publicado el 15 de marzo de 2004
Lluís Rueda | La enorme pericia de Quentin Tarantino para crear un discurso cinematográfico moderno e innovador sirviéndose de un viejo albúm de cromos no se corresponde a una fórmula matemática concreta; Kill Bill: Vol. 1, viene a demostrar que el cine está sufriendo un proceso continuo de cambio, y cada vez más, los géneros se devoran entre sí y el factor visual lo es prácticamente todo.
El esperado regreso de Tarantino propone un recorrido más estético que sentimental por el cine de artes marciales made in Honk Kong de la productora de los Shaw Brothers, el chambara japonés de sagas como Shogun Assasin (1972-92), el spaguetti western de Sergio Leone, el cine de animación y una lista inacabable de referencias entre las que pueden citarse: La novia vestía de negro (La mariée était en noir, 1967), de François Truffaut, Yojimbo (1961), de Akira Kurosawa, Juego con la muerte (Game of death, 1973), Robert Clouse, Vestida para matar (Dressed to Kill, 1980), de Brian De Palma, series televisivas como Los ángeles de Charlie o la violenta obra de directores como Kinji Fukasaku o Takashi Miike etc…
La primera secuencia de Kill Bill: Vol. 1, rodada en blanco y negro, nos muestra a La Novia (Uma Thurman) brutalmente apaleada ante el altar a punto de ser ajusticiada de un tiro en la cabeza por Bill, su prometido. La bala mortal no acaba con su vida pero la deja en coma. Cuatro años más tarde la picadura de un mosquito la despierta de su letargo y a partir de ese momento da comienzo una particular espiral de venganza contra los que intentaron acabar con ella y le provocaron la pérdida del bebé que llevaba en el vientre. Como ya hiciera en Pulp Fiction, Tarantino nos narra la historia por episodios y en cada uno de ellos nos va revelando datos del pasado mediante flash backs. Desconocemos en todo momento los motivos que mueven a El Pelotón mortal de Asesinos Viperinos (DIVAS en inglés) a intentar deshacerse tan cruelmente de La Novia, pero la inclemencia de estos sicarios nos hace pensar que ella no es todo lo inocente que parece.
La secuencia del intento de asesinato de La Novia en la iglesia de Pasadena está subrayada por la canción de Nancy Sinatra "Bang, bang, bang", y es el primer corte de una estupenda banda sonora que, al igual que en las otras obras del director, recupera olvidadas canciones de la década de los sesenta, en esta ocasión acompañadas de temas de series de televisión como Ironside o versiones libres de piezas de Ennio Morricone y Bernard Hermman.
Tan importantes son las fuentes referenciales que utiliza Tarantino que sin ellas el sentido del filme quedaría diluido en un argumento simple como el de un episodio televisivo más o menos folletinesco. No me gustaría que se interpretase esto como algo peyorativo, la historia de la venganza de la novia ensangrentada no necesita un guión proclive a brillantes diálogos, sino un patrón argumental mínimo donde construir y deconstruir mediante la mecánica del montaje. Es inegable que Tarantino es un realizador de recursos, tal y como demuestra al integrar toda una secuencia animada para contar la vida de una de las asesinas del Pelotón Mortal, O-Ren, o en la utilización del blanco y negro en momentos puntuales del filme para rebajar la carga violenta. A eso se le llama hacer de la necesidad virtud.
Cabría preguntarse por qué a pesar de tal ilimitado número de homenajes y referencias directas o indirectas al cine del pasado, el filme mantiene una personalidad propia y una coherencia estética tan compacta; aunque parezca contradictorio estamos ante una obra de autor, muy autorreferencial, y tan tarantiniana como cualquiera de sus películas anteriores. Ocurre algo parecido en el caso de cineastas como Christophe Gans, Tim Burton o el canadiense Guy Maddin, ¿hablamos de una nueva generación de cineastas incapaces de crear algo original? La respuesta es obvia, cada una de las películas de estos realizadores es algo completamente nuevo. Toda la vida se ha acusado a Brian De Palma de plagiar a Alfred Hitchcok, de no tener ideas propias; en Kill Bill: Vol.1, Tarantino utiliza la pantalla partida y hace todo un homenaje a Vestida para matar, hoy en día De Palma es considerado un clásico, un maestro. ¿Alguien puede creerse que Tarantino es un director sin ideas propias? La tendenciosidad contra natura de algunos críticos parece indicar que es así, y francamente me parece una postura reñida con la lógica.
