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publicado el 29 de julio de 2008

El asesino con batín de seda

'Pasos en la niebla' (1955) de Arthur Lubin ha sido editada recientemente en formato DVD, casi como si de un reestreno cinematográfico se tratara. Hemos estimado oportuno elaborar un estudio que va más allá de lo puramente formal y anhela adentrarse en el apasionante terreno del crimen en la ficción. Estamos ante un filme espléndido que no solo fagocita universos literarios y enraíza con el grueso de la obra de Alfred Hitchcock. Esta cinta, para algunos casi inédita, propone un fascinante recorrido por las miserias de una época, el siglo XIX, las entretelas de una moral reaccionaria, la victoriana, e invita a un paseo por las callejas sombrías de un Londres que forma parte de nuestro imaginario colectivo.

Lluís Rueda | Es difícil determinar, alrededor de la década de 1950 la existencia de un cine de suspense (género en ocasiones coyuntural), propiamente británico en el que podamos visualizar unas constantes marcadas por un estilo sardónico, malintencionado y de matices genuinamente negros. Si en el caso de la comedia es fácil reconocer una identidad indiscutible, y bien particular, gracias a las aportaciones de la productora Earling (véase películas como El quinteto de la muerte (The Ladykillers, 1955) de Alexander MacKendrick), en el caso del cine de intriga, la ‘contaminación’ de profesionales y técnicos norteamericanos deja en cierto stand by la posibilidad de crear un apartado que nos sirva para resituar unas constantes estilísticas e identitarias y definir un cine de suspense autóctono, con características propias. Si bien es cierto que el maestro Alfred Hitchcock es en sí mismo un pilar genérico y que el británico cruzó el Atlántico para merendarse Hollywood con su obra maestra Rebeca (Rebecca, 1940) –un relato victoriano que no entiende de localismos y que abruma por su universalidad-, también lo es que algunos de los profesionales norteamericanos que habían trabajado en medianas productoras como la Universal o la R.K.O, acaso por la reducción de costes, recalaron en pequeñas productoras británicas ávidas de competir en su propio territorio con la globalizadora maquinaria estadounidense. Como vemos, en ese sentido, parece que el orondo Alfred pudo provocar cierto cisma identitario que, cual efecto tsunami, resituara el perfil lógico de la cinematografía anglosajona globalizándola de una manera sibilina y caprichosa. En esta tesitura, tan hitchcokina como fugazmente decimonónica, también podríamos citar algunos filmes poco conocidos como Murder by Proxy (1954) o Extraño suceso(So Long At the Fair, 1950), ambas de Terence Fisher.

Pasos en la niebla (Footsteps in the Fog, 1955) de Arthur Lubin (1898-1995) es uno de esos filmes instalados en cierta mixtura genérica, una pieza exquisita de suspense y misterio que conjuga lo más granado del citado Hitchcock. Estamos ante un filme que luce un magnífico diseño de producción, un acabado exquisito que nada tiene que envidiar a un producto de Hollywood. Por otro lado, la suma de una serie de estrellas británicas de adopción norteamericana en el reparto dotan de un mayor 'target' británico a la cinta. Uno de los aciertos más destacables de Pasos en la Niebla es la autenticidad que rezuma su poso victoriano gracias a la denominación de origen de sus localizaciones y a una espléndida estilización respecto a los postulados genuinamente weird. Si nos atenemos a un clásico como Encadenados (Notorious, 1946) y deliberadamente procedemos a una comparativa general, a primera vista, observaremos no pocas coincidencias argumentales y unas constantes que son bien reconocibles en Pasos en la Niebla -también podríamos proceder a hacer esa reflexión con otros clásicos como Luz de gas(Gaslight, 1944) de George Cukor o La escalera de caracol (The Spiral Staircase, 1945) de Robert Siodmak, pero acaso estas piezas maestras tiendan a la recreación atmosférica de un universo decadentista y victoriano, y no tengan la audacia de formular el retrato ácido y concluyente que sí hallamos en el filme de Lubin.

