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publicado el 28 de julio de 2008

Negar el invierno

Lluís Rueda | El realizador coreano Kim Ki-Duk es por derecho propio una de las voces más interesantes dentro del panorama global cinematográfico gracias a títulos como La Isla, Samaritan Girl o Hierro 3. Si bien, su discurso templado que recorre el desarraigo anímico y la fatal inanición sentimental del hombre moderno, en sus últimos filmes parecía haber caído en cierta autocomplacencia o reescritura (El arco es un buen ejemplo), con Aliento vuelve a reencontrarse como un excelente funambulista de la emoción desgarrada y un extraordinario artista de la mirada y el silencio.

Aliento transita un paisaje que acelera el tiempo a través de unas estaciones impostadas, un paisaje hecho a medida para dos amantes imposibles que reinventan el acto de la seducción hasta infantilizarlo de un modo cruento y exhibicionista. La protagonista del filme, Yeon, una mujer a la que su marido engaña con otra, encuentra a su amante perfecto en un condenado a muerte, sitiado en una penitenciaría. Este planteamiento, tan singular, permite realizar una radiografía inmisericorde de las debilidades, frustraciones y esperanzas de ella, así como un retrato doloroso de la soledad en él. La aproximación entre ambos que plantea Kim Ki-Duk está revestida de una extravagante puesta en escena, chic y delirante, que puede remontarnos a las inquietantes fugas coloristas del incendiario Tsai Ming-liang (véase The Hole o El sabor de la Sandía), pero acaso el discurso del director de Hierro 3 no pretenda crear un contraste preñado de esteticismo, tanto como dispersar un estado de ánimo en el espectador en el que el rescate de una inocencia adolescente sirva como butrón para que dos espíritus presos por motivos no tan diferentes puedan viajar unos minutos a un lugar maravilloso. Yeon se aproxima a un falso ideal –a una anulación de la integridad- con una persistencia inocente, de niña soñadora, para encontrarse a sí misma a través de un proceso de denigración sentimental aterrador.

Este 'collage' vertiginoso es, a pesar del tempo parsimonioso del filme, casi un decorado teatral y teatrero en el que enmarcar esencias frugales, alientos que impregna como discursos encendidos y lágrimas que se suspenden en las mejillas como témpanos afilados. La esencia fílmica de Aliento es que en su concepción de melodrama abigarrado y ‘bermangniano’ se dan una serie densidades, de estratos genéricos, que nunca rechinan, pues ejercen de espejos que transforman las texturas de unos personajes irreales e imposibles en lo físico y arquetípicos y elementales en lo carnal. Yeon, como vemos al inicio del filme, es un ser fantasmagórico, a la deriva, que transita por un paisaje gélido con los hombros desnudos, no es de este mundo. Moldea figuras de barro tal y como moldea a su amante carcelario, su marido toca el piano y sitúa la banda sonora del filme en un espacio no necesariamente material, su hija es la espectadora cauta que nos recuerda que nuestra protagonista un día pudo ser una niña y hoy está incapacitada para ser madre. Todo ronda y apunta a que estamos ante la historia de un fantasma al que Kim Ki-Duk maneja tras una pantalla ataviado como el jefe de una prisión que trasciende mucho más que los muros y las rejas físicas (algo que también asoma en el filme).

En suma, estamos ante un excelente filme, que si bien no llega a las cuotas de virtuosismo de Samaritan Girl, sabe jugar con enorme pericia la baza visual para asfixiar o tonificar a sus protagonistas-víctima y extraerles todo el jugo dramático. El espectador perspicaz sabrá en buena medida dejarse arrollar gustosamente por el vertiginoso laberinto humano que propone el director coreano. Uno de esos realizadores capaz de sacar de sus actrices un holocausto emocional mediante el plano generoso de una mueca suspendida.


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