobrecogedor desarrollo dramático (ayudado por el trabajo de los grandes colaboradores de Spielberg: el montador Michael Khan y el músico John Williams, quienes vuelven a dar lo mejor de sí mismos) y con estupendo plantel de actores, encabezados por un esforzado Tom Cruise y a una sorprendente Dakota Fleming, quien encarna a la hija de Cruise en la ficción.

Filme de expresivos contrastes y agudas soluciones visuales, Spielberg vuelve a demostrar en esta crónica del advenimiento del fin del mundo que es un maestro a la hora de ensamblar escenas de una gran complejidad técnica con momentos de profundo intimismo sin que la estructura y el ritmo del relato se vean perjudicados. Y esto se debe a su detallismo en la puesta en escena y a sus ricas soluciones visuales. Sólo teniendo en cuenta esta idea se puede valorar en su justa media el valor de las imágenes del primer ataque alienígena, toda una sinfonía de puro horror que combina planos secuencia espectaculares (como aquel que se inicia tras la caída de uno de los meteoritos y finaliza con el derrumbamiento de una catedral), detalles de un negrísimo humor macabro (la figura de Cruise cubierto por la lluvia de cenizas humanas), un sobresaliente uso del fuera de campo, un inteligente mantenimiento del punto de vista subjetivo y un literalmente asombroso diseño de los efectos digitales, cuya aparatosidad nunca perjudica a la puesta en escena de Spielberg, siempre serena, elegante y clásica.

Filme de expresivos contrastes y agudas soluciones visuales, Spielberg vuelve a demostrar en esta crónica del advenimiento del fin del mundo que es un maestro a la hora de ensamblar escenas de una gran complejidad técnica con momentos de profundo intimismo sin que la estructura y el ritmo del relato se vean perjudicados.

Pocos blockbusters de la actualidad posen la carga lírica y el tono melancólico de La guerra de los mundos. Alejado de la vacua pirotecnia habitual en este tipo de productos, Spielberg ofrece en su último filme una de las más emocionantes colecciones de momentos cinematográficos de su carrera. Dotada de un extraño y algo mórbido hálito poético, las numerosas set pieces de La guerra de los mundos contienen numerosos hallazgos expresivos como el sobrecogedor plano de los muertos que navegan a la deriva por el río (contrastado con la mirada aterrorizada de la niña y un soberbio uso del plano-contraplano); el majestuoso uso del fuera de campo en la confrontación final entre los personajes de Cruise y Tim Robbins (un apunte criminal alejado de los convencionalismos que rodean a los héroes de los filmes de acción); los atractivos planos acuáticos durante la destrucción del ferry (que otorgan una dimensión casi surreal y onírica al relato); los siniestros contrapicados que muestran la ropa destrozada de los muertos cayendo desde el cielo (unos planos de serena y, a la vez, desasosegante belleza); los sobrecogedores planos del tren incendiado atravesando un paso a nivel ante la atónita mirada de los refugiados; los expresivos reencuadres mediante el uso de visores de cámaras, ventanas y espejos (un motivo habitual en el cine de Spielberg que aquí es utilizado de forma ejemplar como podemos observar en la secuencia de la huída de la familia en el coche hacia Boston y en el posterior ataque en el puerto de Athens); y un largo etcétera.

La guerra de los mundos brilla por el portentoso dominio del lenguaje cinematográfico del que hace gala Spielberg en todo el metraje. Aquí Spielberg vuelve a demostrar su categoría como cineasta, su naturaleza de narrador cinematográfica y su condición de maestro de la puesta en escena.

Pero, al margen de estas sensacionales fugas líricas, La guerra de los mundos brilla por el portentoso dominio del lenguaje cinematográfico del que hace gala Spielberg en todo el metraje. Aquí Spielberg vuelve a demostrar su categoría como cineasta, su naturaleza de narrador cinematográfico y su condición de maestro de la puesta en escena. Ejemplos de todo esto podrían ser el alucinado travelling aéreo que presenta al personaje de Cruise, el vibrante uso de la steady cam en interiores (sobre todo en la secuencia en la que Cruise regresa, histérico, a su hogar tras el primer ataque alienígena), la excelente planificación del segmento de la tormenta eléctrica, los bellos primeros planos frontales en las secuencias intimistas, la elevada nocturnidad de todo el relato, el espeluznante uso de los efectos sonoros (cuya importancia dramática los convierten en un personaje más), la ausencia de subrayados inútiles o la inquietante secuencia ambientada en el sótano de la granja, cuya perfección en materia de planificación, montaje y composición resulta encomiable.