Encadenados es una pieza que incendia de profundidad psicológica la pantalla y relativiza cualquier otra consideración. Formalmente propone una extraordinaria asepsia que procura que el espectador no se distraiga lo más mínimo, diríamos que es casi una pieza minimalista que roza la esencia misma del arte cinematográfico entendido como ejercicio cognoscitivo (toda la maquinaria fílmica puesta al servicio de la trama principal y el poder hipnótico de los elementos en escena) y eso, tengámoslo en cuenta, es algo muy reconocible en la obra de Hitchcock, un capital artístico que raramente busca universos paralelos más allá de su sofisticada esquematización (acaso Los pájaros The Birds sea la excepción que confirma la regla). Pasos en la niebla, reitero, es un filme que no hace ascos a las enseñanzas del maestro Hitchcock pero, en cambio, procura un retrato fidedigno y muy audaz de las miserias de una sociedad amoral y clasista en la que ya no hay valores y todo parece lícito para trepar socialmente. En muchos de los filmes de suspense citados hay una tendencia a recrear un universo contemporáneo sumergido en detalles y estereotipos decimonónicos, en ocasiones es complejo situar la época en que se suceden algunas de estas cintas norteamericanas. En cambio, en Pasos en la niebla no se esconde que estamos a finales del siglo XIX e incluso aparece un primitivo vehículo a motor: un contraste muy significativo, especialmente para aquellos que asociamos la estética del filme al famoso asesino de White Chapel o a las funestas desventuras del Dr. Jeckyll, dos iconos irresistiblemente británicos.

No hay en el filme de Lubin, al menos de una manera explícita, ningún crimen pasional, todo el arte del asesinato y la mentira sirve como herramienta para subir un escalón social. Ese aspecto tan particular, hace del filme un ‘rara avis’ de su tiempo y excepto el ambigüo, pasional y en cierto modo ‘tierno’ personaje (también pérfido) interpretado por Jean Simmons –ya iremos más tarde a analizarlo- todos los protagonistas de la historia guardan intereses ocultos, o parecen guardarlos.

Sería muy osado decir que esta particularidad convierte a Pasos en la Niebla en un filme de suspense genuinamente británico pero hay que tener en cuenta que, quizá a causa de que el público bienintencionado no supo identificarse ni con una heroína neurasténica ni con un protagonista tan truculento, la cinta resultó en su momento un producto poco rentable en la taquilla. Casualidad o no, hay mucho de acidez británica en esta propuesta tan rica y alejada de estereotipos.

Pero vayamos a ese protagonista maquiavélico y harto seductor protagonizado por un actor tan carismático como Stewar Granger [1] (1913-1993). Stephen Lowry se nos presenta en el filme a través de una extraordinaria secuencia que se diría guionada por el Richard Mathesson de la etapa para A.I.P. (la productora de Roger Corman). El filme arranca en un grisáceo cementerio, con un plano medio de un Stephen Lorry níveo, compungido, una paletada de tierra y frugales planos de los presentes. Tras recibir el pésame de los allegados, Lowry es acompañado por una joven pareja conformada por la bella Elisabeth Travers y su prometido. Tras recibir unas últimas palabras de aliento, Mr. Lorry, camina hacia la verja de su mansión y atraviesa el jardín. Mediante una serie de planos secuencia que nos ocultan el rostro, vemos como abre la puerta, camina hacia el salón y tras servirse una copa observa detalladamente el inquietante rostro del cuadro que no es otro que el de su esposa recién fallecida, a continuación, tras brindar a su salud, deja entrever una sonrisa maliciosa.

