publicado el 11 de marzo de 2009
En ocasiones, un hada buena puede contaminar, de una manera involuntaria, la mente fantasiosa de un niño hasta el punto de convertirlo en un monstruo. Recientemente hemos podido ver en las pantallas como la madre, a priori, benevolente del filme ‘Camino’ de Guillermo Fesser conducía a su propia hija a una pornografía del dolor aberrante impulsada por el halo de un ángel radiante. Ese mismo ángel también es protagonista en ‘El Otro’, un filme que transita el lado más ominoso de la psique infantil de un modo tan deslumbrante, económico y certero que roza lo prodigioso.
Lluís Rueda | Robert Mulligan (1925-2008) comenzó su carrera como realizador profesional en las populares dramatizaciones televisivas de la cadena CBS en la década de 1940, una escuela, la catódica, que prioriza la optimización de recursos, no permite excesivas veleidades en el apartado actoral y ritualiza la puesta en escena de modo que el fuera de campo es un elemento fundamental. Dejando a un lado sus comienzos, la carrera de un meritorio que en la gran pantalla poco a poco se va afianzando con títulos como The Rat Race (Perdidos en la gran ciudad, 1960), el punto más álgido de la filmografía de Mulligan llegaría con Matar a un ruiseñor(To Kill a Mockingbird , 1962), su filme más reconocible, aplaudido y premiado [1], tras el que rodaría la muy apreciable Come September, (1961). No sería hasta 1971 que su carrera como director volvería a alcanzar grandes cuotas a nivel popular, especialmente gracias a la exitosa Verano del 42 (Summer of '42, 1971), una espléndida cinta acerca del descubrimiento de la sexualidad y de la vida que nos muestra como el universo recogido, singular, casi arquetípico de Matar un ruiseñor tiene un recorrido a lo largo de su filmografía que se amplifica y, en cierto modo, orbita en un metalenguaje felizmente emparentado con la sólida iconografía de la Norteamérica de la Depresión y su recorrido hasta la década de la Segunda Guerra Mundial. Esas dos décadas laxas de la historia de Estados Unidos son en el universo de Mulligan paisajes en descomposición que el espectador sitúa cronológicamente gracias a los objetos mostrados (vehículos, mecedoras, juguetes…). Esos elementos rompen la atemporalidad de las comunidades que retrata Mulligan, pueblecitos de interior con códigos férreos o estaciones costeras en las que el paso el tiempo remite o simplemente no avanza. Esa particularidad se da en Matar un Ruiseñor, En verano del 42 y en el filme que nos proponemos analizar, El otro (The Other, 1972). Matar un ruiseñor nos retrataba un paisaje sin esperanza, transitado por un padre-juez (Atticus) con capacidad para cambiar el destino de los condenados –de insuflar esperanza y justicia- y, ante todo, de transformar la percepción de los niños. El aprendizaje infantil a través de unas circunstancias bien particulares, la de testigos oculares del mundo adulto y sus entresijos, es una constante en el universo mulliganiano.
El verano es para el realizador una estación propicia para la magia, un porche repintado de blanco desde donde otear el atardecer mientras dos niños se balancean en un neumático que prende de una vieja encina. En ocasiones esos niños investigan, descubren, juegan y aprehenden las emociones del mundo adulto que les rodea; casi en una extenuante poética del fisgoneo discurren los dramas morales de Mulligan; historias de fantasmas en vida, de visillos entreabiertos, alacenas siniestras e iglesias neogóticas, graneros que esconden susurros, praderas por las que correr sin mirar atrás y sueños agazapados en el vuelo fugaz de una mariposa.
Mulligan es un realizador que siempre amolda su discurso, su sensibilidad y su oficio, al paisaje en el que constriñe los acontecimientos, es como si antes de rodar empatizara con la localización a un nivel regresivo. El Otro, parte de un guión adaptado del best seller 'El Otro' escrito por Tom Tryon [vber nota 2][2] (1926-1995), autor que también se encargaría del libreto del filme. Tryon escribió ‘El Otro’ inspirado en la sensación que le provocó La semilla del diablo (Rosemary’s baby, 1968) de Roman Polanski y esta fue su primera incursión en la literatura tras una mediocre carrera como actor en la que destacan títulos menores como I Married a Monster from Outher Space.