Además, parte de los atractivos de esta definitiva obra maestra radica en su condición de compilación de los mejores hallazgos del último cine de Spielberg. Estaba claro que tras cuatro maravillas como I.A. Inteligencia artificial, Minority Report (2002), Atrápame si puedes y La terminal (todas ellas obras alejadas de los imperativos comerciales, rabiosamente personales y admirablemente maduras), el regreso de Spielberg a los márgenes del blockbuster no podía producirse con las mismas inquietudes financieras y artísticas de tiempo pasados. La madurez expresiva que atesora la última producción spielbergiana no podía dejarse a un lado en favor de la mera espectacularidad. Por esta razón, La guerra de los mundos adopta y recrea muchos de los elementos de los filmes más recientes de su creador: el crudo realismo y la violencia seca de Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), el acertado mantenimiento del suspense de las dos primeras partes de Parque Jurásico (Jurassic Park, 1993, y The Lost World, 1997), el intimismo y la melancolía de I.A. Inteligencia artificial, la sofisticación y ritmo de Minority Report y la reformulación (con todo el respeto, eso sí) de los géneros clásicos que mostraban La terminal y Atrápame si puedes, amén de su estilo depurado y conciso.

La madurez expresiva que atesora la última producción spielbergiana no podía dejarse a un lado en favor de la mera espectacularidad. Por esta razón, La guerra de los mundos adopta y recrea muchos de los elementos de los filmes más recientes de su creador.

Pero, a pesar de todos los evidentes aciertos de La guerra de los mundos, me temo que la figura de Steven Spielberg seguirá siendo motivo de desconfianza y rechazo para una gran parte de la crítica, postura que no comparto en absoluto. Continuamente vilipendiado por su condición de magnate hollywoodiense y de hacedor de filmes revienta taquillas, Spielberg ha sido uno de los habituales cabezas de turco de cierta prensa especializada, que es incapaz de ver más allá de cuatro prejuicios y de analizar con rigor la filmografía de un autor como Spielberg, cuya carrera está llenas de títulos majestuosos (aunque también de algún que otro bodrio). Lo curioso de este debate respeto al creador de E.T. es que siempre se ha cimentado sobre la misma dicotomía: Spielberg es un eficaz narrador pero también es un manipulador y embaucador nato, un demagogo neoconservador y un autor infantilizado, razones que no comparto en absoluto y que además creo que no deben enturbiar el análisis crítico de sus filmes.

Sobre el eterno sambenito de embaucador, considero que todo buen cineasta de género debe ser un excelente manipulador de emociones ya que el cine no sólo se sustenta en sesudas reflexiones, líneas subrepticias y formas visuales crípticas sino que fundamentalmente se basa en la capacidad de fascinar y emocionar al público y, por tanto, de manejar de forma acertada los recursos narrativos para crear estímulos en la audiencia (y si a eso algunos quieren denominarlo manipulación, allá ellos). Sobre su condición de artista reaccionario, poco tengo que decir: la ideología personal de cada director nunca debe dominar la labor crítica (que debe primar los valores puramente artísticos por encima de los morales) y, si fuera así, sería obligatorio un criterio de juicio más riguroso y una mayor amplitud de miras ya que, dentro del presunto conservadurismo de Spielberg, existe un gran número de matices a tener en cuenta (¿de verdad alguien piensa que obras tan profundas como El imperio del sol, A.I. Inteligencia artificial o Salvar al soldado Ryan pueden despacharse con semejantes argumentos?). Por último, el infantilismo de Spielberg queda en entredicho analizando mínimamente sus últimas obras (de Salvar al soldado Ryan a La guerra de los mundos), todas ellas películas que se alejan de las estructuras narrativas pasadas (inspiradas en los inocentes modelos de superación del cine clásico americano) para erigirse en densos y oscuros cuentos de hadas para adultos. En resumen, más allá de los prejuicios de cada cual, La guerra de los mundos debería verse como lo que es en esencia: un sentido acto de amor hacia el género fantástico.


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