Esta situación tan plácida, para un trepa social que se ha desecho de una rémora acaudalada pronto se verá truncada a causa de la aparición de Liliy Walkins, una joven criada interpretada por Jean Simmons, que tras descubrir un frasco de veneno oculto en el sótano procederá a chantajear a Lowry a nivel emocional; y aquí está el aspecto más interesante del filme. Lili Walkins no tiene una ambición meramente material, ansía el amor incondicional del caballero y la posición de señora de la casa –volvemos a un anhelo de estatus social-. Espléndida en ese sentido es la secuencia en que Lowry descubre a la criada en la alcoba de su esposa probándose joyas y vestidos, y como esta situación, lejos de herirle o incomodarle le excita sobremanera. Todo el juego psicológico entre chantajeadora y chantajeado está expuesto con una intachable profundidad psicológica y con un tratamiento del espacio y los elementos envidiable: Lubin utiliza con enorme pericia elementos iconográficos como un fantasmal gato negro, la niebla a la que alude el título y se recrea con malicia hitchcockiana en instantes de suspense superlativos, como aquel que centra nuestra atención en un broche delator que pasea en su solapa la Sr. Wilkins, ama de llaves omnipresente que campa a sus anchas cuando la mansión no recibe visitas. En este sentido resulta especialmente inquietante el personaje de la Sr. Wilkins, a pesar de su ruin proceder, es una mujer que llega a enamorarse de Lowry de una manera obsesiva todo y que, en cierto modo, se comporta como un fantasma de ultratumba que parece moverse con la compulsión de la desagradable mujer del cuadro (un detalle digno del Mario Bava de La máscara del demonio). El juego de intereses, de una amoralidad epatante, se nos muestra cargado de detalles paroxísticos y en una atmósfera arrebatada en que las escenas de ternura van convenientemente subrayadas de impostura criminal. Para la antología del cine de suspense (y yo añadirñía de horror) resta la secuencia en que Lowrry intenta matar a bastonazos entre la niebla del nocturno Londres a la Sra. Wilkins; un 'tour de force', resuelto con maestría que a uno le lleva en volandas a ciertas secuencias de El lobo humano y en un proceso de destilado más afín, a pasajes de la obra maestra literia de Robert L. Stevenson ‘El caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde’.

Pasos en la niebla procesa el oficio de Hitchcock, el goticismo colorista de Roger Corman (¿Quién duda que Stephen Lowrry podría estar interpretado por el mismísimo Vincent Price?) y la arrebatada amoralidad de Riccardo Freda o el citado Mario Bava. Si partimos de la premisa de que el guión de Leonore J. Coffe es espléndido, también nos hemos de doblegar ante el dispositivo formal que despliega el artesano Arthur Lubin, un realizador menor que estuvo en nomina en la Universal Pictures y no atesora una filmografía, que digamos, a la altura de esta pieza maestra que es Pasos en la niebla. Entre lo más destacable de su carrera cabe destacar el remake en color para la Universal de El fantasma de la Ópera (Phantom of the Opera, 1943), un filme mucho más convencional de lo que algunos pretenden defender y unas retaíla de infames comedias ‘terroríficas’ protagonizadas por los míticos Abbot y Costello: Reclutas (Buck Privates, 1941), ¡Agárrame ese fantasma! (Hold That Ghost, 1941) e In the Navy (Id., 1941). La carrera de Lubin como director cinematográfico atesora pocos aciertos, acaso algún filme de interés meridiano como Alí Babá y los cuarenta ladrones (Alí Baba and the Forty Thives, 1944) o la muy posterior e igualmente exótica El ladrón de Bagdad (Il Ladro di Bagdad, 1961) coproducción entre Italia, Estados Unidos y Francia con el impagable Steve Reeves como protagonista. En lo televisivo, cabe decir que su nombre está ligado al serial de La mula Francis, que también vio una versión cinematográfica dirigida por él y muy especialmente a la trasgresora serie La Familia Adams, un material algo más afín a su etapa en la Universal Pictures.

Como antes habíamos apuntado, citando a Roger Corman, también existen paralelismos entre Pasos en la niebla y algunos filmes posteriores como La tumba de Ligeia(Tomb of Ligeia (1965) o 'short histories' como Morella (incluida en el tríptico fílmico Tales of Terror (1962)), dejando a un lado la sofistificación del filme de Lubin y teniendo muy en cuenta la atmósfera gótica (convenientemente teatralizada) de la obra de R. Corman, todas estas películas (genuinamente británicas o no) comparten un tronco formal primitivo que nos conduce a la génesis del policíaco moderno: Edgar Allan Poe y su relato ‘Los Crímenes de la Calle Morgue’. Pasos en la Niebla, en concreto, mantiene un pulso atmosférico que linda el fantástico en no pocas ocasiones. La comparación antes realizada, en ese sentido, con el universo hipnótico de Mario Bava no es baladí, y más si tenemos en cuenta que el maestro italiano es acaso el más sugerente de los alumnos aventajados del director de 39 escalones. Como han podido observar, no he creído pertinente incluir en este juego de referentes literarios o extraliterarios nombres como Agatha Christie o Arthur Conan Doyle, a mi entender las tramas básicas de estos magníficos escritores de novelas de misterio participan de unos esquemas que tienen mucho más que ver con el ‘cluedo’ y el juego de roles que ocultan la identidad del asesino. En Pasos en la niebla y en las influentes obras del maestro Hitchcock no importa tanto el restablecimiento de la justicia o atrapar al asesino como el estudio ambicioso de cierta conciencia homicida y un proceso de sugestión que va más allá de la formularia mecánica judicial o de la perspicacia del investigador protagonista. Criterios estilísticos que a buen seguro tuvo en cuenta el estadounidense Truman Capote en su proceso de elaboración de la novela ‘A sangre fría’ y, por qué no apuntarlo, la moderna ciencia forense (una escaleta física para una reconstrucción macabra).

