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publicado el 11 de marzo de 2009

El cine como terapia

Blanca Vázquez | Ari Folman, cineasta israelí de 46 años, forma parte de ese grupo de intelectuales que se cuestionan los métodos de ocupación llevados a cabo, con victimizada mano de hierro, por los gobiernos más extremistas de su país. Al igual que muchos otros cineastas y artistas, (una larga lista protestó en 2006 junto a John Berger en un boicot cultural contra el Estado de Israel), creadores a los que se va reconociendo su mensaje crítico en la tramoya cultural del poderoso Occidente. Eran Riklis es el más reciente de ellos gracias a la emotiva e intensa cinta Los limoneros(Etz limon, 2008). Otro ejemplo es Eran Kolirin, realizador de la prodigiosa La banda nos visita (Bikur Ha-Tizmoret, 2007), coproducción israelí y francesa que apuesta por la convivencia árabe-israelí. Entre estos referentes, también cabe citar al conocido y prolífico cineasta Amos Gitai, objeto de polemica a causa de el retrato de la guerra del Líbano que proponía el documental Diario de campaña(Yomán Sadé), rodado precisamente durante la contienda, causa por la que tuvo que instalarse, durante unos años, en París.

Folman también se sumerge y bucea en esa sucia guerra del verano de 1982 y lo hace de la misma forma con la que nos cautivó Marjane Satrapi el año anterior con Persépolis (2007), mediante la animación. Folman utiliza una técnica en que se modelan gestos y expresiones de personajes reales y luego se procede a su tintado. Se trata de un cómic con un extraño realismo en su elaboración, (no pierdan los detalles alrededor de los personajes: cuadros, estancias, calles, bares, el mar....) que poseen tanta o más carga de profundidad que las imágenes reales.

Yo contaba 20 años, al igual que el director, cuando se produjeron las matanzas de Sabra y Chatila, con la salvedad que yo llevaba la vida jovial propia de mi edad en la Europa de los ochenta bajo ritmos electrónicos de Depeche Mode o Pet Shop Boys, la misma que encontraba Folman cuando volvía de permiso a su ciudad, y que tan bien expresa a través de una fascinante banda sonora (mérito de Max Richter) que se reparte entre melodías electrónicas, clásicas y minimalistas. En Vals con Bashir, unos jóvenes, niños casi, hijos y nietos de las víctimas del Holocausto judío, desorientados moralmente, disparan sin detenerse a pensar, presas del miedo irracional yque buscaban salvarse como pueden. Son testigos enmudecidos de la barbarie practicada por los aliados, en este caso las milicias cristiano-falangistas libanesas sedientas de venganza por la muerte en atentado de su dirigente Bashir Gemayel. Son desmemoriados de su propia historia y asisten a holocaustos instigados ya sea por nazis, cristianos, o israelíes. Son todos integristas de sus propias descomposiciones ideológicas.

El realizador se auto-medica mediante a una terapia muy personal, y al mismo tiempo grupal. Fue miembro del ejercito israelí durante la guerra del Líbano de 1982 y en la actualidad no recuerda nada sobre su papel en las terribles matanzas. Es por ello, que decide bucear en la memoria de sus compañeros, para encontrar la suya. Se traslada a otras ciudades (como Ámsterdam), o busca en Israel a aquellos jóvenes que con él fueron movilizados ese verano del 82 de forma que, según palabras del propio director, hubiera sigo imposible en una filmación normal. Folman recurre a imágenes animadas con las que expresa la poética de sueños y crea una fascinante, dura y áspera, concienciación muy apropiada para la reflexión colectiva israelí y por ende, mundial. En ese futuro imperfecto de los 60 años en el Estado de Israel los objetores de conciencia en el ejército va en aumento y esa causalidad también se halla reflejada en el filme.

La cinta está construida utilizando las entrevistas como ilo conductor; documentos hilvanados con recuerdos y sueños del autor sobre el conflicto, los permisos de los soldados o charlas con especialistas. Revestido de un extraño lirismo resulta el sueño recurrente de los cuerpos flotando en el mar que poco a poco van levantándose hacia la orilla, como una simulación de aquellos seres tan especiales, los Pre-Cogs, de Minority Report (2002) de Steven Spielberg. En el recorrido final nos despierta Folman con duras imágenes reales que atenazan al espectador en todo su horror. No habría título más apropiado, el Vals del horror del hombre, retomando palabras literarias de Joseph Conrad.
Poético y desgarrador filme que llamó la atención en Cannes, ganándose a público y crítica, además de obtener un Globo de oro 2009 como película de habla no inglesa, fue nominada a los Oscar en la misma categoría.

No se pierdan esta muestra de cine con conciencia social e histórica, un filme que nos mostrará aquello que la ONU parece no ver.


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