publicado el 10 de noviembre de 2008
Blanca Vázquez | 'Suponga usted, le decía al entrevistador, que los espectadores han visto, antes de que usted y yo nos sentáramos, que un terrorista ha colocado una bomba debajo de esta mesa. Mientras nosotros hablamos tranquilamente de fútbol, ellos estarán solamente pensando cuándo explotará la bomba. El suspense es la sensación que tiene el espectador de que está en posesión de una información que el actor desconoce, de que algo va a pasar y está esperando que pase.'
Así definía el suspense, en una entrevista para la televisión, el maestro Alfred Hitchcock. Es decir, que nosotros, espectadores, estamos siendo dirigidos por avispados realizadores, siguiendo con nuestro subconsciente el vaivén del empleo de efectos subliminales que utilizan. Hitchcock fue y es el referente de muchos directores, desde Spielberg a Truffaut, Chabrol o los hermanos Coen, quienes en cada entrevista admiten la intensa influencia del maestro inglés.
El televisivo director norteamericano Brad Anderson, que sorprendió positivamente con las atmósferas enclaustradas de Session 9 (2002) o El maquinista (2004), vuelve a los cines también bajo la influencia del maestro del suspense, pero esta vez Anderson expande su mirada angustiosa a un gigantesco y frío paisaje, y una sociedad perdida en sus transformaciones político-sociales de corrupción nada disimulada.
Transsiberian es una cinta que suscita una ambigua ambivalencia en el espectador exigente. Ciertamente es interesante, y pagar su ticket correspondiente no supone un error. Para empezar Brad Anderson, autor asimismo del guión junto a Will Conroy, se ha salido de escenarios trillados y nos ha enrolado en un viaje en tren, muy al estilo (aunque con aroma contrario) al 'Orient Express' descrito por Agatha Christie. Si éste famoso tren-cluedo de la literatura negra exhalaba lujo y glamour, el hotel sobre railes de Anderson, entre paisajes nevados, palacios decadentes y hermosísimas montañas, es una antigualla sucia cuyas azafatas hacen bandera de atención al cliente con las verrugas de su barbilla. Perpetrar un thriller en el antiguo tren zarista que une Pekín con Moscú es a priori una aventura original y fresca, que ha convocado a un buen número de espectadores en tiempos de crisis económica. A pesar de sus deficiencias la cinta resulta harto interesante, todo y que en su primer tramo promete más audacia y experimentación de lo que precipita en su clímax, tanto en el plano técnico como argumental.
Sin embargo, Transsiberian, como ya he mencionado, además de eregirse en un thriller impecable aúna en su metraje temas altamente atractivos: la mafia rusa, cuando aún se agazapan en nuestras retinas la mirada de aquellos seres de Promesas del Este de David Cronenberg; el viaje y lo que conlleva de desapego, desconocimiento y encuentro con extraños, ¿recuerdan la conmoción que acarreó la adaptación El placer de los estraños, Paul Schrader? ; el aburrimiento y la ingenuidad de una pareja; la tensión erótica; vueltas de tuerca sorprendentes; secretos guardados y finales reconciliadores digamos que un tanto convencionales, lo que da a la cinta una catadura muy previsible a pesar de sus acertadas turbulencias.
¿Qué hace que una película no alcance el status de impresionante cuando está a las puertas, cuando a priori lo tiene todo para conseguirlo? Miro detenidamente cada encuadre, cada diálogo, cada mirada, cada fotograma. El aspecto estético es sobresaliente, la fotografía otorga un look de trabajo ochentero que le viene al pelo, por ahí no pierde. Los actores están correctos sus en sus roles, Woody Harrelson está estupendo, da mucho de sí; Eduardo Noriega pinta bien, mejor que en la mayoría de su cinematografía española, incluso el nombre de su personaje, Carlos, parece una rémora de antiguos terroristas; Ben Kingsley es un actor cosmopolita donde los haya, lo mismo da planta a un hindú, que un iraní, que un colombiano, que un ruso, auténtica goma espuma. ¿Las actrices? Demasiado desconocidas. Si bien Emily Mortimer resuelve su cometido con notable, una Naomi Watts o Nicole Kidman le hubieran dado el toque Hitchcock del estrellato, y mucho valor en sala. Pero los presupuestos son cadenas amordazantes y grilletes que conducen irremediablemente a la medianía.
Anderson se esfuerza por capturar el clima social de la Rusia de hoy. ¿Pero donde no los hay, en Estados Unidos, quizás? La dramaturgia arranca con fuerza, interesa, atrapa y se va aligerando poco a poco hasta llegar a un final de cliché y estampa dorada, donde lo políticamente incorrecto debió ser un leiv motiv acorde con las texturas espectaculares empleadas, y no una ausencia. Ello refuerza, tal vez, una sensación de desequilibrio en el conjunto, a mi juicio el director opta en demasía por un subrayado constante y lastrante.
Con todo, Transsiberian es un notable entretenimiento, una aventura exótica bien macerada.