El envenenamiento, conviene apuntarlo, también es un recurso muy distendido en la historia criminal del Reino Unido: todavía hoy la sociedad se hace eco de casos pretéritos como el que se dio en Glasgow a finales del siglo XIX, donde una joven, Madeleine Smith, asesinó a su antiguo amante administrándole arsénico mientras éste tomaba el mismo veneno para enfermar y provocar lástima: el resultado fue la muerte fulminante y un caso de lo más extraño en el que la joven fue señalada como ‘probable culpable’; en el sumario se daba, como posible, la variable de que la joven Madeleine intentara deshacerse de su antiguo amante por que ella había conocido a un hombre de negocios de buena posición y su pasado representaba una mácula, un caso casi tan enrevesado como el que nos plantea Pasos en la niebla [2]. Desde luego ese amante francés despechado opta poco más o menos por la misma solución que Stephen Lowry, a saber, llamar la atención o provocar una situación con falso culpable. De cualquier manera, como en los relatos de Poe, siempre hay un pequeño detalle que desbarata el crimen perfecto y puede acabar en tragicomedia negra. Un extremo que Álex de la Iglesia supo destilar con mucho tino en su comedia Crimen Ferpecto –justamente una espléndida revisión en clave grotesca del filme de Lubin.

En el Reino Unido, el policíaco es un género adorado por el gran público y no es extraño hallar en casi todos los barrios tiendas especializadas donde sólo se puede comprar literatura de suspense y crimen como complemento a la fruta y el pan de molde de la compra diaria. Es parte de ese carácter flemático que gusta de una ambigüedad existencial muy negra e irónica, tanto que entroniza a sus más famosos asesinos y les concede el grado de reclamo turístico (véase la ruta de White Chapel en Londres donde se visitan los lugares donde actuó Jack el destripador).

Pasos en la niebla va más allá de la exótica Londres ‘after midnight’, callejones empedrados e intrigantes con levita, busca la radiografía del infierno cotidiano, de la ambición sin límites y nunca cae en la frivolización del asesinato. El arte criminal, en cine, necesita de una puesta en escena densa y subyugante. Da igual que el pastel se descubra de inicio, queremos saber más sobre el asesino, sobre sus circunstancias.

  • [1]. Actor de origen británico (nacido en Londres) la etapa de su carrera más exitosa estuvo ligada a numerosos títulos donde encarnó a galanes y aventureros para la Metro-Goldwyn-Mayer. Algunos de estos títulos están unidos a su colaboración con el realizador Richard Torpe y su actuación sobresale especialmente en filmes como Scaramouche (1952), El Prisionero de Zenda (1952) o la extraordinaria Todos los hermanos eran valientes (1953). Sus comienzos en Inglaterra están ligados a papeles románticos en filmes como So This is London (1939) -su debut cinematográfico-. La última etapa de su vida, a partir de la década de 1970, se debatió entre el teatro y algunos papeles televisivos. Estuvo casado en tres ocasiones (la segunda de sus esposas fue, curiosamente, la actriz Jean Simmons). Murió en Santa Mónica (Los Ángeles), de un cáncer, a los 80 años.

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  • [2]. Scottish Murders. Lomond Books. Judy Hammilton. 2006.

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