El Otro es un filme que se desarrolla partiendo de una conjetura: la presencia de un reverso malvado (y físico) de su protagonista, el joven Niles Perry (Cris Udvarnaky). Para ello, Mulligan, se sirve en lo cinematográfico de unas herramientas muy parejas a las que utilizara Jack Clayton en Suspense (The Innocents, 1961) y, desde luego, teniendo muy presente que el material de partida del libreto de Tom Tryon se mira sin complejos en el excelso relato ‘Otra vuelta de tuerca’ de Henry James. Como espectadores participamos de la interactuación del joven con un hermano gemelo de sesgo inquietante, Holland (Martin Udvarnaky), pero la información que se nos administra provoca que dudemos. Esa suerte de doppelgänger ‘familiar’ centrado en dos gemelos no acaba de ser nítidamente sobrenatural, es decir, comparable al de obras del fantastico como El estudiante de Praga (Der Student von Prag, 1913). A mi entender, estamos ante una historia más compleja en su desarrollo y alcance. El tratamiento del pequeño Holland Perry es interesadamente ambiguo, el joven interactúa con algunas personas del vecindario que llegan a dirigirse a él por su nombre –como una anciana vecina que no soporta las ratas-. En general, la presencia de Holland, es casi tan determinante en el devenir del relato como la del psicólogo interpretado por Bruce Willis en El Sexto Sentido de M. N. Shyamalan. Espero que no tomen al pie de la letra este apunte comparativo.
Otro personaje que refuerza esa sensación de equívoco es la inquietante y manipuladora abuela Ada, una mujer rusa que concentra a la perfección superchería ancestral y una reinterpretación del catolicismo ortodoxo cercana al politeísmo pagano. Ada, siempre habla con Niles de su hermano Holland como si fuese un personaje real que convive con ellos en la casa. La abuela es el elemento perturbador del relato, ese hada buena que contamina la imaginación de Niles hasta desdoblarlo en dos identidades diferentes y antagónicas, una dulce y angelical, y otra demoníaca, caprichosa y oscura como la idea que preconcebimos de Holland.
Ada, somete a Niles a juegos esotéricos de lo más peligrosos, potencia su imaginación de un modo irresponsable y disfraza de don un potencial de lo más desestabilizador. El don de Niles es un atributo discutible que ella reviste de proporciones marianas cuando no marcadamente espiritistas. Por tanto, se da una dualidad real, aunque derivada de la negación de un ser querido. Es, entonces, esa dualidad algo más específico que un estado alterado o una presencia real. La eterna lucha del bien y el mal se da, para la ocasión, en un cerebro que procesa demasiada información, con demasiada rapidez y que acaba por confundir la figura de El ángel del día radiante –título arquetípico que podría equipararse al de ‘El ángel en la ventana de Occidente’ de Gustav Meyrink-, con la de ‘El Caballero Adverse’ personaje protagonista de un libro de Hervey Hallen que acaba por contaminar la imaginación de Niles.
Al igual que en el legado literario de William Faulkner (y me viene a la cabeza 'Mientras agonizo'), la saga de los Perry, se descompone en el paisaje, se funde bajo el sol radiante de verano. Uno de los personajes más delirantes y decadentes del filme es, sin lugar a dudas, el de la madre de Niles, Alexandra. Este delicado ser que entra y sale del relato como un fantasma en vida, es una mujer con trastornos depresivos y mentales que no ha superado la muerte de su marido y la de un hijo (hemos de entender que se trata de Holland). La madre es objeto de un singular ‘luz de gas’ por parte de un Niles cada vez más obcecado con la muerte. Por otro lado, esta idea, la de las mujeres que caen en la insania a partir de un trauma relacionado con la gestación, es algo muy recurrente en el más reciente cine de horror: baste citar la tailandesa The Unseable (Pen choo kab pee, 2006) de Wisit Sasanatieng o la cinta francesa A l´intérieur( 2007) de Alexandre Bustillo) como ejemplos.
Volviendo al proceder de Niles, hemos de apuntar que esa singular tortura a que somete a Alexandra en el filme se da de una manera muy metafórica, en particular a través de la gestualización y de la obsesión de Niles por unas lecturas cada vez más siniestras. Los libros que Niles lee ha su madre hablan de duendes que secuestran bebes entre otras lindezas, estos cuentos posiblemente están extraídos de la tradición celta excelsamente recopilada por el poeta irlandés W. B. Yeats.
