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publicado el 17 de abril de 2009

El filme sueco Déjame entrar, dirigido por Tomas Alfredson, ganador del premio Méliès d'Or a la mejor película fantástica europea en el pasado festival de Sitges y premio del Público a la Mejor Película en la Semana de Cine Fantástico de San Sebastián 2008, se estrenará este viernes. Déjame entrar, basado en un best-seller de John Ajvide Lindqvist, es un filme atípico de vampiros y una hermosa historia de amor entre un niño con problemas de socialización y una niña-vampiro.

Vampire Lovers

Déjame entrar (Let the Right One In, Tomas Alfredson, Suecia, 2008)
Oficial Fantàstic a competición en Sitges 2008

Escandinavia nos ha dado muestras en este festival de tener una cantera más que interesante en la órbita del fantástico, si la sugestiva Sauna –película finlandesa de Antti-Jussi Annila-, nos pareció de lo más estimulante, Let the Rigth one in lleva ciertas consideraciones estilísticas muy deudoras del cine social del norte de Europa (Kiorastami y Lars Von Trier son paradigmáticos) a unas cuotas interesantísimas. El filme de Tomas Alfredson, adaptación de un excelente libro de Jonh Alvide Lindquvist –también guionista del filme-, es en apariencia un gélido y sofisticado relato de vampiros que no detiene en legados pretéritos ni en góticos preciosismos, el barroquismo seductor de filmes como Entrevista con el vampiro –con el que comparte algún planteamiento- no es algo reconocible en un filme hiperrealista y poderosamente melancólico. La idea del vampiro niño, siempre sugestiva, desde que Mario Bava la apuntara en Las tres caras del miedo no ha sido siempre desarrollada con la consideración que merecía, acaso Martin de George A. Romero sea la aproximación más voluntariosa –todo y que en este caso el upiro es un adolescente atrapado en su pulsión sexual egomaníaca-. Let the Right one in plantea una historia romántica entre un niño sensible y una niña monstruosa –sí , una idea pareja a de la injustamente denostada Drácula de Bram Stoker de Francis Ford Copola-, un relato cargado de telarañas morales que insinúa más sexo y deseo de lo que un espectador afín al género puede esperar en estos tiempos en que la bestia y el glamour fagocitan hasta componer una estética que marca tendencia . La poderosa carga carnal de este filme denso y contemplativo contrasta con su retrato sofocante de una comunidad del extrarradio del gélido Estocolmo en el que los adultos lucen como seres a la deriva, como una raza hibernada a la que la niña protagonista recurre para alimentarse.

La hibridación del mundo de lo fantástico y prohibido, en ese sentido es expuesta por T. Alfredson con una sensibilidad plenamente europea y con unos referentes estéticos que podrían entroncar con la espiritualidad quintaesencial de Fanny y Alexander de Igmar Bergman. La curiosidad infantil, el referente de un mundo adulto encriptado por la soledad y el frío, estimula una visión intimista, recogida en el la que el vecinito curioso interpretado por Hade Kedebrant se interesa por el estruendo sexual de una niña que menstrua a través de sus víctimas. Tomas Alfredson fabrica una joya fílmica en la que las miradas, la pulsión voyeur y la inocencia podrían competir con las de Verano del 46 de Robert Mulligan–no en vano en el fondo es esta la historia de amor entre una adulta (anciana) y un inocente niño. El cuarto largometraje de Alfredson, cuyos comienzos van relacionados con la televisión sueca, es un sencillo troquel de miradas y dentelladas en un mundo de nieve y desilusión, casi una revisión enfermiza de la idea de Medea que expusiera con enorme pericia David Cronenberg en Cromosoma 3.

Otro aspecto interesante de Let the Rigth one in obedece a sus fugas de humor cáustico, necesarias y bien dosificadas –véase la sensacional secuencia de la piscina-, una comicidad surreal que a instantes podría recordar a la entretenida Frosbitten si no fuera por que la realidad que esconde es tan desazonadora que abruma.
Estamos ante una puesta al día del ideario vampírico epatante, fresca y que abre nuevas vías... Let the Rigth one in ha sido una de las experiencias más refrescantes del festival y uno de esos títulos que marcan un antes y un después: una deliciosa obra maestra. L.R.


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