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publicado el 2 de marzo de 2009

Resucitando monstruos

Marta Torres | Los slashers estadounidenses nacieron el 13 de junio de 1981 con la primera proyección comercial de Viernes 13, de David Cuningham. Nacido a rebufo del éxito de La noche de Halloween, de John Carpenter, al que copió el motivo del asesino psicópata y las jóvenes víctimas de clase media, Viernes 13 sentó las bases de un subgénero de terror hecho para adolescentes de forma mucho más abierta –y más tosca –que su genial predecesora. El trazo grueso, la devoción abierta por la sangre, el sexo, el humor fácil i la serie B, o Z, del filme de Cunningham marcaron férreamente una pauta que se repitió hasta la saciedad durante los años ochenta y que más tarde se ha revisitado de forma más o menos irónica y fortuna desigual.

La originalidad de Viernes 13 se encuentra en la forma particular de mezclar con total libertad referencias de muy diversa procedencia. La película se inspira en Halloween pero tiene el aire salvaje y perturbador de los filmes italianos de finales de los años 70 – es innegable su conexión con los asesinatos acuáticos de Bahía de Sangre de Mario Bava—e incluso nos presenta personajes –la madre del asesino- que parecen sacados de Psicosis (Alfred Hitchcock), aunque pasados por la trituradora de la serie B y los filmes de bajo presupuesto. Viernes 13 también domesticó para el gran público el cine de raigambre gore, caracterizado por una violencia mucho más gráfica y que tomó forma en 1963 con Blood Feast de Herschell Gordon Lewis, director de filmes de desnudos de bajo presupuesto hasta que descubrió el filón de la sangre.

La fórmula funcionó y la saga se ha convertido en una de las más prolíficas de la cinematografía occidental. Los filmes que forman parte de ésta son spoilers más o menos conseguidos que han “secado” las posibilidades de la historia original hasta límites insospechados. Si en el primer filme era la madre de Jason quien vengaba a su hijo asesinando a monitores adolescentes en el campamento de Crystal Lake, en el resto de la saga su recuerdo toma presencia real y es Jason, y no su sombra en una mente enferma, quien asume el mando y empuña el cuchillo. No obstante, la saga debe buena parte de su atractivo a la invención de centenares de modos creativos para matar a adolescentes incautos. Jason no deja de ser un personaje aburrido y algo menor en comparación con Freddy Krueger, el asesino de Pesadilla en Elm Street, con el que por cierto compartió película en la bastante recomendable Freddy vs. Jason (2003), un filme hecho con el espíritu popular de los mejores cómics de superhéroes, que acaban por mezclarse entre sí cuando las ventas, o la falta de argumentos, lo demandan. Otro experimento fue un poco anterior y consistió en congelar a Jason y resucitarlo en el futuro. (Jason X, 2002)

Algo había que hacer si se quería recuperar a la franquicia para las recaudaciones comerciales. Era hora de regresar al escenario y al espíritu original del filme y para ello la productora Platinum Dunes escogió a un especialista en este tipo de menesteres: Marcus Nispel, quien ya revisitó con éxito para la misma productora otro clásico del terror estadounidense: La matanza de Texas (2004). David Cuningham participa en el proyecto como productor ejecutivo de la película.

La historia retoma el hilo argumental poco después de la primera película, aunque trasladando la acción a la actualidad. Para ello, los guionistas, que ya participaron en Freddy vs. Jason, decidieron remezclar la segunda y la tercera secuela de la saga de manera que a la historia de los jóvenes que no-deberían-estar-donde-están se añade la búsqueda de una muchacha desaparecida en el campamento y el retrato de las gentes que pueblan la zona, cerrados, hoscos y algo violentos.

El resultado es flojito, por no decir rematadamente malo. El Viernes 13 de Nispel es un slasher vacilante que no sabe si tomarse en serio a sí mismo y que tantea con varios caminos sin decidirse por ninguno. Quizá influya esta mezcla de hilos narrativos, puntos de vista y tonos muy diferentes, sin que ninguno llegue a funcionar del todo. Humor grueso, sin gracia, y un guión absurdo no serian problema si el filme se hubiera filmado con la soltura y la desfachatez de la película original, pero parece que Nispel haya trabajado con las manos agarrotadas. La película es cobarde, el suspense, inexistente y las muertes -en su mayoría- decepcionantes y pacatas, a excepción de la que combina con acierto una fogata de excursión y un saco de dormir. Sólo se salva un diseño de producción correcto y alguna escena conseguida. Por lo demás, no hay tensión, ni terror ni humor negro. Una lástima. A pesar de todo, Jason es Jason y el filme recaudó 50 millones de dólares el primer fin de semana de su estreno.


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