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publicado el 10 de noviembre de 2008

Espejito, espejito mágico…

Lluís Rueda | Alexandre Aja es uno de esos nuevos valores cinematográficos que ha revolucionado el panorama del fantástico, para ello le han bastado la pieza de culto Haute Tension y el más que virtuoso remake de Las colinas tienen ojos (Wes Caven). Sus credenciales son un manejo de la cámara inspirado que redunda en asfixiantes planos secuencia y un portentoso descaro a la hora de entender el horror visceral y sin cortapisas. El parisino, ya inmerso o abducido por el cine comercial norteamericano se ha dejado llevar por los cantos de sirena y, arremangándose como un jornalero, se ha dispuesto a occidentalizar un filme coreano de terror. El resultado, no nos engañemos, ni es magistral ni supera el listón que el mismo se había marcado, no obstante este filme poliédrico, algo embarullado y del todo ambicioso sigue dándonos con cuentagotas lo mejor del Aja desasosegante y descarado.

Reflejos es una película que convierte una idea menor, la de los espejos convertidos en puertas fantasmagóricas, en algo para nada estático y con enormes posibilidades. Con esa premisa y una cuidada atmósfera que transita entre los maniquíes expectantes de Mario Bava y la decadencia goticista de los paisajes gráficos del videojuego Devil may Cry, Aja resuelve destripar a Gerad Durrell y a H. P. Lovecraft –recordemos su magistral relato La trampa- y a fe que lo consigue durante el primer tramo del filme, una espléndida lección de suspense gélido que balancea entre lo ominoso y lo sofisticadamente abstracto. El problema, si lo hemos de considerar como tal, es que la ambición del guión –o la premisa comercial- requiere o impone que el filme mude de piel con demasiada frivolidad y caiga en disquisiciones (subtramas) trilladas y amasadas a partes iguales con elementos de ‘El exorcista’ o ‘El sexto sentido’. A resultas el filme, que en un circuito hubiera ganado la ‘pole position’, se avería a la hora de la verdad y como espectadores vemos a través del retrovisor que nuestra carrocería es la un formula 1 pero el motor es el de un turismo. Pero superada esa medular con chicane de altos vuelos incluida –el filme asusta y el bostezo deriva en angina de pecho de 0 a 100 gracias a la pericia del piloto francófono- el filme mejora y se acicala en un clímax más que brillante y un final que le haría cosquillas al mismísimo Borges.

Para dar una visceralidad adrenalítica al héroe de turno, Reflejos ha reclutado a un Kiefer Shuterland que vive una segunda juventud tras su eclosión como Jack Bauer en la serie de televisión 24 y la cosa tiene gracia, pues Aja le convierte para la ocasión en un expolicía alcohólico que baja a los infiernos literalmente con una linterna en la mano y una plaquita de vigilante. Todo aquel que halla trabajado de vigilante nocturno –es el caso de este humilde cronista- conoce perfectamente la indefensión que procura la noche cerrada en un viejo edifico vacío, los pasillos cerrados en detritus que pueden sugerir rostros y los espejos traicioneros o las sibilinas corrientes de aire. Todo eso está en el filme, y nos es mostrado con garra y detalle, el realizador nos regala un mágico parque temático –el viejo hotel Mayflower- sobre el que construir una historia coherente, y es que el horror puede ser un decorado mostrado con talento y Aja sabe que los espejos son puertas que contienen agentes extraños, lo sabe por que ha leído a Lewis Carroll y por que de niño seguro frecuentó una barraca con laberinto de espejos.

Por lo demás, Reflejos muestra un ramillete de aspectos interesantes, por su tono y su intermitente elegancia, del que adolecen otros productos de igual vocación comercial. Quizá esta película busque pervivir en la memoria, añejarse como un clásico de culto o persiga capitalizar una futura saga, pero ni lo uno lo otro es conveniente (ni convincente), cabal y sincero con su propia naturaleza. Alexandre Aja debe retomar el camino iniciado con Las colinas tienen ojos y no dar su brazo a torcer, Reflejos debe entenderse como un peaje obligatorio en la carrera de un joven director que incluso cuando no convence, asusta, hipnotiza y golpea con inquina, un pura sangre cuyo talento se deja ver incluso en el más manido de los convencionalismos. Por suerte, ‘Reflejos’ ni llega a un punto de desdén narrativo ni a otro de quintaesencia cinematográfica, es un filme bisagra, disfrutable, entretenido y recomendable. Un último aspecto, a modo de anécdota, durante la visión de este filme de Alexandre Aja que aquí tratamos, algunos sibaritas del ‘fantastique’ tuvieron un cierto dejâ vú que les condujo a pasajes de Darkness, el segundo filme de Jaume Balagueró, algo nada descabelladoo pues el de Lleida en esto del suspense puede dar lecciones a más de un veterano con ínfulas.


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