Kill Bill: Vol. 1 es un filme que convence por la vía rápida, su estética es irresistiblemente pulp y contracultural. El filme recupera todo un abanico de referencias (que varias generaciones de espectadores habíamos conservado en el subconsciente durante años) y crea con ello algo completamente nuevo, pero a la vez íntimamente cercano. Cuando vimos a Bruce Lee a mediados de los setenta en Juego con la muerte ataviado con su pijama amarillo muchos pensábamos que estábamos ante algo más que una simple película de artes marciales. Con el tiempo, entendimos que en aquella película algo no funcionaba por que era un desastre formal. De un modo inconsciente cada uno tomamos una secuencia concreta de aquel filme e intentamos separarla del conjunto para jugar con ella en nuestra mente. Con el paso de los años aún nos resistimos a hablar mal de aquella cinta, simplemente porque en nuestra cabeza ya no es tal y como la vimos. Este ejercicio de intentar modificar la película por un motivo inexplicablemente sentimental es lo que ha hecho el realizador al vestir a su musa Uma Thurman con el mítico pijama amarillo de Bruce Lee. Y qué demonios, el resultado es absolutamente fantástico.
El tono bizarro y amoral de muchos de los gags que contiene el filme no decepcionará a los fieles seguidores de Tarantino, tampoco el elenco de villanos que parecen recién salidos de un cartoon: mucha atención a la pérfida Elle Driver (Daryl Hannah) y a la preciosa psicópata Go Go Yubari (Chiari Kuriyama), la presencia de ambas va unida a dos de los mejores momentos del filme. La Novia se las tendrá que ver además en esta primera parte con la maternal Vernita Green (Vivica A. Fox), y con la jefe jakuza Oh-ren (Lucy Liu) bien acompañada por su ejército de súbditos. Para ver a Bill (David Carradine), tendremos que esperar a la segunda entrega. Tarantino sólo nos ha mostrado su voz y sus manos acariciando la empuñadura de una katana. A juzgar por la capacidad demiúrgica que desprende el personaje se diría que estamos ante la mezcla perfecta entre el mujeriego Charlie (de la serie televisiva Los ángeles de Charlie) y el esquivo Fu Manchú ( el siniestro villano de las novelas de Sax Römmer).
Dejando a un lado guiños y homenajes (que daría para un libro), me gustaría resaltar el excelente trabajo coreográfico llevado a cabo por Yuen Woo-ping, director de Iron Monkey (1992), en las siempre creíbles secuencias de lucha que poco tienen que ver con las memeces del efecto Bullet Time (Matrix) y mucho con la vieja escuela de Hong Kong: The Chinese boxer (1969), de Jimmmy wang Yu, The 36th Chamber of Shaolin (1978), de Liu Chia Liahg, son junto al legado fílmico de Bruce Lee, o más recientemente la primera etapa como realizador de John Woo, obras imprescindibles para entender la titánica mixtura de géneros que es Kill Bill: Vol 1.
Tarantino, con su olfato excepcional, ha sabido mirar hacia atrás con respeto y, a la vez, dar toda una lección de modernidad. Más que un ejercicio de nostalgia, Kill Bill: Vol. 1 es un cariñoso ajuste de cuentas con el pasado. La película de acción que él ha imaginado se parece tanto a la nuestra que su efecto en la gran pantalla provoca algo parecido a una catarsis muy íntima.