Mulligan dosifica la información y nos revela la trama utilizando objetos particulares como una lata de cigarros que oculta un anillo y un dedo momificado, el detonante final de la locura de la madre de Niles, o un inquietante pozo que alguien ha sellado convenientemente. La saga de los Perry no se concentra únicamente a los personajes citados, la ira de ese fantasma, que podríamos convenir en denominar ‘Caballero Adverse’ (según el filme de Mervyn LeRoy sobre el personaje 'sin padre, ni madre, ni nombre'), alcanza a otros miembros de la familia. El resabido primo de Niles acaba con su cuerpo trinchado en un pajar y la vecina anciana sufre un ataque de apoplejía, ambas víctimas no son casuales. Para Niles se trata de individuos que contaminan su fantasía –son molestos- y deben ser convenientemente eliminados. Por eso, resulta de los más funestamente premonitorio que una pareja de jóvenes parientes instalados en la casa acaben de tener a su primer bebé, un competidor directo de Niles que puede robarle la atención que los adultos focalizaban en él. El alumbramiento provoca que Niles desate por completo su personalidad oculta (la del gemelo Holland) y no ceje hasta destruir toda idea de esperanza y futuro. Resulta maravilloso como Mulligan retrata el comportamiento de Niles ante la presencia del bebé, parejo al de un hermano celoso que odia con la mirada. La gestación de un rencor primigenio rebasa la pantalla.
El Otro, es un filme de suspense y horror diurno, abrasador y nada convencional por la riqueza de sus matices. Una obra que se presta a la reinterpretación y que reta al espectador a situar el origen verdadero del mal (algo que, convendremos, el guionista Tom Tyron sí supo tomar prestado de La semilla del mal de R. Polanski). A mi juicio, esa última idea del mal contagioso, ancestral, que arrastra a una saga familiar a la desgracia, en el caso del Otro, tiene una raíz heredada de la desesperanza de una época: la década de 1930. Los años de la Depresión Norteamericana son un marco plagado de colores terrosos, adscritos a un paisaje y una arquitectura reconocibles, que invitan al individuo que lo transita a escuchar la voz interior, a aferrarse con rabia a la Biblia y a la búsqueda de Dios entre la nimiedad y la desesperanza. Cada época tiene sus resortes para poner en cuestionar los cambios que golpean a la puerta, ocurrió a finales del Siglo XIX con el decadentismo de la nobleza ante el auge de la clase burguesa, algo que vemos reflejado en el relato de Edgar Allan Poe `La caída de la casa Usher’, y hoy que nuestro sistema capitalista naufraga con virulencia, los fantasmas del individuo se escampan por la red de redes.
En el caso de El Otro y la estirpe de los inmigrantes Perry, la idea de una espiritualidad desbordante –heredada de otro continente- naufraga en unos espíritus tan imperfectos como el paisaje, seres áridos que se aferran a un estandarte –sea el águila del escudo familiar o el Ángel del Día Radiante de esa iglesia siempre vacía y luminosa que frecuenta Ada-. Este proceso, irreversible, está también presente en la filmografía del antes citado Jack Clayton, véase su excelente filme Something wiked this way comes (1983). En la cinta del director de Suspense basada en un relato de Ray Bradbury, una comunidad circense se erige en una amenaza demoníaca para un pequeño pueblo del interior, a la sazón, gentes a las que atemoriza la ritualización grotesca del diferente. No quisiéramos alejarnos de la idea principal que hemos defendido en este artículo respecto al verdadero origen del mal de El Otro, pero resulta de lo más revelador que en uno de sus pasajes más originales, Niles, se introduzca en el barracón de una feria itinerante y tome por vez primera contracto con esa estirpe de descastados que van de feria en feria y son todo un acontecimiento para la comunidad puritana, un mal efímero y pasajero que nunca perdura ni se instala más allá de sus lindes. En El Otro, al igual que en la interesante serie televisiva Carnivale producida por la cadena HBO, el mal ni anida en los barracones atestados de fenómenos de la naturaleza ni en las iglesias de madera repintadas de blanco, el ‘Caballero Adverse’ es un producto de las carencias de una sociedad, de su profunda incultura y del miedo a la muerte.